Rudisha revalida su oro en los 800 metros
El keniano vuelve a coronarse campeón en una final en la que impuso su velocidad y cambios de ritmo en los segundos 400m
En Río, la noche en la que el calor no estaba en las gradas ni en el ambiente, sino en la voluntad de grandeza de los atletas, David Rudisha volvió a ser, cuatro años después, el Rey David, el título que se había ganado en los Juegos de Londres la tarde en la que escribió la manera nueva de correr los 800m, ganarlos y batir el récord del mundo de paso. Aquel día de agosto de 2012, el masái keniano fue el primero que bajó de 1m 41s. La barrera de los 100s, del 1m 40s, estaba a su alcance. Él creía. El mundo deseaba. Una lesión lo impidió. En 2013 apenas corrió. En 2014, poco a poco, con alguna victoria y varias derrotas, volvió a la vida competitiva, no a las marcas que le permitieron revolucionar la distancia. En 2015, fue el triunfo de la voluntad y el deseo, el Mundial de Pekín, el golpe en la mesa que hizo saber al mundo que, aunque quizás no era el que mejores marcas lograba, era el que sabía ganar, el que ganaba. En 2016, en Río y su estadio de los prodigios, el Rudisha que se niega a perder, el orgulloso atleta, se reencontró con el Rudisha más cercano a sus años de excelencia atlética. El Rudisha, de nuevo, supremo.
La última vez que había disputado una final, en las pruebas de selección kenianas, Rudisha fue tercero. Le derrotaron Alfred Kipketer y Ferguson Rotich en una carrera caótica. Los dos estaban a su lado, contra él, en la final, que si no tuvo la belleza de su carrera en cabeza de Londres, evitando con mínimos cambios de ritmo que nadie se le acercara, mostró un lado más complejo. Su capacidad para desenvolverse también en situaciones complicadas. Ganó con una marca magnífica, 1m 42, 16s, la segunda mejor jamás conseguida en una final olímpica, solo superada por su 1m 40,91s de Londres aún insuperado. Kipketer le provocó de entrada. Peleó y le desgastó para evitar que cogiera la cabeza a la primera oportunidad. Rudisha le dejó entonces que se quemara solo y, llegados a la campana en unos locos 49,23s, empezó a atacarle, a demolerle. Peleón, Kipketer respondía y respondía, hasta que en la contrarrecta cedió definitivamente a un nuevo cambio de Rudisha, infinito. Fue la liberación. Rudisha se fue ya solo. Solo el valiente francés Bosse se atrevió a desafiar su ritmo imposible. Sucumbió en la última recta, en la que el argelino Makhloufi (1m 42,61s) y el norteamericano Murphy (1m 42,93s) lograron la plata y el bronce, respectivamente, atraídos como por un imán hasta la mejor marca de su vida por la zancada imparable, elegante y cargada de potencia del mejor atleta de 800m de los tiempos modernos.
Antes que Rudisha, tres atletas habían conseguido ganar los 800m en dos Juegos consecutivos: el británico Douglas Lowe (1924 y 1928), el norteamericano Mal Whitfield (1948 y 1952) y el gran neozelandés Peter Snell, el campeón de Roma 60 y Tokio 64 (donde también ganó los 1.500m), quizás el mejor mediofondista de la historia. Aunque su cuerpo le maltrate a veces, Rudisha aún es joven. Tiene 27 años. Una tercera corona en Tokio 2020 no está lejos de su capacidad. Sería entonces, supremo para siempre.
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