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Río de Janeiro abandona Maracaná

Después del brillo de los Juegos, el templo del fútbol brasileño está sin luz, con el césped seco y dominado por los gatos

María Martín
El césped del Maracaná comienza a secarse.
El césped del Maracaná comienza a secarse.
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Mientras los turistas desembarcan a decenas en el asfalto hirviendo del entorno del Maracaná, toman fotos junto a las taquillas, compran llaveros y camisetas de la selección canarinha y aplauden al imitador de Pelé, al otro lado de la valla languidece un estadio abandonado.

El césped no se riega y empieza a amarillear, hay restos de palomitas de maíz, escombros y botellas por todas partes, asientos arrancados y almacenados como si fuesen basura y montañas de muebles abandonados. Tampoco hay luz hace una semana y los gatos, que siempre merodearon por el templo del fútbol brasileño, tomaron definitivamente el lugar con su característico olor a amoniaco.

Lejos ha quedado el brillo de las ceremonias de inauguración y de clausura de los Juegos Olímpicos, donde los brasileños recuperaron su autoestima como los anfitriones más alegres del mundo. Lo que se recuerda ahora son los 1.300 millones de reales (384 millones de euros) que costó su sobrefacturada reforma en 2013 para el Mundial y el porcentaje del 5% que el entonces gobernador de Río de Janeiro, el hoy preso Sergio Cabral, supuestamente cobró a, por lo menos, una de las constructoras ganadoras del contrato.

La concesionaria justificó con imágenes su renuncia a reasumir el estadio.
La concesionaria justificó con imágenes su renuncia a reasumir el estadio.

El abandono del principal palco de las hazañas y batacazos del fútbol brasileño reside en el conflicto entre empresas que intercambian acusaciones mientras se cruzan de brazos: por un lado, el Comité Río 2016, responsable por la organización de los Juegos Olímpicos y con problemas de caja para saldar sus deudas, y por el otro, la administradora del estadio, Maracaná S.A., empresa de la constructora Odebrecht, una de las responsables de su reforma y protagonista del mayor escándalo de corrupción de Brasil.

El conflicto comenzó cuando la concesionaria cedió el estadio a Río 2016 del 30 de marzo al 30 de octubre para la organización y celebración de los Juegos bajo la condición de devolverlo en las mismas condiciones que se entregó. El acuerdo no se cumplió y la empresa, que se niega a aceptarlo de vuelta, exige una serie de reparaciones. La lista contempla desde el cambio de ventanas rotas, a la reposición de muebles, hasta la entrega de certificados técnicos que demuestren el grado de desgaste de la cobertura del campo tras el espectáculo pirotécnico de las ceremonias. “En la Copa del Mundo hubo una quema de fuegos artificiales que la FIFA tuvo que compensarnos con 16 millones de reales porque la cobertura perdió vida útil por el recalentamiento. En los Juegos Olímpicos y Paralímpicos hubo cuatro espectáculos de fuegos. Esa cobertura soporta 40 toneladas, durante los Juegos, entre banderas y demás, soportó 180 toneladas. No podemos aceptar el estadio sin ese documento, es una irresponsabilidad”, alegan fuentes de la empresa.

El Comité Rio 2016, a través de su portavoz Mario Andrada, reconoce que incumplió el plazo, que expiró el 31 de diciembre, para hacer las reparaciones acordadas que, según sus cálculos, ascienden a 400.000 reales (118.000 euros). Según Andrada había otras prioridades antes como reembolsar dinero a los aficionados que devolvieron sus entradas (llegó a deber 17 millones de euros) o pagar a sus prestadores de servicio que aún esperan saldar cuentas, no divulgadas, desde agosto. Andrada afirma también que cuando el Comité asumió la gestión invirtió millones de reales en reformas y en poner al día la manutención del sistema de gas, de las escaleras mecánicas y de los ascensores. El Comité niega que no haya presentado los certificados técnicos requeridos.

Decenas de sillas fueron arrancadas y almacenadas como escombros.
Decenas de sillas fueron arrancadas y almacenadas como escombros.

Ante los problemas, nadie quiere ser el gestor del estadio, el Comité dice que lo entregó y la empresa que no lo aceptó. En los últimos meses se han disputado incluso varios partidos del Vasco, Flamengo y Fluminense sin que se supiese quién era el verdadero responsable del campo. “Casi todos los eventos se han realizado en un proceso de informalidad. Cada club buscó a la concesionaria, al Gobierno de Río y al Comité Rio 2016 y ninguno admitía ser el administrador del estadio. Hay un error original que explica el hecho del Maracaná ser un estadio sin dueño y está en que el Gobierno de Río mantiene un vergonzoso silencio en todo este proceso”, criticó el periodista y comentarista deportivo del diario O Globo, Carlos Eduardo Mansur.

En los bastidores del embrollo, además de las dificultades financieras del Comité, hay una nueva concesión para elegir otro administrador para el estadio porque la empresa, que ganó en 2013 una concesión de 35 años, ya no tiene interés en quedarse con él y mucho menos invertir dinero en reparaciones y manutención que cree que no le corresponden. Cuando Odebrecht asumió el Maracaná pretendía convertirlo en un enorme complejo deportivo, con centro comercial, tiendas, museo, parking… un negocio que era rentable. Pero el Gobierno del Estado, presionado por movimientos sociales que se oponían a la demolición de estructuras del complejo como la pista de atletismo o la piscina que lo integran, fue cancelando unilaterlamente los acuerdos limitando la explotación al campo de fútbol. "En esas condiciones, quedando solo el estadio, no nos interesa", reconocen en la empresa. "Y con la crisis que vive el Estado y el propio Comité, no tenemos ninguna garantía de que si asumimos esas reparaciones van a devolvernos el dinero".

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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