Aterrizaje en un cuento
La Champions inunda Cardiff, de cuyo castillo cuelgan sus estrellas. En el caso del Madrid es Gareth Bale, que llega a su casa pero no será titular
La llegada a Cardiff desde el aeropuerto parece la llegada de John Wayne a Innisfree, rodeado de campos y colinas verdes, ajeno a lo que le espera en el tranquilo pueblo. Una carretera estrecha serpentea hacia la ciudad atravesando la vegetación, y cuando el viajero se da cuenta lo depositan frente a un castillo medieval levantado en el año 1000 sobre los restos de un fortín romano; un castillo con puente y foso, de torres góticas, inspiraciones victorianas y escaleras con las que Alfred Hitchock podría haberse hecho inmortal, no precisamente subiéndolas.
Todo este paisaje de cuento de hadas se hace irreal cuando, con un vistazo hacia arriba, un enorme dragón domina el castillo extendiendo sus alas. No es posible visitar Gales sin atender a su delicada mitología: dos dragones, uno rojo y otro blanco, enfrentados a muerte en una lucha prolongada a través de los años con el único resultado de la muerte de humanos. Un enorme foso lleno de miel dejó a las bestias enterradas durante siglos pero con vida, hasta que el mago Merlín propuso que reanudasen su pelea con victoria del dragón rojo: el que adoptó como estandarte de su bandera el padre de Arturo Camelot, el mismo dragón que está en la bandera oficial de País de Gales y el que presta su color rojo a las selecciones de rugby y fútbol, que juegan sus partidos en el estadio Millenium. El mismo en el que mañana Juventus y Real Madrid se citan con su leyenda en Europa y la leyenda mitológica de dos bestias que reanudan su lucha dos décadas después de la última vez que se encontraron en Ámsterdam.
En los muros de ese castillo, cuando uno mira hacia arriba buscando en alguna ventana de la Torre del Reloj la trenza rubia de una princesa desdichada, se encuentra abruptamente con las estrellas de todos los equipos participantes de la Champions. De menor a mayor, en orden de eliminación, van apareciendo desde Iker Casillas, Messi y Manuel Neuer hasta Mbappé y Griezmann hasta llegar a la torre en la que aparece, como figura de la Juventus, Paulo Dybala, y como estrella del Real Madrid, el galés Gareth Bale. Encima de ellos, el dragón protege una réplica gigante de la Copa de Europa. Es el corazón de Cardiff, una ciudad repleta de banderines y publicidad que recuerda el partido del año; en uno de sus nervios comerciales, Queen Street, se levantan improvisados tenderetes futboleros en los que por repartir hasta se reparten bufandas del Olympique de Lyon.
Ciudad blindada
No hay aún la explosión de Lisboa, una ciudad colonizada por Madrid en 2014 para vivir una final histórica, ni el ruido festivo que hizo del Duomo milanés en 2016 una sucursal del Vicente Calderón, afición que se hizo con el ambiente en la última final de Champions. Cardiff tiene la población aproximada de Vigo, también echada al mar y creciendo a los pies de una bahía que levantó siglos atrás el comercio marítimo. Es una ciudad blindada a estas horas, centro de todas las atenciones mediáticas y punto de mira de medio planeta. En The Cloud, Friary Street, una mujer canta un hit de Amy Winehouse a las siete de la tarde; ha empezado el desembarco de miles de españoles e italianos a la cuna de Gareth Bale, segundo fichaje más caro de la historia del fútbol.
El sitio de Bale no está en Cardiff, sino en el futuro del Madrid. En su ciudad lo añoran como en Tottenham, subiendo desde el lateral zurdo en las exhibiciones ante el Inter durante una eliminatoria mítica. Benítez lo probó en la mediapunta, recomendado por el propio jugador, que veía en la salida por ambas bandas posibilidad de desborde y remate. Zidane lo hizo regresar a la derecha antes de que cayese en dos lesiones. Bale ha llegado a Cardiff, su mayor deseo de principios de temporada tras una Eurocopa antológica, no como estandarte que pegar en la torre del castillo, fruto de la euforia de los galeses, sino como posible revulsivo. En su primera temporada marcó el gol decisivo de la Copa en Valencia y el gol de la victoria de la Champions en Lisboa; desde entonces mantuvo rachas de juego impactantes que se diluían en lesiones inoportunas o cruces de cables. Si Bale es el hombre de la final en su casa probablemente lo vaya a ser desde el banquillo, y si Cardiff consagrará a uno de los dos gigantes europeos lo hará a quien no atienda al tiempo ni a las mieles en las que queda empantanado. A Cardiff se llega como a Innisfree pero cómo se sale no lo sabe ni Dios.
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