Peter Sagan gana su segundo Mundial de ciclismo consecutivo
El crack eslovaco gana de nuevo el Mundial en una carrera marcada por los abanicos que rompieron el pelotón en el desierto de Qatar
El ciclismo mundial vive bajo el signo de Peter Sagan, que lo tiene hipnotizado. El eslovaco desenvuelto es el faro y es el imán de cualquier carrera en la que desee ser protagonista. Corre casi en individual con el maillot de la pequeña Eslovaquia, su hermano y otro más, Michael Kolar, para darle agua y poco más, y tiene a todos en vilo y a todos les gana. A los belgas de las grandes maniobras y a los italianos que endurecen la carrera. Sagan, de 26 años, ganó el Mundial de Richmond el año pasado inventándose un ataque a pocos kilómetros de la meta y ganó de nuevo este año el Mundial imponiéndose al sprint a un grupo reducido en Doha después de un tremendo día de desgaste en el desierto. En el podio le acompañarán dos campeones del mundo a los que superó en un sprint abierto e inhabitual, sin lanzadores ni trenes. Solo una decena de corredores muy rápidos lanzados hacia la victoria. Sagan estuvo más fresco y lúcido que el inglés Mark Cavendish, el mejor sprinter de la historia del Tour, que quedó segundo, y más fuerte que Tom Boonen, el belga cuyos movimientos y decisión, y la ayuda del viento que sopló como a los de Flandes les gusta, generaron un Mundial trepidante. En un recorrido totalmente llano y con viento a favor en su descenso hacia el circuito de Doha, la media de los 257 kilómetros llegó a 45,3 kilómetros por hora, la segunda más rápida de la historia tras los 45,8 con que Cavendish ganó en Copenhague el Mundial más soso que se recuerda, en 2011. Terminaron la carrera 53 ciclistas, uno de ellos español, Imanol Erviti, 33º, a más de cinco minutos, entre sprinters franceses y alemanes, los grandes tristes del día. El navarro, como demostró en Flandes y Roubaix, es el español más belga, el único, también, que corrió con un cierto sentido de responsabilidad y ardor. Los demás se retiraron al llegar el pelotón al circuito final, donde no tenían nada que decir.
El último corredor que ganó dos Mundiales consecutivos fue el italiano Paolo Bettini, en 2006 y 2007. Antes lo habían hecho el belga Georges Ronsse, sus compatriotas Rik van Steenbergen y Rik van Looy y el italiano Gianni Bugno. Eddy Merckx ganó tres Mundiales como profesional, pero ninguno seguido. El gran artífice de que el Mundial de 2016 se disputara en Qatar pudo aplaudir el coraje y la personalidad de sus herederos, y lamentar su falta de remate: ninguno es Sagan.
La carrera la hizo Bélgica con un abanico magistral en el kilómetro 80, a 177 kilómetros de la llegada; la mantuvo Italia, que, con cuatro corredores en el grupo de 29 seleccionado en el abanico, se responsabilizó de mantener un ritmo que deprimiera a los perseguidores mal avenidos, supieron moverse y la remató Sagan, como todo el mundo temía y los aficionados esperaban. Todos actuaron de acuerdo a sus necesidades y Sagan, según su arte, que es mucho. Boonen, en su último Mundial y en su desierto (se retira el belga de 36 años en su París-Roubaix, en abril de l 17), necesitaba una carrera rota para tener una oportunidad en el sprint; Italia necesitaba el caos para sobrevivir; Sagan necesitaba sencillamente una carrera dura, pero le daba igual que llegaran 200 al sprint o 20. Le dieron entre todos una carrera dura y rota. Eliminaron a Kittel, Bouhanni, Degenkolb y Greipel. Le ahorraron el trabajo de tener que inventarse algo para desquiciar a los demás. El trabajo del desquicie lo asumieron los belgas de la retaguardia, que impidieron elegante y perseverantemente que hubiera acuerdo entre los perseguidores. El segundo pelotón, otras dos docenas, con solo Erviti de amarillo y rojo, se mantuvo durante más de 100 kilómetros a un minuto de los de la vanguardia. Finalmente, se desesperaron.
Con su triunfo en Richmond, Sagan dio un salto tremendo en la bolsa ciclista; su victoria en el Tour de Flandes la primavera pasada consolidó su papel en el ciclismo del siglo XXI que su Tour extraordinario –fugas en todo tipo de terrenos, generosidad cotidiana, abanicos inventados y un quinto maillot verde en cinco Tours disputados—y su segundo Mundial consecutivo han disparado hacia casi el infinito: el ciclismo de la segunda década del siglo XXI vive seducido por un eslovaco tremendo que lucirá un año más el maillot arcoíris, aunque en 2017 en el equipo alemán Bora y ya no en el Tinkoff, que desaparece.
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