La sorpresa perdida del viejo tenis
Toni Nadal relata desde París sus experiencias, en exclusiva, para los lectores de EL PAÍS
No hagamos filosofía del deporte si no queremos caer en el ridículo. La disciplina que me trae a esta columna consiste en pasar una bola por encima de una red y no vamos a hacer de ello un tratado metafísico. Sin embargo, uno tiene la edad que tiene y esto da una visión cronológica del tenis que invita a la divagación.
La importancia que ha alcanzado el deporte en el siglo XX y en lo que llevamos del siglo XXI sólo es comparable a la importancia que tuvo en la Antigüedad. La gran diferencia entre una época y otra es que para los filósofos griegos el cultivo del cuerpo se complementaba con el del espíritu, cosa que hoy en día, en caso de que se dé, nos trae sin cuidado.
Los deportistas de la época contemporánea han llegado a sustituir la influencia de los pensadores y teólogos de antaño y para ello no tienen ni que abrir la boca. Esta gran preponderancia del deporte y, por supuesto, todo el dinero que mueve, nos ha conducido a un refinamiento y a una especialización que, como a casi cualquier avance, le supongo un poco de retroceso.
Los tenistas actuales tienen un séquito —equipo, se llama en realidad y yo formo parte de uno de ellos— que atiende toda una serie de necesidades que se han creado y que, por tanto, hay que subsanar.
Los avances tecnológicos, que hoy en día son inevitables, hacen que el tenista disponga de un material que es un arma de alta precisión. Tenemos acceso a toda una serie de datos y estadísticas que nos avanzan información exhaustiva y precisa de nosotros mismos y del rival, de nuestros golpes y de los suyos, para poder diseñar la estrategia de antemano; sabemos la velocidad de cada golpe, cuántos drives y cuántos reveses realiza cada tenista; punto de devolución en cada situación; disponemos de todos los avances médico-científicos, técnicas punteras de recuperación y de preparación y un largo etcétera.
Cuando yo me aficioné a este deporte viendo por la tele un partido de Ilie Nastase, los tenistas no tenían nada de todo esto al alcance y, además, no se les pasaba por la cabeza. Jugaban con raquetas de madera con vete a saber qué tipo de cordaje y de tensión y me temo que ni tan siquiera viajaban con un entrenador. Si no recuerdo mal, Björn Borg fue de los primeros en tener uno. En cualquier caso, no ha sido hasta los últimos años del siglo XX cuando se ha producido el gran cambio.
Intento no ser de los que piensan que el pasado fue mejor, pero a veces echo en falta el elemento imperfecto de antes
Seguro que los tenistas de antaño no eran mejores que los actuales, pero no les quedaba más remedio que desplegar unas aptitudes que a mí se me antojan algo más románticas: la astucia de Ilie Nastase, la impredecible genialidad de John McEnroe, la intensidad de Jimmy Connors o la imperturbabilidad de Björn Borg.
Mi pregunta es: ¿Qué aptitudes ha perdido el deportista actual —pasa lo mismo en todos los deportes— que antes tenía que desarrollar en su absoluta autonomía y particular intuición? ¿En detrimento de qué características se ha asentado la actual comodidad? ¿Cuál es ese retroceso o debilitamiento que ha derivado de tantos avances?
Intento no ser de los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero a veces echo en falta ese elemento sorpresivo e imperfecto del tenis de antes que, sin embargo, nos enaltecía tanto como el tenis actual.
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