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El Kas transformó el ciclismo español

La empresa de refrescos logró en los setenta que la gente viera la disciplina como un deporte de equipo

Arriba, Santiesteban, Juan Mari Lasa, Pesarrodona, la azafata, González Linares y Antonio Martos. En medio, Lazcano y Elorriaga. Abajo, Uribezubia, Perurena y Tarangu Fuente.
Arriba, Santiesteban, Juan Mari Lasa, Pesarrodona, la azafata, González Linares y Antonio Martos. En medio, Lazcano y Elorriaga. Abajo, Uribezubia, Perurena y Tarangu Fuente.as

A finales de los sesenta y durante casi todos los setenta, los españoles empezamos a ver el ciclismo de otra forma. En lugar del héroe solitario que se vaciaba en las montañas, aprendimos a apreciar el ciclismo como deporte de equipo. El milagro lo hizo el KAS, del que todos fuimos hinchas. Sus victorias en la clasificación por equipos del Tour o el Giro se celebraban como algo grande. Las de la Vuelta se daban por descontadas.

KAS es una marca de refrescos de origen en Vitoria. Sus propietarios, la familia Knörr, habían hecho primero una gaseosa llamada El As. Decidieron añadirle naranja o limón, haciendo así sendos refrescos con burbujas que tuvieron enorme éxito en aquellos años. Le pusieron por delante de As la K de su apellido. Y como les gustaba el ciclismo, patrocinaron un equipo para lanzar los nuevos refrescos.

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La primera idea no fue la que luego se impuso, de equipo igualitario. KAS tuvo a Bahamontes, que era lo contrario: individualista, escalador extremo, poco cooperativo, estrella sin sombra… Bahamontes pertenecía al KAS cuando ganó su Tour de 1959 provocando una conmoción nacional, pero esa edición no se corrió por marcas comerciales, sino por equipos nacionales.

Además, Bahamontes lo ganó luciendo en el pecho de su maillot del equipo nacional el anuncio de Tricofilina Copi, una brillantina para el pelo que patrocinaba al equipo del gran Fausto Copi, de cuyos consejos se guio para ganar el Tour. KAS prescindió de él.

Luego tuvo a Julio Jiménez, otro gran escalador, aunque más disciplinado. Pero ya había anidado la idea de hacer un grupo homogéneo, sin figura relevante. Mucha gente buena, en lo posible todos los ciclistas vascos buenos, que eran muchos. Todos debían cobrar parecido. Y debía haber armonía, en cada carrera se ayudaba al que las circunstancias aconsejasen. González Linares, cántabro, uno de los pocos no vascos, se crio en el seno del equipo, en el que debutó como profesional. Lo recuerda así:

—Era un uno para todos y todos para uno. Había verdadera fraternidad. Comenzábamos y terminábamos cada gran ronda con una comida de los veinte, o los que fuéramos, en casa de Luis Knörr, que era el alma de aquello. Nos contaba que discutía con el Banco de Bilbao, que tenía parte de la empresa, y dudaba de ese gasto. “Yo les demuestro con datos que es la mejor publicidad”, nos decía. Y tuvo razón: nunca se vio tanto refresco KAS por toda España como en esos años. Todos nos queríamos, todos nos conocíamos, todos trabajábamos a gusto para el equipo. Los premios de las carreras se repartían incluso con los que no iban, con los que se quedaban en casa. Bastante tienen con no ir al Tour, nos decíamos, así que por lo menos que les compense algo el dinero. El orgullo era el equipo, no lo que pudieras hacer tú. Eso se consiguió. Y yo creo que ha sido el único caso en el ciclismo, al menos en el ciclismo español.

Ese modelo le costó al KAS perder a Julio Jiménez, la primera gran estrella post-Bahamontes. Otro fenómeno de la escalada. En el 64 ganó el Campeonato de España de Fondo, dos etapas de la Vuelta y la Montaña de la misma. En el 65 peleó el Tour, del que fue segundo, con dos etapas ganadas más el Gran Premio de la Montaña. También ganó el Gran Premio de España de Montaña, las subidas a Arrate y Urkiola, más una etapa y la Montaña en la Vuelta. Aun así, Dalmacio Langarica no quiso mejorarle, se plantó en que todos debían ganar lo mismo. Se fue al Ford, con Anquetil, donde le triplicaban el dinero. Más adelante pasaría por el equipo Pérez Francés, otra estrella, pero ya entrando en decadencia. No brilló.

El año siguiente a la salida de Julio Jiménez fue, justamente, el de la gran eclosión del equipo, que en la Vuelta a España coparía el podio, con Gabica, Vélez y Echeverría, ganaría seis etapas con otros tantos corredores distintos, más la Montaña con San Miguel y, por supuestísimo, la clasificación por equipos, a la que prácticamente se abonó por una década.

Aquel grupo de ciclistas se hizo muy popular. Casi todos vascos, completos, de pedalear suelto y buena nariz. Alguna importación del exterior, preferentemente de la cornisa cantábrica, como el citado González Linares y, sobre todo Fuente, escalador genial, a contraestilo del grupo. Era un héroe de tremendas escapadas en las que o reventaba a todo el pelotón o reventaba él mismo. Sus victorias fueron tan legendarias como sus pájaras. Antón Barrutia, que sucedió a Dalmacio Langarica, supo llevarle con cuerda larga. La estructura del equipo era tan firme para esos años que le pudo digerir. Barrutia le recuerda como “un chico extraordinario, trigo limpio. Cuando se ponía muy nervioso era difícil de controlar, eso sí. Una noche, en el Giro, se fumó dos paquetes de tabaco, porque no daba por teléfono con su padre y temía que le hubiera pasado algo. ¡Y el día siguiente le ganó la etapa a Merkcx!”.

Eran unos adelantados. Siempre el material de última generación, una seria concentración de pretemporada en altura, los primeros en tener autobús propio, pintado con el logo de la marca, en el que iban a las carreras, mientras los demás iban de cuatro en cuatro en coches privados, o en tren, o como podían. Los mejores masajistas, atención médica, cuidados como nadie. Con el KAS, el ciclismo español pasó del subdesarrollo a estar en punta. Aquel equipo (amarillo con mangas azules, azul con mangas amarillas en el Tour, que no quería confusiones con el maillot de líder) encandiló a toda España. Lo mirábamos con orgullo. González Linares recuerda:

—Controlábamos todas las carreras. En cada escapada había dos, tres o cuatro de los nuestros. Hasta Merckx nos respetaba. Le hicimos sufrir tanto… Hubo un Giro que ganó él, después de unas palizas tremendas con Fuente, que fue líder en trece jornadas. Luego fuimos a la Vuelta a Suiza, sin Fuente. Merckx, agotado, nos pidió paz. Propuso que repartiéramos los premios, que no nos diéramos las palizas del Giro. Lo hicimos. Él ganó la carrera, nosotros varios premios, y todo se repartió.

Aunque, confiesa, cayeron en la tentación de hacerle una golfada: “Hubo una cronoescalada por equipos, entre Lenzenheide y Bellinzona, creo recordar. Apareció un premio nuevo, un lingote de un kilo de oro. Ganamos nosotros. Le dijimos que no repartíamos, porque eso no estaba en el pacto inicial, porque no existía. Él se quejó, y tenía razón. Al final nos compró el lingote por un millón de pesetas, y lo repartimos entre nosotros. La verdad es que nos portamos mal con él. No lo merecía”.

A finales de los setenta aquello decayó. Algunos se fueron, tentados por mejores ofertas económicas. Aquel par de grandes generaciones de corredores vascos no tuvo relevos a su altura. El equipo cambió de línea, fichó a Van Impe y varios belgas más. No resultó. Cerró en 1979. En 1985 renació, con el irlandés Sean Kelly como figura. Ya convertido en otra cosa, cometiendo el mismo error que le costó la desaparición. Ya no era el KAS, sino el equipo de Kelly. Duró poco.

Pero queda el recuerdo. Con él, nuestro ciclismo superó la época de las riñas entre figuras, legendarias algunas, se aprendió a cooperar, a llanear, a hacer abanicos, a correr la contrarreloj por equipos. Aquel equipo nos ayudó a entender mejor ese deporte, a descubrirle valores que hasta entonces desconocíamos.

El ciclismo español recuperó en esos pocos años un retraso de medio siglo. Y la afición vivió orgullosa los éxitos alternados de los Gabica, Uriona, Echeverría, Gómez del Moral, San Miguel, González Puente, Aurelio González, Nemesio Giménez, González Linares, Fuente, Galdos, los hermanos Lasa, Perurena, Uribezubia, Santiesteban, Oliva, Nazabal, Pesarrodona, Cima… Del KAS, en definitiva.

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