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EL QUE APAGA LA LUZ
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿En qué vuelta se rompe el coche?

El McLaren vuelve a convertir a Fernando Alonso, de quien dicen que es el mejor piloto, en un meritorio

Fernando Alonso, en el desfile de los pilotos antes de la carrera de Australia.
Fernando Alonso, en el desfile de los pilotos antes de la carrera de Australia.TRACEY NEARMY (EFE)

Arrancó el Mundial de Fórmula 1 en Australia y el aficionado patrio menos preocupado por el asunto, que no trasnochó ni madrugó para ver la carrera en directo, consultó durante el desayuno su ordenador o su teléfono móvil con el fin de conocer el dato que más le interesaba, esto es, en qué vuelta se había roto el coche de Fernando Alonso. Supo entonces que ocurrió en la vuelta 50, a siete del final, y que la culpa esta vez fue de la suspensión, detalle insignificante pues podría haber sido de cualquier otro elemento del vehículo con la excepción del radiocasete, que al parecer funciona bien.

Así transcurre la existencia de Alonso desde que en 2015 decidiera fichar por la escudería McLaren, triunfadora en años pretéritos, cuyos monoplazas, equipados con motores Honda, están provocando la rechufla general. Y no se trata solo de la malignidad que destilan las redes sociales, que se regodean con la inminente presencia del McLaren en algún solemne paso de Semana Santa o con las dificultades que encuentra para pasar de 0 a 100 en una tarde. Igual de jocoso resulta que en una rueda de prensa anterior a la carrera de Australia, al ser preguntado Alonso por los cambios que podrían hacer mejorar a la lánguida F-1, el español respondiera en broma: “El mismo motor para todos”, a lo que Lewis Hamilton añadió: “Sí, pero que no sea Honda”.

Todos los especialistas en la materia aseguran que la profesionalidad de Alonso está fuera de toda duda, que su dedicación y capacidad de trabajo, lejos de menguar arrasadas por las desgracias, son cada vez mayores. “Yo no he fallado”, aseguraba el piloto en una entrevista en el diario As, en la que preguntado si había pensado en irse, contestó: “¿Adónde? ¿Me meto en la cocina? ¿Hago el desayuno? ¿Me siento en el sofá?”. Sin ser ni mucho menos indecoroso meterse en la cocina, hacer el desayuno o, por supuesto, sentarse en el sofá, Alonso transmite una desesperación que se antoja comprensible. Año tras año le vemos repintar sus blasones, que diría el poeta, afirmar que luchará por llegar al podio, por ganar de nuevo carreras, por volver a lo más alto, estupendos propósitos que suelen irse al limbo pongamos en la vuelta 50 de la primera carrera.

Es curioso este deporte (de alguna manera hay que llamarlo) en el que un individuo gana el título mundial, anuncia de inmediato su retirada y unos meses después nadie le echa de menos. Acaba de ocurrir con Nico Rosberg. Y más curioso aún es que voces autorizadas sigan señalando a Alonso como el mejor piloto de cuantos compiten aunque no gane una carrera desde el Neolítico. El último en manifestarse así ha sido Emerson Fittipaldi, aquel piloto dos veces campeón del mundo y que conocimos en España en los años setenta porque su apellido servía como mote para cualquiera que metiera la cuarta en el seiscientos.

Así se escribe la Fórmula 1, una competición en la que todo lo deciden una máquina y un sinfín de intereses creados, hasta el punto de que el que (dicen) es el mejor piloto pasa los días en el papel de meritorio. Y así sobrevive lo que algunos aún llaman deporte pero que desde hace muchos años no es sino el juguete de Bernie Ecclestone, ese figurín de edad provecta que lleva toda la vida paseándose por los circuitos del brazo de alguna venus, y al que han desalojado del trono tras acumular con este su particular negocio una fortuna cercana a los 3.000 millones de euros. Un negocio que en España sirvió para que engordaran aún más su lucro los populares criminales de la trama Gürtel y que hoy mantiene su interés por el simple hecho de que a Fernando Alonso no le ha dado todavía por meterse en la cocina, ni por hacer el desayuno, ni por sentarse en el sofá.

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