Perder la ilusión con los fichajes del Barça
De soñar con Verratti hemos pasado a que unos empresarios chinos no nos quieran vender a Paulinho
No sé en qué momento comencé a perder la dichosa ilusión pero sigo sin sentir nada parecido ante la posible llegada de Paulinho, Vitinho, Yerri Mina y demás futbolistas relacionados con el futuro más inmediato del Fútbol Club Barcelona. Pueden creerme que lo intento, a fin de cuentas soy un soldado, pero por más que cierro los ojos y aprieto los dientes no alcanzo a ver otra cosa que un panorama negro, muy negro. Supongo que tal incapacidad tiene que ver con aquellas cartas a los Reyes Magos que no me aportaban mucho más que desencanto y un recelo desgarrador, a menudo rodeado de pijamas, calcetines de lana y otras prendas de primera necesidad que aceptaba con sonrisa fingida ante la familia y mis peores deseos para aquellos estafadores llegados de Oriente, lo que bien pensado es casi un déjà vu.
Quizás sea motivo de esperanza y celebración que, a día de hoy, el Barça presuma de ser el único club en el mundo que ha presentado más incorporaciones a los despachos que al propio vestuario del primer equipo. Tal proceder puede parecer extraño pero nunca novedoso pues recuerda a aquella reestructuración ordenada en su día por Joan Gaspart más allá de la eterna y remunerada presencia de Charly Rexach. La suya fue una apuesta descabellada que salió a las mil maravillas pues envió a la entidad a los infiernos deportivos y abrió un agujero en sus arcas por el que uno podía ver Narnia sin necesidad de meterse en un armario: el Barça, recuerden, ardió como un gran coloso en llamas y de aquellas cenizas rebrotó el club con una fuerza tan inusitada que llegaría a tocar el cielo poco tiempo después. “Brindemos por el optimismo, amigos, porque el olor a sepsis es inconfundible”, anuncia mi estimado Albert Martín en su blog, ‘La caverna azulgrana’, un canto a la esperanza para todos aquellos que nos fustigamos con la actualidad sin atender a las señales del pasado que nos auguran un espléndido futuro.
De soñar con Verratti, atención, hemos pasado al enfado con unos empresarios chinos por no querer vendernos a un futbolista que fracasó en el Tottenham, un planteamiento que ensancha los límites de la poesía necrológica y agranda la leyenda de nuestra particular naturaleza. Ese compromiso histórico con nuestros dirigentes nos llevó en su día a, por ejemplo, preferir al pequeño Saviola por encima del gran Zidane o aceptar que Qatar Foundation era la verdadera razón que se escondía tras la sonrisa de los niños más desfavorecidos… ¡Touché!
A los aficionados culers, al menos a esa gran mayoría sobre la que suelen sustentarse los peores gobiernos de la historia del club, nos pierde un sentido exacerbado de la lealtad hacia la alta burguesía que anula cualquier deseo de exigencia sobre los cargos electos. No hay otro club en el mundo dispuesto a boicotearse a sí mismo como el Barça, a disfrazar el suicidio de buena causa y de carnaval el entierro. Por tal motivo no debe extrañar a nadie que la ilusión sea confundida, al menos en mi caso, con una señora mayor vestida de luto: así fuimos, somos y seremos, diga lo que diga el boletín oficial de la esperanza.
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