El equipo feliz
La vida sonríe al Real Madrid. Si algo terrible le pasase a este equipo, también eso le haría bien.
El Madrid gana, golea, arrasa a sus contrincantes, y al acabar arranca a toda velocidad, dejando detrás una nube de polvo y al otro equipo a ciegas, con tos. Pero no es lo peor. Esto es algo que el club blanco ya hizo otras veces. La novedad, y lo terrible, estriba en que ahora el Madrid también es feliz. Solo le faltaba eso. Sus jugadores transmiten la sensación de irse temprano a la cama, rezar por las noches y beber mucha agua del tiempo. Forman una de esas escenas en las que se juega, se baila pegado, se charla y se toca el piano, casi firmadas por Renoir. Ya no parece ese equipo que sabe que va a ir al infierno y que intenta marcharse a lo grande, llevándose consigo los trofeos más deseados. De pronto, son unos fanáticos del cielo, y su tranquilidad y limpieza, y quizá el hilo musical.
La vida le sonríe. Si algo terrible le pasase a este equipo, también eso le haría bien. Nada cabe hacer contra la inercia. ¿Un empate? ¿Incluso una derrota? Tal como están las cosas, en la plantilla lo tomarían por una alegría, como aquel día que Borges y María Kodama visitaban las pirámides de Saqqara, y de pronto apareció mucha gente, incluido un tipo al que le faltaba una oreja, y los rodeó, y el escritor argentino, tan tranquilo y feliz, sólo dijo: “No nos preocupemos, ¡disfrutemos de este momento antes de que nos maten!”. Quién nos lo iba a decir: el Madrid. Precisamente el Madrid, acostumbrado a ganarlo todo, y siempre insatisfecho porque no había ganado nada más. Le gustaba vivir en el ojo del huracán. Cuando las cosas le iban demasiado bien, en su naturaleza estaba complicarse la vida para buscar de nuevo la victoria en condiciones adversas, contra los elementos, aunque no hubiese elementos. Sólo en mitad del naufragio, como dijo aquel, conseguía estar realmente a salvo.
Por supuesto, la felicidad perpetua del Madrid no durará siempre. Simplemente, ahora se hace difícil pensar en un crack. Recuerdo que el padre de Stravinsky se murió al rato de decir “¡Qué bien me siento! ¡Pero qué bien me encuentro!…”. Pero aún así. No hace nada que el camino que seguía el club, después de ganar la Champions, conducía al infierno. Zidane no tenía ni idea de entrenar. El equipo no jugaba a nada. Isco daba vueltas por la habitación, preguntándose si se iba o no se iba a otro lugar. Benzema mantenía la cabeza en sus problemas personales, y sólo entre fallo y fallo marcaba. En mitad de sus mejores momentos, Bale incurría en una nueva lesión que lo hiciese mejor futbolista. Cristiano Ronaldo ya no desbordaba, y tampoco marcaba de falta. James había dejado de valer 80 millones de euros y, como Isco, ignoraba qué iba a ser de su vida. ¿Navas? Recordaba sus grandes paradas por viejos vídeos de Youtube. Por supuesto, la defensa ofrecía escasa seguridad. Y aún por encima, Asensio era el gran fichaje del verano. Con estos mimbres el Real Madrid lleva casi 40partidos sin perder. Tal vez esto sólo signifique que cualquiera puede ser feliz.
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