En la Villa Olímpica, la esperanza y la derrota se sirven con hamburguesa
Un día libre entre atletas y sus sueños, sus fracasos, sus manicuras, sus tumbonas y mucha comida rápida
Sentado en un banco de madera, como los de los parques, el corredor sudafricano Jacob Rozani mira al vacío con cara de pocos amigos. Quedó quinto en la prueba de 800 metros el pasado viernes y está desclasificado. "Estoy muy decepcionado. Esperaba llegar a la final. Qué tristeza", cuenta, abatido. Sus colegas esperan en la interminable cola del McDonalds de la Villa Olímpica.
Rozani no es el único que está triste en este lugar, un sábado de sol, lleno de gente guapa, césped artificial y periodistas exhaustos a la caza de los deportistas. Tras una semana de competiciones, la Villa, donde viven casi 12.000 personas, entre deportistas, familiares y técnicos, ya no es tan colorida para quienes tienen que despedirse ya del desafío olímpico.
En una de las mesas de madera, usadas principalmente para comer hamburguesas a cualquier hora del día, la pequeña gimnasta Dreana, de cinco años, cuenta cómo fue la derrota de su hermano, Teófimo López. El boxeador, que defiende la bandera de Honduras pero nació en Nueva York, y que llegó a Río como el segundo mejor luchador de peso ligero de América, perdió su primer combate. Adiós al sueño olímpico. Su padre y entrenador se queja del arbitraje y grita contra la corrupción en el boxeo. No hay belleza natural en Río de Janeiro, donde estará hasta el final de los Juegos, que consuele la rabia con la que relata la derrota. "Sí, vamos a ver el Cristo Redentor, pero nos robaron el combate", se queja.
Quien sí está al calor del sol y de la victoria es está el equipo español de waterpolo masculino. Tiene los ojos clavados en el móvil. El viernes ganaron por goleada a los franceses (10-4) y se clasificaron para los cuartos de final. Ahora piden consejos para descubrir la ciudad y, como buenos españoles, se quejan. De las grandes distancias que recorren para entrenarse en las piscinas lejos del Parque Olímpico, del olor fétido del agua de la piscina de competición que se puso verde y de la comida de la Villa Olímpica, que cuenta con un restaurante de gastronomía italiana, brasileña y asiática. "Siempre es la misma comida, no varían. Estamos aquí desde una semana antes de la ceremonia de apertura, después de tantos días ya lo hemos probado todo", lamentan los jugadores a las 11 de la mañana, tras haber devorado un BicMac antes del entrenamiento diario.
No son los únicos que se quejan de la comida. Una corredora jamaicana, también en la cola desde hace casi una hora, confiesa que come todos los días ahí: "No es lo más sano, lo sé, pero es mejor que el comedor". La explicación de que la comida rápida tenga tanto éxito en este lugar, habiendo dos restaurantes en la Villa, es un misterio e incluso el gerente del restaurante hace "una pequeña encuesta" entre los deportistas para entender la enorme demanda. "¿Qué le pasa al restaurante de la Villa? ¿La comida es mala? ¿Cierran temprano?", pregunta. Una jugadora de voleibol de playa de Polonia indica que los canadienses y los estadounidenses son los principales clientes, pero se ríe al ver en la cola un grupo enorme de deportistas de Camerún acompañados de mujeres vestidas con ropa típica. "Creo que es al contrario. Muchos deportistas en sus países no tienen McDonalds y se vuelven locos cuando ven uno aquí. Pero es gracioso, porque no es mejor que la comida del comedor, de verdad", cuenta la suiza Sara Atcho, corredora de los 4x100m, quinta en el campeonato europeo de este año.
Atcho está en uno de los lugares por el que ya han pasado más de mil deportistas: el salón de belleza, donde una manicura le dibuja su bandera y los cinco anillos olímpicos en las uñas. Allí mismo, están maquillando a una deportista de Montenegro y alisando el pelo a una francesa, antes de aparecer ante una cámara de televisión. En el mostrador hay un catálogo de peinados, de los rizos naturales para la ceremonia de apertura al moño de gimnasia, pasando por las trenzas de las corredoras. Para los deportistas, todo es gratis.
Ajena a los periodistas japoneses en plena vuelta turística, a la venezolana que graba un vídeo de apoyo a una colega, y al vaivén de los deportistas sacándose fotos frente a una vista de la ciudad de cartón, está la alemana de 19 años Konstanze Klosterhalfen. Corredora de los 1.500m, una de las jóvenes promesas del atletismo y clasificada para las semifinales, hoy solo está preocupada por el sol, que lleva días sin calentar en el invierno carioca. Cambia su hamaca de madera y tela colorida cuatro veces de sitio, persiguiendo el calor, y en las manos no lleva ni un móvil ni una hamburguesa, sino un ejemplar de El nombre de la Rosa, de Umberto Eco. "Me gusta leer para relajarme y concentrarme", explica, sola en lo que parece el parque temático de los Juegos de Río.
¿Dónde está la fiesta?
Se ha hablado mucho sobre el ambiente de fiesta y sexo al otro lado del muro de la Villa Olímpica, donde los periodistas generalmente no consiguen entrar. Aunque se permite llevar alcohol a los apartamentos y ya se han aireado algunas romances y borracheras en la prensa, muchos deportistas se ríen cuando les preguntan sobre las orgías de los titulares. "Por favor, explica que no nos han dado ningún condón, que solo están en las máquinas y los coge quien quiere. Tal y como lo cuentan los periodistas, parece que nos dieron 40 condones y que tenemos que utilizarlos. Y, además, dinos dónde está la fiesta, porque todavía no la hemos visto", bromean los españoles, que defienden que los que compiten en deportes colectivos no tienen mucho tiempo para distraerse. La corredora suiza pide lo mismo: "Party? What party? [¿Fiesta? ¿Qué fiesta?] ¡Dime dónde!", dice Atcho, ferviente admiradora de Ussain Bolt, claro.
Son las 5 de la tarde y la cola del McDonalds sigue siendo inexplicablemente enorme. La pequeña Dreana, que lleva media hora contando sus aventuras en la Villa mientras espera que su padre y su hermano derrotado vuelvan con los nuggets, tampoco entiende nada. Al preguntarle sobre la emoción que siente en un lugar al que un día puede llegar, responde con la honestidad de una niña: "no me impresiona nada de eso, lo que me parece una locura es toda la gente que está en esta cola y tener que esperar una hora para comer".
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