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Futbolista Isco, jugador Bale

A Zidane le espera un debate perpetuo sobre la titularidad de uno u otro en Cardiff

José Sámano
Isco celebra su gol en el Calderón.
Isco celebra su gol en el Calderón. Laurence Griffiths (Getty )

La onda expansiva de la pasarela del Real Madrid y su querencia por el vedetismo difuminó en el verano de 2013 el semillero que se avecinaba en la casa blanca. El estruendoso fichaje de Gareth Bale por 100 millones de euros arrasó con todo, como si a su lado no creciera la hierba. Por la gatera, a la sombra del prometedor jugador galés —entonces más encumbrado por el mercado que por el césped—, llegaron cinco chicos casi de puntillas: Carvajal, Casemiro, Isco, más Morata y Nacho ya como asentados con el primer equipo. El coste de los dos primeros, hoy titulares indiscutibles, fue de 12,5 millones. El malagueño se alistó por 30 y los otros dos fueron reclutados del vivero de Valdebebas.

 Cuatro años después el impacto de cualquiera de ellos durante esta temporada ha sido mayor que el del británico, al que tanto condicionan sus lesiones como él condiciona el ecosistema del equipo. Alcanzada la 15ª final de la Copa de Europa, a Zinedine Zidane le esperan tres semanas de debate perpetuo sobre la titularidad de uno u otro: ¿El imponente Isco de las semifinales de la Champions y líder del pujante equipo B de la Liga o el lugareño y totémico Bale nacido en Cardiff, sede de la cita, como gran póster del evento?

Las exigentes excelencias del Real Madrid han hecho calar históricamente un dicho: si llegar es muy espinoso, quedarse puede resultar tortuoso. ¡Y no digamos enraizar! Isco ha superado las dos primeras estaciones. Sobre la tercera se da un fenómeno extraordinario, ya que el curso en el que más ha enganchado y goleado es en el que menos ha participado. Así de embrollado es el fútbol y así, así, es este Madrid deportivo-comercial como nadie. Pero, al mismo tiempo, capaz de enhebrar cristianos, aspirantes forzados a cristianizarse, una clase media-alta fabulosa y un magnífico pelotón de canteranos con brío y personalidad. Pero nada representa mejor lo intrincado de este club como el factor Isco.

Los dos son muy buenos, pero uno entiende todas las aristas del juego y otro solo explota sus virtudes

El andaluz llegó etiquetado como un futbolista de pecho frío, al estilo del inolvidable Manolo Velázquez y algunos otros de su perfil tantas veces bajo sospecha del madridismo por su presunto poco remangue. Le faltaba cartel, aunque, ironías de la vida, en una entidad que tiene en un pedestal el Balón de Oro resulta que Isco aterrizó en Chamartín con un par de ellos juveniles en su hoja de servicios. Por descontado, no tenía la púrpura de Beckham, pero eligió el dorsal 23. Todo un atrevimiento, por más que desde el principio se le identificara con otro 23, Özil, también tenido por un estilista sin sangre. Nada que ver, Isco lo ha desmentido. Y no solo porque en 2015 cambiara el número y se quedara el 22 de Di María, jugador con fuego en las venas.

Con el peculiar planillo de libranzas de Zidane, que a Isco le ha hecho ir en el camión escoba en la Copa de Europa, el 22 ha demostrado que el talento no conspira contra la eficacia. Ha ganado partidos por su cuenta, ha ejercido de paladín, ha goleado y ha asistido. Y, al menos en público, ni ha rechistado cuando tantas veces se ha quedado en el cuarto oscuro. Fue capital para agrietar al Atlético en la ida, lo mismo que para sobreponer al Madrid en la vuelta cuando el contrario estaba en erupción. Isco ya no es un verso suelto, equilibra al equipo con su palique con la pelota, sabe cuándo parar y cuándo acelerar. En sí mismo es un observatorio futbolístico. Su movilidad obedece a su gran peritaje de los espacios, lo que le deja fuera del radar del adversario. Y tiene una cualidad de la que muy pocos en el universo pueden hoy presumir. Desde Iniesta en plenitud no hay volante con su regate, con su destreza para ventilar líneas y sacar la cadena a los rivales. No solo filtra pases, también ejerce de infiltrado.

Isco es hoy un futbolista con mayúsculas, tomando por futbolista a quien maneja todas las aristas del juego en su favor y en el del gremio. Bale es un atleta de primera y un espléndido jugador, tomando por jugador a quien es capaz por sí mismo de despuntar, a quien potencia sus extraordinarias virtudes y no tiene mucha consideración por lo que barrunta que solo son accesorios colectivos. Por ejemplo, lo que demanda un partido en cada instante. No solo por su zurda recuerda a Rivaldo, otro mucho más jugador que futbolista. Como Bale, no por ello mereció desdén alguno, todo lo contrario. Se trata de clasificarle por lo que es y lo que pudiera ser con mayor aplicación.

A Bale le iría bien una fase de aprendizaje sobre el fútbol total. Ocurre que con la mochila de su precio y el empecinamiento —propio y del entorno— por entronizarse ayer antes que mañana no tiene tiempo para el estudio. Con los años, incluso Messi ensayó metódicamente su mutación. Hasta el CR ariete está en ello. Con Bale ya se verá. Con Isco ya se ve, aunque sea el titular más suplente del mundo. ¿O viceversa?

Los dos son muy buenos, pero en Cardiff, de no ser por una indisimulada recaída, todo apunta a la supremacía de Bale. Así lo quieren los galeses y así lo quieren los agentes bursátiles que pululan por La Castellana… Y quizá lo quiera Zidane. Aunque puede que el francés rebobine al último Clásico o recuerde el agobio de Simeone con el petardazo de Diego Costa en Lisboa. La gente, de dentro y de fuera, tomará nota del dedo señalador de Zizou. Al menos hasta saber si es el Real quien pone el lazo a la Orejona. Y no digamos si es Bale quien logra el gol de la 12ª, lo que no sería descabellado dada su calidad individual. De ser así, nada habrá importado. Salvo a Isco.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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