Contador da el primer susto en la Vuelta al País Vasco
El ciclista de Pinto se cae en el último kilómetro pero evita perder un minuto en la meta. Michael Matthews gana la primera etapa
Todo iba normal en la primera etapa de la Vuelta al País Vasco, o sea con calma, con la calma justa del pelotón. O sea, con una escapada consentida y de repente el niño, los niños (tres: Mas, Bagot e Igor Antón) se esconden tras las patas de una mesa. Les dejan esconderse hasta que llega la hora de la merienda y entonces no hay más que hablar. Les cazan y a la mesa. A comportarse que hay esprínters hambrientos. El problema es que en esa batalla tan habitual, la de un lugar en la mesa, hubo uno que llegó tarde, Alberto Contador, el hermano mayor de la carrera, el perito en lunas, que llegó a 1,04m del pelotón cuando ni llovía, ni hacía sol, ni hubo viento, ni abanico, ni rivales que se volvieran ariscos, ni que le hicieran cosquillas que es lo menos que te pueden hacer en el inicio insípido de la carrera. Pero no pasó nada: Contador se cayó dentro del último kilómetro y la desventaja pasó al olvido. Fue un susto, no una herida.
Se durmió Contador, quizás se apelmazó o se equivocó en su lugar en el pelotón. No se sabe. O que algo ocurriera imprevisible que le pillara en el lugar más alejado del salón del trono. Pero pudo perder más de un minuto en una carrera tan poco exigente, tan poco atrevida, tan conveniente, en los últimos kilómetros, en los de la verdad.
Ganó Matthews que se impuso a MCCarthy y Gerrans en un sprint fantástico de tres australianos on fire. Sprint de poderío, de riñones y de piernas, de fe, esperanza y ninguna caridad. Sprint de esprínters, de los de toda la vida, después que los escapados cubrieran su cuota de pantalla. Ahí se sacrificaron Antón, Más y Bagot, a sabiendas de que las nubes nublarían el sol. El cielo no era para ellos.
La etapa estaba condenada al sprint, bordeando verdes y marrones de la campiña navarra, en el primer trámite de una carrera que ha suavizado su perfil para no herir sensibilidades. Un roneo antes de las grandes citas, de los grandes encuentros. Lo que no se esperaba es que Alberto Contador dimitiera antes de tiempo, entregara su hoja en blanco en un examen de rutina, por culpa de una caída colectiva, una situación de mala suerte en el kilómetro de la suerte, el kilómetro final. Un minuto era una vida en una carrera como esta donde las diferencias tienen más que ver con los despistes que con las dificultades. El triunvirato Contador-Valverde-Henao estuvo a punto de perder al hijo pródigo.
Fue una caída inoportuna (el ciclismo se basa en grandes gestas y grandes caídas), un accidente, un aviso o una vacuna (se verá). Lo único cierto es que una etapa tranquila, rutinaria, estuvo a punto de convertirse en un conflicto diplomático entre el cuándo y el cómo se cayó Alberto Contador. Pero solo fue un susto, una errata en un dictado.
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