El Quijote es ella
Mireia Belmonte se medirá a Katie Ledecky con su clasificación para la final de 800m libre contra todo pronóstico, tras una noche sin apenas dormir, después del oro en los 200m mariposa
No es casual que el Quijote sea español como no es casual que Mireia Belmonte actúe como Alonso Quijano. Alguien corriente que inesperadamente se transforma para representarnos a todos en su lucha contra la inercia de las cosas, el tiempo invencible, el agua inabarcable, las potencias mundiales, Japón, Australia, Estados Unidos y China.
Mireia ganó el oro olímpico en 200 metros mariposa al filo de la medianoche del miércoles en Brasil; se acostó a las tres de la mañana del jueves después de los rituales y las rutinas de celebración, homenajes, controles antidopaje, alimentación y ejercicios de descompresión. Se levantó seis horas después, desayunó y se metió en la piscina para nadar unos cuantos kilómetros antes de volver a competir en los 800 metros libre, una carrera que no tiene nada que ver con el 200 mariposa, además del agua, el empleo de gorro y de gafas.
Pasado el mediodía, a Mireia la esperaban un grupo de chicas que la noche anterior no habían competido y, si lo habían hecho, había sido en la media distancia y en el estilo libre. Con esta clase de nadadoras se tiró en la segunda serie para encontrarse sin oposición, más rápida y más sola, apartada del pelotón. El sorteo la había mezclado con la parte baja del ranking. Esto que puede parecer una ventaja es un grave contratiempo, pues obliga al líder a operar sin referencias, sin la ayuda de alguien que tire, sin la cooperación secreta del rival. No es fácil vivir escapado. Tampoco en el ciclismo, el atletismo, o la natación.
Mireia hizo un tiempo espléndido, dadas las circunstancias. Marcó 4m 13s en el paso por el 400 y 4m 12s en el regreso, en donde fue capaz de imprimir mayor velocidad. Total, 8m 25,55s. Una buena marca y, simultáneamente, un hándicap, pues sus adversarias la estaban mirando. Si querían clasificarse, les bastaba con bajar de 8m 25,55s.
Las mejores fondistas del mundo se lanzaron a nadar la tercera y la cuarta serie con un conocimiento que Mireia no tuvo. Pero ni así fueron capaces de dejarla fuera. Quedó octava, en el último puesto que da derecho a la final de hoy tras una clasificación que encabezó la descomunal Katie Ledecky, que recortó el récord olímpico batiendo una sola pierna (8m 12,86s). A su estela, ayudadas por su tirón, se clasificaron la húngara Boglarka Kapas, la galesa Jazz Carlin, la estadounidense Lea Smith, la danesa Lotte Friis, la australiana Jessica Ashwood y la alemana Sarah Kohler. Todas, salvo Friis, nacida en 1988, son menores que Mireia.
El 800 es una prueba ideal para corazones adolescentes. A sus 25 años, Mireia sabe que su sistema cardiovascular y su musculatura se adaptan naturalmente mejor a las pruebas de velocidad intermedia que al 800, la distancia más larga de la natación olímpica femenina en piscina. Pero, como dice su entrenador, Fred Vergnoux: “Ella quiere”. Quiere seguir en acción. Quiere defender la plata que obtuvo en Londres.
Nada de lo que hace Mireia en Rio se corresponde con lo cotidiano. Si el hombre se define por su acción, su acción es ilógica. Su empeño en ser una nadadora de referencia mundial bajo bandera de España, país de jóvenes e instituciones que dan la espalda al agua, denuncia un tipo de locura. Su programa olímpico, también.
Dice Katie Ledecky que, aparte del estilo libre, su mejor prueba es el 200m mariposa. Pero ni ella, la mejor nadadora en Río, un caso excepcional de virtudes en la historia del deporte, incluyó en su programa el triple mortal invertido que supone el 200 mariposa y el 800 libre.
Ledecky es vecina de Washington y se crió en un colegio de monjas. Ledecky cumple con su destino pragmático. Mireia cumple con su deber quijotesco.
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