Osasuna oscurece al Eibar
El conjunto rojillo merece más ante un rival que pecó de prepotencia
El virus más contagioso es el de la superioridad. Nada frena más que la sensación de dominio. A Osasuna le queda un hilillo de voz casi imperceptible, la voz de la agonía, pero al Eibar le pareció un duermevela, un mantra del que podría salir cuando quisiera vista su manifiesta superioridad en el discurso. Desde el minuto uno se sabía quién mandaba en el partido, quién lo quería y quién lo sentía necesario. A Osasuna la voz no le da para un cántico. Pero se puede cantar con la voz ronca, sobre todo si te la juegas en el último concierto. Y el Eibar pensó que con un do de pecho en cualquier momento se solventaba un partido. Cuatro dio el japonés Inui y a las cuatro respondió Sirigu como un muro infranqueable. Eran disparos de media distancia, trazados de fuera hacia adentro, todos iguales, pero todos con el mismo final. Hasta ahí llegaba la combinación de Eibar, sin presencia alguna de su delantero centro, Enrich, ni de su media punta, Adrián, oscurecidos bajo el oscuro cielo de Pamplona.
Decidió el Eibar que la paciencia fuera su argumento. Paciencia que el Osasuna interpretó como superioridad y se acobardó en la primera mitad, derrotado moralmente por su incapacidad para ganar en su casa y por los escuálidos números de su clasificación. Difícil motivarse cuando hay pocos motivos para ser feliz y difícil para el Eibar cuando decidió actuar como si su ejército hubiera ganado de antemano un batalla perdida por su rival.
No entendió a Osasuna. Le concedió la mitad del partido y como el Eibar no lo aprovechó pensó que quizás el fútbol le concedía una oportunidad. Y eso que Kike García, en el primer balón que tocó, tras sustituir a Adrián, consiguió el gol que el Eibar buscaba con su blanca palidez. Y más que enrojercerse de alegría, pareció que se sonrojaba. Marcar el gol y evadirse del partido fue todo uno. Recibir el gol y meterse en el partido fue todo uno para Osasuna que comenzó a hilvanar, a coser, a pespuntear, gracias sobre todo a Jaime Romero, un alfiler en el costado, y a Roberto Torres, inasequible al desaliento.
Osasuna borró al Eibar que confiaba mas en las carencias del rival que en su virtudes. Pensó a lo grande: un gol es suficiente, en vez de en el menudeo de los puntos laboriosos, su estilo. Osasuna fue un torbellino impulsado por el orgullo, más allá de los motivos. Y empató Kodro en una jugada magnífica entre Torres y Romero que el delantero empujó en la raya de gol. Y pudo y debió ganar con dos cabezazos de Loé y de Oriol Riera que exigieron la mejor fotografía de Yoel. El empate dibujo un perfil borroso del Eibar, que no fue el Eibar, y nítido de Osasuna que se pareció a o que quiere ser.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.