Los húngaros eran bienvenidos
En los cincuenta, nuestro fútbol recibió dos oleadas de jugadores de Hungría que para el Régimen supusieron una ocasión de propaganda anticomunista y para la Liga una inyección de calidad técnica
En los cincuenta, nuestro fútbol recibió dos oleadas de jugadores húngaros que fueron muy bienvenidos. Para el Régimen, supusieron una gran ocasión de propaganda anticomunista. Para nuestra Liga, una inyección impresionante de calidad técnica.
Aunque ya había habido húngaros en nuestro fútbol antes de la guerra (Platko, Berkessy, Alberty…), el heraldo de aquel movimiento al que aludo fue Nemes, un extremo que llegó al Racing de Santander en la 49-50. Venía de Francia, donde había ido en busca de los beneficios del profesionalismo, proscrito en Hungría. El Racing hizo un temporadón, subió a Primera, y Nemes pasó al Madrid, donde una grave lesión le frenaría. Luego sería el referente para los que fueron viniendo.
El gran golpe en la primera ola fue Kubala. Se escapó de Hungría en condiciones novelescas, disfrazado de soldado ruso en un camión que le dejó cerca de la frontera de Austria, que pasó a pie. Tenía acordado fichar en Italia por el Pro Patria, pero el partido comunista italiano impidió que él, y varios otros fugados en condiciones parecidas de los países satelizados por la URSS, tuvieran en Italia la carrera esperada. Acabaron por conformar un equipo, el Hungaria, que se contrataba para exhibiciones. El entrenador era el checoslovaco Daucik, con cuya hermana estaba casado Kubala.
Rechazado en Italia, el Hungaria llegó a España, donde jugó varios amistosos, el primero contra el Madrid. Bernabéu quiso ficharle, pero no lo consiguió, porque no se podría obtener el transfer. Pero Ricardo Cabot, secretario de la Federación, movió y movió hilos después y consiguió que Kubala fichara por el Barça, primero como amateur y finalmente como profesional. Se le nacionalizó español (previo bautizo en Águilas, localidad natal del presidente de la Federación, Muñoz Calero) y se convirtió en el hombre del momento.
Fuerte, bello, rubio, técnico hasta mucho más allá de lo que por aquí se había visto. Con él, el Barça ganó la Copa de 1951 e hizo doblete los dos años siguientes. Se rodó una película, Los Ases buscan la Paz, que narraba su fuga (no para ganar dinero, sino porque en Hungría le obligaban a espiar, según la cinta) y su felicidad posterior en la amigable España de Franco. La Federación le tuvo jugando en el Barça sin transfer FIFA hasta el verano de 1954, que fue cuando se consiguió que Hungría cediera. Toda una joint venture entre el Régimen y el Barça que a muchos les sonará hoy rara, porque les han contado las cosas de otra manera. Jugó en la Selección, en la que debutó en una gira por Sudamérica en el verano de 1953.
Tras Kubala, la segunda oleada, con Puskas, Kocsis y Czibor a la cabeza, llegó tras el fracaso de la revolución de 1956.
Otros náufragos del Hungaria se quedaron entre nosotros: Szegedi, en el propio Barça, Licker y Otto en el Granada, Hrotko en el Zaragoza, Lakatos en el Logroñés… En la 51-52, aún vendrían Nagy a Las Palmas y Samu y Bela Sarosi al Zaragoza. Todos eran bienvenidos, con nacionalización exprés. Recibían generoso espacio en los periódicos, donde narraban las penurias en su país, y sus dificultades para salir de allí, en muchos casos sin la familia.
La segunda oleada la impulsaron los sucesos de finales de 1956, cuando la revuelta de quienes no aceptaban que Hungría fuera un satélite de la URSS terminó siendo aplastada por los tanques de Kruschev. Para entonces, el prestigio del fútbol húngaro era máximo. Su selección había dado la campanada al ganar en Wembley 3-6 en lo que se llamó El partido del Siglo. La mayoría de esa selección era del Honved, que cuando se produjo la revuelta, el 23 de octubre, había salido para jugar en Bilbao su eliminatoria de Copa de Europa, y de paso algunos amistosos. Perdió 5-3 en Bilbao y el partido de vuelta ya se jugó en Bruselas, ante la inseguridad en Budapest. El Honved fue eliminado. Sus jugadores decidieron no regresar mientras no se calmara la situación. También andaban por fuera jugando amistosos el MTK, el Ferencvaros y el Ujpest Dösza. Y la selección juvenil, que disputó un partido en Austria.
El Honved concertó una gira por Suramérica mientras las cosas se calmaban, con algún refuerzo de otros equipos. Cuando regresaron, ya en febrero de 1957, la situación se había restablecido bajo un férreo control soviético, con miles de muertos y detenidos, un gobierno títere y tremenda represión. Hasta 200.000 personas se calcula que escaparon del país. Tres de las grandes figuras del Honved, Puskas, Kocsis y Czibor, decidieron no regresar. Como a otros que hicieron lo mismo, la FIFA les impuso una suspensión de dos años, que luego se reduciría a uno.
Ya para la 58-59 llegó el gran contingente, con Puskas, Kocsis y Czibor a la cabeza. Puskas al Madrid, junto a Szabo. Kocsis y Czibor, al Barça, con Kaszas.
En España, aquellos sucesos fueron muy seguidos. El No-Do (la tele de la época) ofreció muchas imágenes. El 30 de enero de 1957 España jugó con Holanda, en partido que supuso los debuts de Di Stéfano y Luis Suárez. La Federación lo consagró a homenaje y apoyo a los exiliados húngaros, a los que se destinó esa recaudación.
Pronto llegaron varios de la selección juvenil, a los que no alcanzaba la sanción: Beke y Stancsik al Valladolid y Peter, Csoka, Csabai y Henny al Atlético. Peter era una maravilla de jugador que alcanzó pronto la titularidad en el Atlético. Jugaba bien de todo. Un accidente de coche quebró su carrera. Cuando la reinició, fichado por el Barça, que le cedió al Condal, le remató una lesión de rodilla.
Ya para la 58-59 llegó el gran contingente, con Puskas, Kocsis y Czibor a la cabeza. Puskas al Madrid, junto a Szabo. Kocsis y Czibor, al Barça, con Kaszas. Kuzman al Betis, Szalay al Sevilla, Szolnok al Español, Tybor al Tarrasa. Muchos cambiarían posteriormente de equipo, varios más de una vez, de modo que su presencia se extendió por casi toda la Primera División y parte de la Segunda. Casi no hubo equipo que tuviera su húngaro, o aspirara a él. En tiempos en que sólo se admitían dos extranjeros por equipo, uno de ellos hispanoamericano, llegaban sin ocupar plaza. Y libres de traspaso. Y con una enorme calidad técnica, para la época. También vino el entrenador del Honved, Kalmar, que empezó por el Sevilla y entrenó aquí a muchos equipos.
El triunfador de esta segunda racha fue Puskas, como es conocido. Y eso que el entrenador del Madrid del año de su llegada, Carniglia, no le quería. Puskas había pasado su suspensión en La Riviera italiana, jugando algunos amistosos. Había engordado 12 kilos. Carniglia, cuando le anunciaron el fichaje, protestó:
—¿Y qué hacemos con los kilos?
—Los kilos se los quita usted, que para eso está.
Puskas llegó con 31 años y con ese sobrepeso, pero ganó cinco Ligas, tres Copas de Europa, una Intercontinental y una Copa de España. Y cuatro veces el Pichichi. Se retiró casi con 40, dejando 261 partidos y 236 goles, y el apodo de Cañoncito Pum, por su tiro de izquierda. Kubala le invitó a su homenaje, junto a Di Stéfano. Ese día vistieron de azulgrana los tres.
Kocsis y a Czibor no brillaron tanto. Alternaron de igual a igual con los otros delanteros destacadísimos del Barça: Tejada, Evaristo, Eulogio Martínez, Kubala, Luis Suárez, Villaverde… Helenio Herrera barajaba aquel ataque cuando aún no se había acuñado el término rotar. Vivieron juntos en 1961 la desgraciada final de Berna ante el Benfica, la de los cinco tiros en los postes cuadrados. En el mismo estadio (Walkdorf) en el que habían perdido la final del Mundial de 1954 contra Alemania.
Czibor, pelirrojo y de aire informal, fue apodado El Pájaro Loco. En la 61-62 pasó al Español, luego al Europa, luego a Toronto… Regresó a Barcelona para instalar un bar, el Kep Duna (Danubio Azul), punto de encuentro de exiliados. Kocsis jugó siete años en el Barça, con 75 partidos y 41 goles. Fueron célebres sus goles de cabeza, que le valieron el apodo de Cabecita de Oro. En 1979, enfermo de cáncer de estómago, se lanzó por una ventana, abrumado por el dolor.
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