Balaídos, de impresionante a “paquetito bonito”
El presidente del Celta impulsa con su anuncio de que el club se marchará de Vigo un debate que provoca división de opiniones sobre el arraigo y apoyo que suscita el fútbol
El arraigo del fútbol trasciende a lo deportivo. “Se trata de ciudades que compiten contra ciudades”, decía Augusto César Lendoiro, el expresidente del Deportivo, que valoró en su día que el equipo coruñés dejase su emblemática ubicación junto a la playa de Riazor y se mudase a un nuevo estadio en una localidad vecina. Ahora son sus paisanos de Vigo quienes debaten sobre un traslado que no es común. El Espanyol habita en Cornellá-El Prat, pero los otros 41 equipos que componen el fútbol profesional español juegan en estadios ubicados en los municipios de los que llevan bandera bien en el nombre, bien en el imaginario de sus seguidores. La mayor parte de esas sedes son de propiedad pública, por más que en bastantes casos los equipos no paguen o abonen una cantidad simbólica o nimia por tenerla arrendada.
El Celta juega desde 1928 en Balaídos, un campo propiedad del ayuntamiento, y por cuyo uso y explotación no paga, sí por sus reformas no estructurales. Hace algo más de tres años cuando su presidente Carlos Mouriño planteó la necesidad de remodelar una instalación que acababa de suspender la preceptiva Inspección Técnica de Edificación encontró al alcalde socialista Abel Caballero en primera fila. Ahora, superadas las vacas flacas, Mouriño quiere un estadio propio, un recinto propiedad del Celta, una sociedad anónima en la que él detenta la mayoría de las acciones, títulos que dispararían su valor en la medida que el patrimonio de la entidad sea mayor.
El debate sobre la marcha del Celta de su casa de Balaídos ha llegado a todas las tertulias de Vigo, incluso a la mesa del entrenador del club, Eduardo Berizzo, que pone el acento sobre una carencia evidente que tiene que ver también con el deseo de disponer de una ciudad deportiva: “El Celta necesita un crecimiento de infraestructuras ya”, sostiene Berizzo. Con apenas dos campos de entrenamiento, también de titularidad municipal, el club oposita a subir al filial a Segunda División y lidera todas las categorías inferiores en las que participa. “Somos los únicos en España que lo hacemos”, se vanagloria Mouriño. Nadie discute sobre ese desamparo, pero cuando se pone sobre el tapete la cuestión de la propiedad de Balaídos o la marcha de Vigo la división de opiniones es total, al punto de que la federación que agrupa a las peñas que apoyan al equipo ha evitado pronunciarse en público para no polarizar el debate.
Abel Caballero ha optado de momento por el silencio tras escuchar el anuncio de Mouriño."Es preciso que el Celta se centre en sus retos deportivos y nada le distraiga del objetivo. No haré ninguna declaración que signifique generar tensión o distraer al equipo de sus objetivos deportivos", explica en una nota de prensa emitida 30 horas después de las declaraciones de Mouriño. Caballero apunta que le contestará al final de la temporada futbolística. "Pospondré cualquier argumento o clarificación, que los hay como todo el mundo sabe", apunta el comunicado. "Algunas declaraciones pueden esperar", zanja el alcalde. Para Elena Muñoz, del Partido Popular y líder de la oposición a Caballero, apunta que le ha puesto ”palos en las ruedas” al Celta. En octubre pasado Mouriño criticó con dureza a Muñoz cuando ésta recordó que en caso de venta del club a los inversores chinos, que según el Celta estaban interesados en adquirirlo, existía una cláusula de revisión del convenio de cesión municipal del estadio. “Estaría bueno que no pudiésemos jugar en Balaídos”, clamó entonces el presidente del Celta.
Abel Caballero, alcalde de Vigo, explica a través de un comunicado que no replicará al presidente del Celta hasta que acabe la temporada futbolística y apunta que "todo el mundo" sabe que dispone de argumentos
Mouriño sorpendió cuando en octubre planteó una suerte de ultimátum: o le vendían Balaídos al Celta o él traspasaba sus acciones a los postores asiáticos. Tres meses después, y tras advertir el ayuntamiento de que el estadio era un bien público que ni se podía ni se iba a vender, anunció que rechazaba la oferta de unos inversores chinos sobre los que siempre hubo un velo de misterio. Caballero expuso entonces una solución para desbloquear la situación que pasaba por una concesión administrativa del estadio al Celta durante medio siglo. “Es la opción más conveniente, la que marca la ley y la que se hace en otras partes de España”, argumentó. Elena Muñoz le criticó porque entendía que se ponía una medalla al copiar un planteamiento del Partido Popular. Pero Mouriño no solo se desligó de las disputas políticas sino desechó de plano de esa idea porque quiere fortalecer el patrimonio del club que controla. “Miro por el futuro del Celta”, esgrime. Hace tres años cerró la compra de una nueva sede social en pleno centro de Vigo, un emblemático edificio por el que pagó cinco millones de euros y que está a punto de reinaugurar “al servicio del celtismo”.
Antes del último otoño Mouriño era un hombre feliz con las obras de Balaídos, por más que los retrasos se acumulasen y la temporada hubiese comenzado sin una cubierta sobre la tribuna principal del estadio y problemas para cumplir los requisitos para jugar la Europa League. “Podemos estar en desacuerdo con retrasos y muchas cosas puntuales, pero la obra es impresionante para todos, para la ciudad y para el Celta. Será una de las cosas de las que tenga un recuerdo más agradable de mi estancia en el Celta”, explicó cuando al comenzar septiembre planteó que su estancia en el club tenía fecha de caducidad. Mouriño estaba satisfecho con el camino emprendido para acometer una reforma que, con todo, ha avanzado a empellones y por ahora, tras trabajarse apenas sobre uno de los cuatro graderíos presenta acabados muy mejorables, “un paquetito bonito que no está de acuerdo a nuestras pretensiones”, explica el presidente celeste.
Durante bastante tiempo Mouriño y Caballero fueron de la mano. El alcalde le escuchó y asumió la bandera del nuevo Balaídos, encontró un socio en la Diputación Provincial y contó con el Celta, que acometió el inicio de la reforma de los graderíos, pero fracasó en su empeño de integrar nuevos inversores como la Xunta de Galicia o el Consorcio de la Zona Franca de Vigo. En el convenio firmado en junio de 2015 sobre el mismo césped de Balaídos y en presencia de Mouriño, Ayuntamiento y Diputación se comprometían a aportar a partes iguales el dinero preciso para completar la reforma del estadio aún en el caso de no encontrar más empresas o instituciones dispuestas a colaborar. “Es un proyecto ambicioso y con sentido común”, valoró Rafael Louzán, entonces presidente de la Diputación y ahora máximo mandatario de la Federación Gallega de Fútbol.
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