Bienvenidos al hotel Ancelotti
El técnico ofrece al Bayern un juego más sencillo y menos demandante para los futbolistas tras la exigencia de Guardiola. El equipo ha ganado todos sus partidos
“¿Cómo me voy a estresar si el fútbol es un juego?”, se pregunta Carlo Ancelotti.
Sonriente, lozano, escrutando a sus interlocutores desde unos ojos cristalinos y brillantes, el entrenador en activo más laureado de la Champions proclamó recientemente ante una nutrida audiencia bávara que se bebió dos litros de cerveza en una fiesta institucional porque hay productos cuya potencia todavía no ha calculado: “Yo sé cuánto vino puedo soportar, pero todavía no sé cuántas cervezas aguanto”.
El hombre exhibe con aparente campechanía un talento descomunal para conseguir que a su alrededor todo fluya cordialmente. Una leve cojera, efecto visible en las rodillas de una carrera larga y tortuosa con las botas puestas, es el único signo manifiesto de incomodidad en todo el conjunto. El detalle lo dignifica a ojos de los muchachos y le confiere un aura de viejo zorro frente a los directivos.
Durante tres años Pep Guardiola convirtió la sede del Bayern, en Säbener Strasse, en una especie de santuario de abnegado perfeccionismo. Allí se sucedían jornadas de agitación y vigilia. El Cabo Cañaveral del fútbol europeo. El sucesor ha devuelto al lugar su aroma primordial como de bucólica posada bávara. Los resultados en la Supercopa alemana, Bundesliga y Champions son la música de fondo: ocho partidos, ocho victorias. Un gol en contra y 27 a favor.
“En el Bayern quiero continuar con una buena posesión de balón pero también conseguir jugar con un poquito más de verticalidad”, explica en el L’Equipe. “Quiero más finalización”.
Ancelotti posee dos cualidades imbatibles. La primera es el olfato para detectar el sentimiento colectivo del vestuario y presentarse como el catalizador, el resorte capaz de convertir los anhelos de los jugadores en energía competitiva. Con él, los futbolistas se sienten más influyentes de lo que realmente son. Su segunda virtud se relaciona con el genio táctico. Ancelotti es un maestro en el arte de ofrecer soluciones claras e imaginativas a los problemas que los futbolistas encuentran en el campo. Sin dogmatismos. Instintivamente, es capaz de resolver las peores contradicciones.
En 2013 heredó la maquinaria pesada de Mourinho en el Madrid y un año después ganó la Champions jugando con Isco de mediocentro. En el Bayern su misión es la contraria. Encuentra un equipo y un club plagado de personalidades que añoran el viejo fútbol directo alemán y piden a gritos un poco de sosiego tras el torbellino académico de Guardiola.
El técnico en activo más laureado
Carlo Ancelotti (Reggiolo, 1959) es un caso único. Ningún entrenador en activo ha conquistado más títulos de Copa de Europa. Levantó dos como futbolista, con el Milan; y otras tres copas como entrenador, ya con el formato de Champions, dos con el Milan y una con el Madrid. En total cinco trofeos, como Migual Muñoz.
Su fichaje por el Bayern coincide con el programa de un club que considera la Champions como su prioridad. Después de lograr tres Bundesligas consecutivas y varios récords de puntuación y goles con Pep Guardiola, el club más rico de Alemania se ha impuesto recuperar el trofeo que logró por última vez en 2013. Inmediatamente, los dirigentes han pensado en Ancelotti. El parmesano es el entrenador-fetiche a la hora de asaltar el título más preciado del continente.
Ancelotti se presentó en el Bernabéu prometiendo un “fútbol espectacular” después de tres años de contragolpes y ahora en el Bayern advierte que lo que quiere es más contragolpes. “La estadística de la último Euro”, dice, “es bastante elocuente: siete partidos sobre diez fueron ganados por el equipo que tuvo menos el balón. Para meter un gol lo más fácil es el contragolpe. Cuanto más tienes la posesión, menos posibilidades tienes de contraatacar y aprovechar los espacios”.
Ancelotti dice lo que quieren escuchar sus futbolistas. Apunta a cuestiones que intrigaron a Beckenbauer y preocupan al director general, Karl-Heinz Rummenigge, o al director deportivo Matthias Sammer. Se pone a disposición para lo que manden. Menos cruyffismo. Más simplificación.
“Lo hice en el Madrid con James, Di María o Isco”, dice. “Y lo quiero hacer en el Bayern con Robben, Ribéry, Douglas o Coman. No quiero que se dediquen tanto a abrir el campo y a centrar, como extremos, sino más a recibir el balón en el medio”.
Los centroeuropeos lo definen como gemütlichkeit. La serenidad ideal, aspiración de todo buen hostelero que se precie. Un estado mental que conecta con esa paz que no es simplemente un modo de ser. El técnico de Reggiolo es un hombre mucho más complejo de lo que aparenta. Su impasibilidad no es un atributo del carácter sino una fórmula de gestión. Un seguro de éxito en el Parma, el Milan, el Chelsea, el PSG y el Madrid, algunas de las instituciones más exigentes de una industria inflada como pocas.
Nacido en 1959 en la campiña parmesana, Carlo Ancelotti finge ser un aldeano distraído. Su método parece de fácil aplicación pero sus imitadores han fracasado. Para lograr la gemütlichkeit ancelottiana es preciso ser un genio del cálculo y la acción.
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