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Solo Bolt

El jamaicano, más intocable que nunca en unas semifinales de 200m amargas para Bruno Hortelano, que quedó eliminado, como Blake y Gatlin

Carlos Arribas
Bolt vence a De Grasse en su serie de los 200m
Bolt vence a De Grasse en su serie de los 200mJEWEL SAMAD (AFP)

Puede que Usain Bolt sea dios, pero el asunto de los profetas lo tiene complicado. Solo Bolt lució espléndido en unas semifinales de 200m que significaron el ocaso quizás definitivo de Justin Gatlin y sus canas de sabiduría y la eliminación de Bruno Hortelano, que tantas esperanzas había concitado. Puede que el público brasileño no entienda de atletismo, y puede que sea bruto y futbolero, pero sabe de qué va la cuestión de los ídolos y sus exigencias. Medio llenó el estadio justo minutos antes de la carrera del ídolo; lo desertó justo después. Solo Bolt.

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Hortelano quería ganar su semifinal y con un buen tiempo para tener buena calle en la final. Salió a por ello. Terminó cuarto con 20,16s, cuatro centésimas más que en las series en las que dejó el récord de España en 20,12s. “Quien no tiene grandes objetivos no alcanza ni los más pequeños”, dijo. “Sabía que Blake y Gatlin no pasaría, pero pensaba que era porque les sacaría yo… Les deseé suerte a los dos. Debería habérsela deseado también a Martina”. No gafó al holandés al que descalificaron en su favor en el Europeo de Ámsterdam. Llámenlo justicia poética: quedó segundo, detrás de Edwards y delante de Gatlin, y disputará la última final en solitario de Bolt.

En la calle cuatro Hortelano corrió la semifinal más valiente que se recuerda a un atleta español en el escenario de la velocidad. Ejecutó su plan, pero el cuerpo no le respondió. Su organismo, pese a sus excelentes cualidades de resistencia, aún no se ha adaptado a la velocidad a la que logra acelerarlo el sprinter de Cornell. Cada carrera es un reajuste casi de revolución leninista, un pequeño paso atrás respecto a la anterior para volver más fuerte en la siguiente, ya adaptado a un nuevo estado. Marcó en la curva a Gatlin, por su izquierda, y a Alonso Edwards por su derecha. Dos atletas de menos de 20s. Salió a la recta mejor colocado, más cerca, que la víspera, pero llegado el momento en el que su técnica y sus largas piernas deberían haberle permitido frenar mejor que los rivales la desaceleración inevitable de los 150 metros, las fuerzas le fallaron. Se encontró cansado, dijo. No alcanzaba a los rivales como había previsualizado. Se dio cuenta de que no llegaría. “Hacer marca personal el día anterior pasa factura”, dijo. “Mi cuerpo ha asumido ahora las marcas que hice en abril, un par de décimas superiores, que puedo repetir ahora tranquilamente. Dentro de unos meses, asumirá las de ahora. Así se progresa. Pero 24 horas después de un 20,12s quizás era demasiado”.

Hace dos meses, era impensable pensar que un español podría hablar así después de una carrera olímpica. Más imposible era pensar que un español pudiera tener grandes aspiraciones en el territorio donde caribeños y norteamericanos rápidos celebran sus justas.

Como Yohan Blake, su amigo, ha estado lesionado y no se ha recuperado y no podía participar en su fiesta habitual de las semifinales, Bolt se buscó un nuevo compañero de juegos. Lo encontró en el más brillante de los jóvenes que llegan, el canadiense Andre de Grasse, de 21 años, bronce en los 100 de Río y también en los del Mundial de Pekín. De Grasse se había levantado motivado y decidió participar con todas sus fuerzas. Salió a batir el récord de su país y lo consiguió, 19,80s, mejorando ocho centésimas su mejor marca. Para ello se vio obligado a empujar a Bolt, que corría a su lado, a correr los 200 metros completos, no 150, como acostumbra. Después de una curva extraordinaria, su reino, el jamaicano gigante quiso comenzar a desacelerar, pero el canadiense no paraba, no paraba. Al final, Bolt se volvió y le dijo, ¿adónde vas, loco?, ¿no ves que es una semifinal? “Tenía un día vago y me hizo correr”, dijo Bolt, que ganó, por orgullo, la semifinal con 19,78s, su mejor marca del año. “En la final será otra cosa. Definitivamente, creo que puedo batir el récord del mundo. Pero debo correr eficientemente”.

Será la final de Bolt y sus coristas, un variado elenco de velocistas. Siete de siete países diferentes. Han pasado los años. A Bolt ya solo le faltan tres días para cumplir los 30, y solo él, entre los de su generación, resiste el paso del tiempo inmutable. Los demás vienen, van, vuelven y desaparecen. Queriendo apretar a Bolt, que volará a por el récord y a por su tercer doble olímpico 100-200 consecutivos, habrá un canadiense (De Grasse), un estadounidense (Merrit, el bronce de los 400 de Van Niekerk), un francés (Lemaitre, que regresa), un panameño (Edwards), un británico (Gemili, que progresa), un turco (Guliyev, que ya estuvo en Pekín) y Martina, el holandés. Podría haber estado también un español. Algún día habrá uno. Será Hortelano, el velocista que no teme a nadie, que todavía anda buscando sus límites y sigue sin encontrarlos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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