El tambor de Neymar silencia a la Real
El brasileño impone su ley en la banda ante un conjunto donostiarra que no encontró su fútbol
La Real Sociedad salió a Anoeta como los caballos en el hipódromo, desbocados, ansiosos por liberarse del pequeño cajón donde se acumulan las tensiones, y por unos minutos pareció que, una vez más, iba a encajonar al Barcelona y ponerle el balón allí donde no lo alcanza. Así había conseguido que el conjunto azulgrana no ganase en sus ocho visitas anteriores a Anoeta, su terreno maldito, la fragua de sus conflictos, el infierno de los experimentos de los entrenadores a los que siempre les estallaban las probetas en los ojos.
Fueron unos minutos en los que a Oyarzabal le dio tiempo a aprovechar un error infantil de Umtiti para disparar desde fuera del área por encima del larguero. Ahí se acabó el gas y ahí comenzó el Barcelona a limpiar la moqueta, recoger los cristales rotos de sus primeros tropezones y servir la mesa en la que se sientan sus principales comensales.
La voz cantante la llevó Busquets, el encargado de limpiar la mesa, ordenar los platos y, de esa forma, evitar la salida impetuosa de la Real, que comenzó a ahogarse en un vaso de agua. Como Iniesta se había congelado, desconectado de la red eléctrica del partido, Messi decidió actuar de centrocampista libre, o sea, del que recibe, del que roba, del que empuja, del que asiste. Busquets, por detrás, y Messi, por delante, condenaron a Illarramendi y Zurutuza al ostracismo. Sin ellos, la Real pierde la nomenclatura, el orden, el punto de partida.
Y el Barça, ya ordenado, serenado, sobre todo, conjuntado, al fin, encontró un penalti ingenuo de Aritz Elustondo a Neymar, tan indiscutible como evidente, uno de esos penaltis nerviosos que cometen los futbolistas nerviosos cuando se les escapa el oponente, vaya a donde vaya. Messi le concedió el honor a Neymar de concluir lo que había iniciado y engañó a Rulli para hacer el gol.
El Barça no solo había puesto la mesa sino que se había comido el primer plato de un bocado. La Real no encontraba a su línea de tres. Carlos Vela jugaba entre visillos, Oyarzabal apenas corría las cortinas y de Xabi Prieto no había noticias tras la persiana. Por eso Willian José era un náufrago sin agua, siquiera, para beber. Y por eso el Barça pudo correr, especialmente Neymar que encontró en Elustondo la ternura que necesitaba para doblegar su ímpetu.
Amarilla a Messi
No era la Real esperada, demasiado nerviosa, demasiado irritada, demasiado obtusa en jugar por el centro donde el Barça le había lanzado una red tupida, con los agujeros tan pequeños que no entraba ni una aguja. Y no era el Barça artístico, sino el laborioso, para proteger el gol obtenido y buscar la red rota de la Real. Para que no faltase de nada, en esta noche de tambores y barriles, llego la tarjeta a Messi (por pérdida de tiempo) que dio origen a un Messi irritado, enojado (por una acción previa de Yuri) hasta el punto de discutir con el árbitro camino de vestuarios como hacía tiempo que no se veía.
Neymar pide la pelota desde los 11 metros
Desde la semiluna del área, Neymar trazó unos pasos laterales hacia la izquierda y se perfiló hacia la pelota al tiempo que inició la carrera. Unas pocas zancadas, paradinha falsa con otros pasitos muy rápidos pero sin apenas abarcar metros y chut cruzado a media altura y a la red. Gol de penalti de Neymar, que se subraya desde los 11 metros porque así lo quiere Messi, que le concede el protagonismo —le ha dejado tirar los dos últimos— porque sabe que al brasileño se le pide más goles sin rebajar su número de asistencias (15). El brasileño, que ha marcado el 72% de las penas máximas como azulgrana (13 de 18), suma ocho tantos en esta temporada, cuarto goleador del equipo tras Messi (27), Luis Suárez (18) y Arda (12). Iniesta, por su parte, abandonó el terreno de juego en el entreacto por unas molestias en el sóleo de la pierna izquierda. Hoy se le realizarán más pruebas.
El partido se rompió en la segunda mitad. A la Real no le quedaba otra que intentar quitar el mantel con toda la vajilla encima. Zurutuza dio un paso adelante, técnica y anímicamente, Illarramendi, aún confuso, aceleró las pulsaciones. No le convenía ese partido al Barça, que le borraba el medio campo y convertía la tecnología en cardiología. Perdió el balón y ganó el contragolpe: un tú a tú de personalidades distintas, aunque no opuestas. Luis Enrique refrescó el centro del campo con Andre Gomes y Denis Suárez, en lugar de Iniesta y Rakitic, en busca de frescura. La Real fue refrescando los pulmones y las piernas. El menor descanso del conjunto donostiarra comenzó a notarse, aunque el corazón fuera más poderoso que las agujetas.
Tensionado el asunto, que ya venía con un electrocardiograma complejo (que si los antecedentes, que si los errores arbitrales, que si la tamborrada, que si los horarios...) se dirigió al juzgado de guardia del colegiado para dirimir roces, choques, faltas, actuaciones. Y el árbitro se equivocó dos veces, primero en un fuera de juego inexistente de Zurutuza, solo ante Cillesen, y después en un penalti de Rulli a Neymar que convirtió en amonestación al jugador brasileño.
El partido no tenía costuras y por eso se notaban tanto los costurones. Pero el Barça no solo encarriló la eliminatoria sino que apartó de un manotazo al fantasma de sus últimas visitas a Anoeta. Por fin, Luis Enrique ganó en San Sebastián, aunque fuera con el buzo en lugar del pincel del dibujante.
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