¿No provocarás?
Hay un código interno que dice que no se hacen excesos cuando un equipo sentencia el partido


Que el fútbol es algo más que un deporte se demuestra en la admiración que producen ciertas tarjetas rojas y el escándalo que levantan ciertos malabarismos. Hay un código interno en ese oficio, que se quiebra más de lo natural, que dice que no se hacen excesos cuando un equipo sentencia el partido. Tiene sentido porque el rival ya sólo piensa en irse al vestuario y suele estar relajado, desconcentrado o enfadado; no tiene sentido porque el público ha pagado una entrada y se queda sin ver espectáculo para que no se ofenda nadie.
Este tipo de lecciones sugiere alguna pregunta. La primera de ellas sería qué es provocar, por qué lo suele decidir el provocado y cómo se da cuenta el provocador de que lo está haciendo.
El debate afecta principalmente a jugadores regateadores como Neymar, a quien esta semana ha señalado su propio vicepresidente (“provoca al defensa y sale malparado”): Neymar al menos provoca al enemigo. El lateral De Marcos, el día anterior al Barça-Athletic, dejó dicho en el El Mundo que el brasileño “tiene que aceptar” que vayan a por él “con agresividad”. La respuesta de De Marcos alude a una lambretta que Neymar le hizo a un jugador del Athletic con el partido en 3-1. La lambretta era una maniobra con la cual Neymar evitaba a su marcador y se iba a la portería contraria, no una pirotecnia con la que regalarse; sin embargo, tras derribarlo, los rivales lo rodearon y lo zarandearon.
Laudrup, esta temporada, rajó del brasileño provocando respuesta de Zidane (“cada uno interpreta el fútbol como piensa”). Y nadie ha sido tan duro con el jugador como el diario barcelonista Sport, que dijo que daba una “imagen estrafalaria” y tenía “carácter prepotente, comportamiento macarra y actitud egoísta”, si bien esto ocurrió cuando Neymar parecía que iba a fichar por el Real Madrid.
El 11 del Barça es un jugador que levanta ruido. Además es piscinero, que debería enfadar más a los rivales que un caño. El debate le afecta en la medida en que no sabe jugar de otra forma: la solución pasaría por vulgarizarlo o sustituirlo por un jugador con menos talento: sugerir esto debería zanjar el debate. Pero como el fútbol es el deporte de la calle, y sus leyes se heredan desde el barrio al estadio grande, nadie al teclado o al micrófono va a conseguir que un defensa con un 5-0 en la espalda, sobrepasado por un tipo habilidoso, se gire para decirle qué bueno es.
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