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Dos ronquidos del Athletic silencian la sinfonía del Celta

Los rojiblancos ganan a falta de 12 segundos a un Celta majestuoso que perdonó los múltiples pecados de su rival

San José celebra con Aduriz el gol de la victoria.
San José celebra con Aduriz el gol de la victoria.Luis Tejido (EFE)

El alambre del Athletic es tan fino como el de un funambulista del Circo del Sol. Es el que le distancia del Athletic visitante del Athletic anfitrión. El primero se cae casi siempre por una mala postura del pie o un fallo de desatención; el segundo, se lanza al abismo de San Mamés con la confianza de una red tan real como imaginaria. El problema es cuando el alambre se cimbrea, agitado por equipos voraces como el Celta, que no se fijan demasiado en qué ciudad juegan, ni ante qué público, ni con qué jefe de pista. El Celta le convirtió el escenario en un circo cuadrado. Y el Athletic es un clásico como para convertir la circunferencia en cuatro esquinas. Demasiada imaginación. Pero sobrevivió en San Mamés con dos milagros que absolvieron todos sus males y condenaron a un Celta majestuoso que le perdonó todos sus pecados.

El Celta le acorraló, le encajonó, le quitó el balón, el aliento... hasta las ganas. Le enseñó los galones y el traje de campaña al mismo tiempo. Es decir, le dejó desnudo. Y en Bilbao esta vez hacía frío, tanto que se congeló Beñat, que es como meter al Athletic en el frigorífico esperando que llegue un festejo para sacar el manjar. O sea una falta, un córner, un centro, un penalti algo accesorio, nada elaborado, muy circunstancial.

Dominio céltico

Y eso que el Celta dominó en todo el campo, en la defensa con un matemático Cabral, en el centro con la ciencia de Radoja y en la delantera con el avispero de Iago Aspas y el zumbido permanente de Guidetti. Y eso que jugó con fuego, y se contoneó con la ley de Murphy, es decir, en 20 minutos se plantó dos veces delante de Kepa Arrizabalaga, con metros y tiempo para decidir y Guidetti lanzó fuera, como si el portero le produjera lástima, y Aspas remató de vaselina al travesaño como si fuera un ejercicio de precisión, más que una acción de gol.

Mientras tanto, el Athletic solo había dado seis pelotazos: lo peor es que cuatro de ellos los dio Beñat. Un mal síntoma, una señal de impotencia, un atasco sin semáforo. Nada funcionaba en el Athletic, desordenado en defensa, inexistente en el centro el campo y ausente en ataque. Solo cinco minutos, cinco solo para ser quien era. No es que iluminase el firmamento pero echó un par de cohetes de feria en dos remates de Aduriz, uno dio en el brazo de Cabral, otro lo repelió Rubén.

Fueron como dos salidas de tono en el concierto del Celta, tan persistente como el Bolero de Ravel, tan intenso, tan fino, tan solemne. Tanto, que el primer violinista, Iago Aspas, volvió a tropezar con el poste en otro ejercicio de cuerda ante una defensa desafinada. Y después surgió Kepa para frenar a la orquesta de Berizzo con dos paradas a disparos de Aspas y Radoja. El Celta estaba malgastando pólvora en unos juegos artificiales maravillosos: una orquesta que borraba al Athletic y silenciaba al público. San Mamés, bajo la lluvia era lo más parecido a Mordor.

Pero es caprichoso el azar y quiso el destino que Roncaglia cometiera un penalti sobre Williams que conllevó el gol del empate de Aduriz y la expulsión del central. Y todas las certezas del Celta se convirtieron en dudas sancionadas por una acción a 12 segundos del final con un centro de cabeza de Williams (no es su fuerte) que San José empalmó a la red. El fútbol suele ser así de injusto. Como la Lotería. Y esta vez el gordo tocó en Bilbao. En San Mamés, por más señas. Dos ronquidos del Athletic fueron más efectivos que la sinfonía del Celta.

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