La familia olímpica y sus valores
El baloncesto, único deporte de equipo que supera la fase crítica de cuartos, prepara el nuevo enfrentamiento con Estados Unidos
Una de las fotografías de los Juegos de Londres que mejor reflejaban los así llamados valores olímpicos recogía el momento en el que el atleta francés Mekhissi cogía en brazos, cariñoso como un hermano mayor con el pequeño, felices los dos como niños, a Ezekiel Kemboi, el rival keniano que le acababa de derrotar en la final de 3.000m obstáculos, Cuatro años después, los dos vuelven a salir en la foto de la final de la prueba. El escenario es el mismo, la pista de atletismo. El motivo, muy diferente. Recién franqueada la ría, aún en carrera, se ve en la foto a Kemboi pisar más allá de la línea interior, y a Mekhissi detrás, mirándolo mientras comete la infracción. La carrera terminó con la victoria de otro keniano, Conselsus Kipruto. Kemboi terminó tercero y el francés cuarto. Cinco minutos después, este denunció a Kemboi por una infracción aparentemente involuntaria que no le reportó beneficio. El jurado aceptó la denuncia y descalificó al keniano al que tanto había querido el francés, para quien fue la medalla de bronce.
La verdad aunque duela, parece, es el valor olímpico que reivindica Mekhissi y que el nadador Ryan Lochte y sus amigos, con apoyo mediático de su país, Estados Unidos, parecieron olvidar cuando inventaron la noticia de su secuestro y retención a punta de pistola por unos cariocas maleantes. La policía local, que, como todas las policías, no es tonta. Investigó la poco creíble fábula y descubrió su falsedad, urdida, aparentemente, para ocultar dudosas diversiones. El miércoles impidió la salida del país de dos de los nadadores mentirosos. Lochte, el más importante, el íntimo de Michael Phelps, había huido a tiempo, el lunes.
Con la familia olímpica se lo pasa pipa la policía brasileña, que ha descubierto que otro de sus valores es la rapacidad, su capacidad insondable de rapiña. Antes que a los nadadores, detuvieron al presidente de los comités olímpicos de verano y miembro de la ejecutiva del Comité Olímpico Internacional (COI), el irlandés Patrick Hickey, implicado en una lucrativa trama de desvío de entradas no vendidas al mercado negro. Nada más ser detenido, el dirigente, poderosa figura política en Dublín, sufrió súbitos dolores en el pecho. Está internado y vigilado en un hospital. El COI, rapidísimo para recordar a la afición los valores del respeto al adversario después de la pitada a Lavillenie, y al yudoca egipcio que tiene que dar la mano al contrincante, aunque le caiga mal, aún no ha dicho esta boca es mía.
Los valores olímpicos que, de abajo a arriba admiran y asignan los aficionados españoles los encarnó Rafa Nadal hasta su último aliento en la primera semana; en la última le ha tomado el relevo Pau Gasol, la personificación de la selección de baloncesto con la que disputará su cuarto enfrentamiento en cuatro Juegos con Estados Unidos. A esto habían venido, a jugar con los mejores y a ganarlos por fin. Después de las finales perdidas en Pekín y Londres, en Río chocarán en semifinales por la mala cabeza de los de Scariolo, que hasta última hora no se pusieron a estudiar. Gracias a ello, quizás, ante Francia, a la que destrozaron, disfrutaron de verdad. Las mujeres del baloncesto tampoco se han quedado atrás. De hecho, Anna Cruz, Alba Torrens y compañía tienen menos complicado su llegada a la final donde esperará seguramente Estados Unidos. Su rival en semifinales es Serbia, a la que ganaron en la fase de grupos. El baloncesto en pleno es el único deporte de equipo que ha superado la criba de cuartos, lo que provocó euforia en su federación y el encuentro amistoso, en plena euforia celebratorio de José Luis Sáez, miembro de la internacional y presidente dimitido por una acusación de apropiación indebida, otra forma de llamar a la rapiña, y Miguel Cardenal, el presidente del CSD que le abrió el expediente que desencadenó su cese y al elecciones anticipadas que colocaron a Garbajosa el frente.
Los cálculos del CSD colocaban en 17 el número de medalla que se alcanzarían en Río. Por el momento van seis. Será complicado llegar a 17 aunque queda por disputarse las últimas jornadas, las que habitualmente disparan la euforia loca. Está de entrada el superjueves, el día clave de Carolina Marín, el triatlón, piragüistas, taekwondistas y veleros, entre otros. Más tarde entrarán en dinámica de éxito los que quedan, incluido el golf femenino de Carlota Ziganda y Azahara Muñoz.
En el estadio medio vacío –las entradas, carísimas puede que estén en manos de Hickey y sus amigos-- comienza el jueves a saltar Ruth Beitia, pendiente de la final del sábado en la que el olimpismo debería pagarle con una medalla que aún no posee parte de los servicios prestados a lo largo de los años. Pese a que solo ha triunfado Orlando Ortega por ahora, el atletismo español vive una sensación de euforia, de renacimiento, que tiene mucho que ver con la figura de Bruno Hortelano y su ambición. El velocista quedó eliminado en unas semifinales en las que peleó dándolo todo, como se dice ahora, y en las que quedó cuarto. Su serie y todas las demás finales de la noche se disputaron a la sombra de Bolt, donde nada puede crecer. Después e Bolt, la afición desalojó el Engenhao, y se perdió el primer podio completo norteamericano de estos Juegos. Fue el de 100m vallas, ganada por Briana Rollins. Ante Nia Ali y Kristi Castlin, la atleta que disputó los trials en bañador para protestar por la falta de atención de los patrocinadores. En la final del 5.000 masculino no habrá ningún keniano corriendo por Kenia, sí por otros países, como los chinos del tenis de mesa, por primera vez desde 1952. Tampoco habrá españoles, como es costumbre reciente. En la longitud, al dúo dominante Tianna Bartoletta (7,17m)-Britney Reese (7,15m), que cedió su título de Londres, se le unió la croata Ivana Spanovic. La jamaicana Elaine Thompson le ganó a Dafne Schippers la final de los 200m, y logró el doble con la victoria de 100m.
De vuelta al hotel, pasada la medianoche, el taxista de Río no quita la vista de encima del móvil que le envía imágenes de la final de voley playa que su Brasil pierde ante Alemania. Sus volantazos de despiste y rabia son múltiples.
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