La primera guitarra
El Atleti somos un dolor de muelas. Saben que nos han ganado al límite del tiempo y al límite del reglamento
Yo nací en Madrid, en la Prospe, barrio que pertenece al distrito de Chamartín, así que todo indicaba que el equipo de mis amores tendría que haber sido el Real Madrid. Pero ocurrió como en los libros de Astérix. ¿Toda La Prospe era del Madrid? ¡NO! Una pequeña aldea resistía al invasor. Y cuanto más invadían nuestro barrio o nuestra aldea, más atléticos nos hacíamos los rebeldes o más rebeldes nos hacíamos los atléticos.
Nos tentaban con un gran supermercado y nosotros éramos una pequeña tienda. Nos tentaban con una película Disney y nosotros éramos un western de indios.
Vi en una cafetería de la calle López de Hoyos la final de la Copa de Europa contra el Bayern, aquella final del gol de falta de San Luis Aragonés, pero reconozco que estuve todo el partido más preocupado por meter mano a mi novia que por el partido. Yo tenía 16 años, y a esa edad todo es relativo menos tu primera novia que es absoluta. Eran los días de la primera caricia, la primera mirada, la primera guitarra…
Volvamos al presente.
Somos el Atleti, somos un dolor de muelas para el Real Madrid, somos diferentes. Saben que nos han ganado injustamente en dos partidos importantes los últimos años, saben que nos han ganado al límite del tiempo y al límite del reglamento. Sólo así han podido ganarnos. Fuera de juego o fuera de tiempo. Y también saben que hemos sido capaces de asaltar el Bernabéu ganándoles una Copa del Rey ahí, delante de sus narices.
Podían haber tenido unas semis relativamente tranquilas enfrentándose al Mónaco, o vengándose de la Juve, pero les ha tocado el dolor de muelas… y con la vuelta en el Calderón. No les podía haber tocado nada peor.
Cuando me preguntan por el Atleti, algo muy frecuente, me gusta hablar del estado de felicidad en el que llevo instalado desde hace unos cuantos años, debido a unos logros impensables hace no mucho. Tengo suerte en la vida, entre otras cosas por saber buscar la felicidad allí donde es difícil encontrarla. Por ejemplo, después de Lisboa y Milán supe encontrar la felicidad al darme cuenta del mérito impresionante de este equipo, y supe ser feliz con dos subcampeonatos de Europa que de pequeño me hubieran hecho llorar de alegría.
Así que empecé a ver la parte positiva, e incluso divertida, a eso: once Copas de Europa ocuparían demasiado sitio en mi casa y en mi corazón. Prefiero once guitarras, puestos a ocupar espacio. También preferiría once gatos u once semanas de vacaciones. El valor de esos objetos grandes, pesados, aparatosos, plateados, orejudos, es siempre relativo. Supongo que la que hace ilusión es la primera.
Sabremos pronto cuánto ilusiona una Copa de Europa.
La primera guitarra, la primera caricia, el primer gato, la primera Copa de Europa.
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