Garbiñe, todavía no se puede llorar
Muguruza es consciente de ser muy emocional, y de que no siempre puede serlo
El desvelamiento del último punto de la final de Wimbledon contiene algo esencial sobre el viaje de Garbiñe Muguruza a la cumbre de la hierba. Son 18 segundos durante los cuales ella sabía que había ganado, pero que lo supiera ella no servía para nada. Así que no había ganado. Venus Williams devuelve una bola de revés a los alrededores de la línea de fondo de Muguruza, que también responde de revés. Sin embargo, el golpe ha sido un reflejo envuelto en una duda fugaz: “¿Challenge o no challenge?”, le cuenta luego a Conchita Martínez que pensó. Enseguida se detiene y levanta el brazo izquierdo. La ha visto botar fuera. Ahí, a sus pies, había impactado su segundo grande. Pero el torneo no lo gana hasta 18 segundos después, lo que tarda la pelota en caer al suelo de la pantalla del Ojo de Halcón.
Entonces sí, Garbiñe, que merodeaba por la pista central, cae de rodillas sobre la hierba que alfombra la catedral del tenis y suelta las lágrimas contenidas durante 18 segundos. Se trata de una especie de explosión en diferido, una alegría íntima por algo que no le ha sucedido a ella, sino en una pantalla, y que además es una recreación: ni suena ni se puede tocar. Sólo las lágrimas enganchan a la realidad ese último punto tan empapado por una rara desconexión emocional.
El dominio de este tipo de desajustes es uno de los ingredientes que explica el segundo grande de Muguruza. Aunque pocas veces se ven en una pantalla, estas dislocaciones aparecen habitualmente en la cabeza de los tenistas: emociones que responden a cosas que aún no han sucedido, y que a veces no suceden nunca. Las lágrimas no han de caer hasta que lo diga el Ojo de Halcón.
Muguruza ganó el año pasado Roland Garros, y aquella tarde en que abrazaba la copa Suzanne Lenglen ya se la veía coleccionando esa y otras, además de el número uno mundial. Pero Garbiñe se estancó. O pareció que se estancaba. Consciente de ser alguien muy emocional, y también de que no siempre era el momento para serlo. Hasta que en este Wimbledon se juntó con Conchita Martínez, entrenadora ocasional, y primera ganadora española en Londres (1994). Como retomando ese hilo se plantó en la final, donde quebró a una tenista gigante, mucho antes del Ojo de Halcón. Ganando 4-5 en la primera manga, Williams dispuso de dos pelotas de break. Garbiñe aguantó. Aunque lo pareciera, aún no estaba perdida. Al perder ese juego, la estadounidense se diluyó y no ganó ya ni uno más.
Con 23 años, Muguruza es la única tenista española que ha ganado Wimbledon y Roland Garros, la de más amplio registro por tanto, después además de haber superado ya un pequeño desnortamiento. En realidad, 18 segundos no son nada para empezar a llorar.
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