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Dumoulin se agiganta y afianza su liderato con su victoria en Oropa

El tremendo holandés remonta en la subida y remacha a Nairo, que pierde 14s en 300m

Carlos Arribas
Dumoulin, vencedor de rosa en el Santuario de Oropa.
Dumoulin, vencedor de rosa en el Santuario de Oropa.LUK BENIES (AFP)

Hay frases que hay que tomar en serio, aunque la primera vez que se oigan parezcan ridículas. Definen al que las pronuncia. Anuncian algo trascendente. Delatan un estado de gracia y una confianza que solo pueden ser reales. Un día de 1995, en julio, dijo Bjarne Riis que qué lástima que se neutralizara la etapa más dura del Tour, la del Soudet que se corrió en grupo por la muerte de Fabio Casartelli la víspera, porque ese día habría atacado y le habría ganado el Tour a Indurain. Riis no era entonces más que un danés muy grande que había demostrado un gran progreso en las contrarreloj y parecía poder pasar la alta montaña. El año siguiente, el 96, fue Riis quien impidió a Indurain ganar su sexto Tour.

Más de 20 años después, en mayo, el domingo pasado, Tom Dumoulin, un holandés muy grande, resistió más de lo que se esperaba en la subida al Blockhaus, e incluso quedó mejor que algunos escaladores, y declaró después que qué lástima haber subido un poco conservador, que si hubiera tenido más valor habría ganado la etapa. Solo se empezó a creer en su verdad dos días después, cuando aniquiló a la concurrencia en una contrarreloj diseñada a su medida. Solo se le ha creído de verdad, y con tanta fuerza que incluso ya se jura en su nombre, ya se le siente consagrado, después de una ascensión al santuario de Oropa, donde los Alpes empiezan a crecer en el Piamonte, en la que resistió a distancia el ataque de Nairo, logró que a su rueda en la persecución solo aguantaran dos o tres, y ni Nibali ni Pinot lo consiguieron, y no solo alcanzó a Nairo, el mejor escalador que muchos han visto, sino que lo superó, le atacó, le soltó y en solo 300 metros, sobre un pavés triste a 1.142 metros de altitud, le sacó 14s (24s con los 10 de bonificación).

Nairo llegó agotado y vacío, sin fuerzas en una montaña, borroso en la distancia. El colombiano queda a 2m 47s en la general, segundo; tercero es Thibaut Pinot, a 3m 25s.

La victoria del líder fue un aviso, una advertencia, una proclamación a sus rivales del tipo más vale que no os agotéis pensando que me podéis hundir en la montaña porque seré yo el que acabe con vosotros. Más os vale pensar que lo mejor que podréis conseguir será ser segundo. La próxima semana es la de los Dolomitas, la del Stelvio con nieve a más de 2.700 metros, la del Mortirolo y el monte Grappa.

Dumoulin corrió a lo Indurain, como todos dicen, pero corrió más que Indurain incluso. El navarro al que todos consideran una de las cumbres del ciclismo nunca fue capaz de ganar una etapa en línea, llana o de montaña, en ninguno de los cinco Tours o de los dos Giros en que se impuso. Indurain mide 1,88m y llegó a pesar, tras inmensos sacrificios, 78 kilos. Nunca pudo pesar menos. Su capacidad para escalar rápido con ese cuerpo es un milagro de la física, la señal de su grandeza única. Señal del ciclismo moderno, Dumoulin, de 26 años, mide 1,86m y pesa menos de 70 kilos. Ha perdido peso y ha ganado potencia, no solo relativa al peso (la clave para las ascensiones), sino incluso potencia absoluta, la que le hace superior en las contrarreloj.

Como una contrarreloj llana, pues sus vatios bastaron para allanar la carretera, ágil de pedalada, fluido, sin sobresaltos, siempre sentado en el sillín, interpretó justamente Dumoulin la subida. El holandés de rosa ascendió los 6,7 kilómetros de subida dura a Oropa en 17m 37s, a casi 23 por hora, medio minuto solamente más lento que Marco Pantani en 1999, una velocidad considerada imposible, solo al alcance del Pirata. Nairo atacó, como es su costumbre, a cuatro kilómetros de la cima, cuando los porcentajes más fuertes, por encima del 10%. Con su impulso se quedó solo, mientras a una distancia controlada, nunca superior a los 10s, Dumoulin subía a su ritmo, altísimo. Ninguno de los que le seguían, pegados a su rueda, Zakarin, Yates, Landa, Nibali, un poco Pinot, le daba un relevo. No porque no quisieran sino, como se comprobó poco después, porque no podían. Pese a todos sus esfuerzos, sus cambios de ritmo de escalador puro, de pie sobre los pedales, Nairo no pudo distanciarse de Dumoulin y su mochila, que parecía atado a él por una cuerda elástica que nunca se rompía. A falta de dos kilómetros, solo el ruso Zakarin y Landa aguantaban la rueda del rodador desencadenado; a falta de 1,5 km, Dumoulin alcanzó a Nairo y casi sin tiempo para respirar aceleró y atacó. Nairo resistió como pudo, pero se soltó cuando a 300m de la meta Dumoulin, imperial, lanzó el sprint para lograr una victoria que intimida. "He subido bastante rápido", dijo Nairo, quien añadió que los datos de su potenciómetro eran buenos. "Sencillamente hemos visto la fortaleza del líder".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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