Un paseo por la Lisboa de Cristiano Ronaldo
El portugués del Madrid regresa a su casa para enfrentarse al equipo en el que se formó con 11 años. Tuvo que luchar contra la saudade y aprender de algún castigo
“Era un niño como los demás. No tenía el cuerpo de ahora, nosotras no sabíamos que iba a convertirse en una estrella, me enteré tiempo después viendo el Facebook… No paraba quieto, le veía siempre de prisa y corriendo para salir a entrenar. Siempre estaba brincando [jugando]”, cuenta María José Lopes que lleva puesto un delantal azul. Es una de las encargadas de la limpieza de la pensión Dom José, donde durante un año se alojó Cristiano Ronaldo junto a otros 16 niños de la cantera del Sporting. La suya fue la última generación que no disfrutó de una residencia (inaugurada en 2002). Aquel chico flaco de Madeira ocupaba la habitación 34 –los números, de hierro, están todavía puestos en las puertas- y dormía en la cama pegada a la ventana.
La habitación sigue siendo la misma, sólo ha cambiado el cabecero. Hay una pequeña tele de las antiguas, un bidé y un lavabo. Los aseos, compartidos, están en el pasillo. El edificio, antiguo y descolorido, está cerca de la Praça Marques do Pombal. Fuera no hay nada que anuncie que allí se alojó Cristiano mientras el estadio estaba cerrado por obras. La pensión está en una tercera planta sin ascensor. Las paredes que rodean las escaleras están sucias, hay algún cristal roto y unas letras de neón azul y rosa con el nombre “Pensión Dom José” y una flecha indican que hay que seguir subiendo escalones.
Esa imagen antigua choca con la modernidad del Pestana CR7 Lisboa, hotel que el jugador inauguró hace un mes en el centro de la ciudad, a pocos metros de la Praça do Comercio. El hotel ocupa una esquina entera y lleva el nombre de Cristiano en una pared lateral. Otra, anuncia la entrada al bar, el “CR7 córner bar y bistró”. Es un lounge un tanto oscuro, con una barra muy larga y un futbolín. En la mesa de la recepción están colgados los carteles oficiales de Eurocopas y Mundiales.
En el medio del bar hay una pantalla de realidad virtual en la que Cristiano, con una camiseta del Madrid y de la selección, pelotea, hace malabarismos y festeja los goles con su ya famosa celebración. Algunos clientes se acercan, móvil en la mano, para hacerse un selfie con ese Cristiano virtual que lleva escrito debajo: “To be the best, you need the best” [Para ser el mejor, necesitas lo mejor]. Las fotos más recientes, como si de un fotomatón de boda se tratara, salen en un pequeño recuadro lateral. En la carta hay dos cócteles dedicados a él. El Madeira’s Team (con azúcar, zumo de lima natural y ron de Madeira) y el Ballon d’Or (con azúcar de vainilla, sirope y zumo de maracuyá, zumo natural de lima, clara de huevo y vodka).
Entre el Cristiano desconocido de la residencia Dom José y el Cristiano icono futbolístico y publicitario mundial hay 19 años. Mañana el jugador portugués volverá a pisar el estadio José Alvalade. Nunca lo había hecho con la camiseta del Madrid. Desde que dejó Lisboa rumbo a la Premier y a la Liga, sólo había vuelto una vez, en 2007 con la camiseta del Manchester. El Sporting, en cuyo museo del estadio le ha reservado un espacio especial, lo fichó por 25.000 euros cuando tenía 12 años.
"El momento más duro de mi vida"
“El momento más duro de mi vida fue dejar Madeira con 11 años para venir a Lisboa. Pero aprendí a ser hombre y futbolista. Todo ha ido muy rápido en mi vida”, dice Cristiano sentado en uno de los sofás de la ciudad deportiva de la selección portuguesa durante un acto publicitario. A su lado, en pleno parón de selecciones, están Aurelio Pereira, el jefe de ojeadores del Sporting que le descubrió y convenció al club para que le ficharan, y Miguel Paixao con el que compartió pensión y vivencias en las categorías inferiores del Sporting.
“Recuerdo cuando éramos chavales y pasábamos gran parte de nuestro tiempo libre detrás de las chicas de Lisboa… Y recuerdo que cuando echábamos partidos de ping-pong y Cristiano perdía, siempre le quedaba una moneda para seguir jugando hasta que ganara”, confiesa Paixao entre las risas del público.
No todos fueron risas, sin embargo en los comienzos de Cristiano. Aterrizó en Lisboa con 11 años y un fuerte acento de Madeira, tuvo que adaptarse a la vida de ciudad. Lejos de casa y de la familia. “Los domingos eran el peor día porque no había fútbol y las familias venían a visitar a los chicos. La de Cristiano estaba lejos y entonces yo me lo llevaba a comer a casa, a ver fútbol de Primera o a dar una vuelta por la playa. Hablaba a diario con su madre y me decía que Cristiano estaba triste, que lloraba cuando la llamaba. Con nosotros no lloró nunca”, cuenta Leonel Pontes responsable del centro en el que se alojaban los canteranos y también técnico de Cristiano en sus primeros años en el Sporting.
Las noches, el peor momento para la saudade
“Las noches eran el peor momento para la saudade. Intentábamos que siempre hubiese alguien con él”, añade Aurelio Pereira que en su día tuvo que convencer al Sporting que no era una locura gastarse 25.000 euros en un chaval de 12 años. “Me llamó la atención la energía de su fútbol, su habilidad natural, fuerza de voluntad y confianza en cada cosa que hacía”, añade.
Ni siquiera en el bar Magriço, a cinco minutos andando del estadio, sabían quién era aquel chico que desayunaba y merendaba allí todos los días con su cuadrilla. “Un sándwich y a correr. Los entrenadores nos decían que era el que más destacaba, que tenía un gran potencial, pero venían en grupo, nosotros no sabíamos más”, explica José Manuel Gonçalves que lleva 43 años de camarero en ese bar. En las paredes hay un cartel con cuatro fotos de Cristiano “o nosso orgulho” y otro que pone “Cristiano Ronaldo ha crecido y comido aquí”.
¿Castigos? “Nunca tuvo una mala palabra con nadie”, cuenta Pereira. Sí le castigó Luis Martins, desde este verano coordinador de formación del Sporting y técnico de Cristiano cuando era juvenil. Le dejó fuera de la convocatoria del partido que se jugaba en su Madeira natal. “Él siempre dice que fue el castigo más grande de su vida. Le dejé en Lisboa porque tenía que aprender que sus compañeros eran igual de importantes que los entrenadores y los empleados, y que si no los respetaba, no jugaba.
Tuvo broncas con compañeros que le tomaban el pelo por su acento de Madeira y ya no estaba dispuesto a aguantarlo. La madre entendió el castigo, siempre estuvo de nuestro lado”, cuenta Martins. Hoy los 200 chicos que corretean por la academia del Sporting quieren ser como Cristiano.
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