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Landa salva el maillot amarillo de Froome en el macizo central

El alavés se descuelga del grupo principal en el puerto más duro y espera a Froome, que había sufrido una avería. Victoria de Mollema

Carlos Arribas
Froome y Landa.
Froome y Landa.Bryn Lennon (Getty Images)

En un altiplano de maquis, resistencia y rebeldía, Mikel Landa fue el équipier modelo que se descolgó del menguado grupo de los mejores mediado un puerto de miedo y esperó a su jefe averiado. Cuando llegó a su rueda Chris Froome con la lengua fuera y la cabeza botando de lado, Landa, pura disciplina, le guio con tranquilidad y le devolvió a su lugar. Quedaban aún cuatro kilómetros del Peyra Taillade, un primera nunca ascendido en el Tour que estuvo a la altura del temor con el que se hablaba de él la víspera. Quedaban algunas de las rampas más duras. En el grupo, acelerado por el Ag2r del Romain Bardet que recorría las carreteras de su infancia, marchaban ya nueve de los 10 primeros de la general. Solo faltaba Nairo Quintana, dueño de una cabeza que le anima a sus sueños de grandeza y esclavo de un cuerpo que le frena. Ninguno atacó con decisión y deseo de hacer daño. Quizás solo habría podido hacerlo Landa, tan fuerte. Por delante, miembro de la masiva fuga matinal, Bauke Mollema, el lugarteniente de Contador, ganó la etapa.

Al Tour le quedan seis etapas: tres sprints, dos de Alpes y una contrarreloj. Los cuatro primeros de la general se apiñan en 29s. Y Froome, líder por 18s, está feliz. A Le Puy en Velay, entre Nuestra Señora de Francia, que domina un pináculo mineral y salvaje, y una iglesia que dialoga con ella desde otro promontorio, y la ciudad abajo, en el fondo de un caldero, Nairo llega arropado por su compañero Betancur a casi cuatro minutos de Froome. En la general es 11º, a 6m 16s.

Juan Antonio Flecha, que fue ciclista en el Tour y trabaja para Eurosport, entrevista a Froome en la meta. Lo hace en inglés.

--¿Qué tal va tu español, Chris?

--Bueno, bueno… Me están enseñando Nieve y Henao, pero la mayoría de lo que aprendo son palabras que no son políticamente correctas.

--¿Has usado alguna de esas palabras en la charla que has tenido con Landa después del descenso del puerto?

--¿Cómo? No, no… Solo le he dicho que en el grupo en el que íbamos había que estar atentos para no dejar moverse a Bardet.

Bardet, el chico del lugar, no se mueve. “No he pensado en el maillot amarillo”, dice. “El Tour es un juego de paciencia”. En la subida, ha tenido la oportunidad de pecar de impaciente y triunfar. O eso parecía. Su equipo, el Ag2r, gran amante de las maniobras colectivas, lleva unos kilómetros acelerando y el pelotón se rompe. Justo entonces, ya un poco descolgado, Froome se para a la izquierda. Le pide su rueda trasera a su compañero Kwiatkowski. “Creo que se rompió un radio a la mía y tuve que cambiarla, y el coche del equipo estaba lejos”, explica luego el inglés, ya recuperado el ánimo y pasado el miedo. Henao y Nieve le acercan a la cabeza hasta que no pueden más. Ha llegado a perder un minuto. El retraso anda entonces por los 40s. Landa recibe la orden de parar. “Uff, qué estrés he pasado”, dice el inglés. “Pensé que perdía el maillot amarillo, pero lo he salvado gracias a mi equipo, a la rueda de Kwiatkowski, al trabajo de Henao y Nieve… bueno, y Landa, que me esperó cuando ya casi había terminado”.

Froome jadea y con esfuerzo, liberado ya Landa, resiste con los mejores en las rampas del 14% estrechas y asfalto ardiente. Como corderitos, los que tan cerca están de él en la general, no aprovechan el momento para agitar las aguas y ver qué pasa. No se mueven Urán ni Aru. Cuando llega el terreno más fácil, Bardet lanza un ataque publicitario y suave que sirve para que la gente insulte a Froome por aguantar tanto como le jalean a él. Después, se ponen todos de acuerdo para decidir que el rival es Nairo y que harán bien yendo todos juntos para acabar de una vez con el insidioso colombiano.

Solo Martin atiende la llamada de la tierra y ataca. Pelea contra el viento en los falsos llanos finales y araña unos segundos que le permiten adelantar a Landa en la general. Contra el viento de cara, su elemento, como el de todos los holandeses de las costas, los pólderes y las dunas, lucha también Mollema. Y triunfa. Cerca de las Cevennes, de su paisaje de cañones secos y montes pelados, cerca de los pueblos que ama Tim Krabbé, el cantor del ciclismo holandés, que le inspira.

Dicen los que conocen al Sky que su jefe, David Brailsford, no duda de la lealtad de Landa, que quien duda es Froome, pues conoce mejor cómo es el alma de los campeones. Por si acaso, una hora después de sus priemra declaraciones, matiza. “Tengo que destacar el trabajo de Landa, que me esperó en el último kilómetro del puerto”, dice.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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