Salió a hombros, ‘ganó’ la Eurocopa e inauguró la moviola
Ortiz de Mendívil sigue siendo el único español que ha arbitrado una final de Eurocopa, la de 1968. Bon vivan bilbaíno de porte aristocrático, gran árbitro, con una carrera salpicada de hechos singulares. Marcó un gol en La Romareda, protagonizó uno de los grandes episodios entre el Madrid y el Barça, salió a hombros del público tras arbitrar una Copa de Europa… Una vez retirado, fue juez de sus propios compañeros en Estudio Estadio, cuando la aparición de la moviola.
Nacido en Portugalete en 1926, fue eslabón brillante en una larga saga de célebres árbitros vizcaínos, que arranca quizá en el abuelo de Iturralde. Ortiz de Mendívil sucedió en esa saga a Gardeazábal, un grande. Alto, delgado, con aire inglés, gran autoridad… Bilbaíno, nació tres años antes que Ortiz de Mendívil, y fue en parte su referente y en parte su freno, porque el segundo no pudo arbitrar un Mundial hasta que el primero dejó de hacerlo. Gardeazábal arbitró los de Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66. Sigue siendo el único árbitro español que ha estado en tres. Pero un cáncer segó su carrera cuando, aunque ya veterano, aún podía seguir en activo. Falleció en 1969. Su recuerdo fue tan grato que dos años después se le hizo un homenaje, en el que jugaron sucesivamente en San Mamés selecciones de veteranos Vizcaya-Madrid, y selecciones regionales Vizcaya-Cataluña.
Ortiz de Mendívil pasó a ocupar el primer puesto. Era alto, como Gardeazábal, esbelto, sin la delgadez de aquel, cuidadoso de su aspecto, con gran movilidad para lo que se pedía en la época. Fuera del campo era un tipo distinguido, al que los compañeros apodaron Petronio, por lo bien que vestía. Visitador médico, tenía una vida económicamente desahogada. Su mujer, Elvira Larrazábal, fue campeona de España de golf varios años seguidos, en los cincuenta.
Muy sibarita. Cuando viajaba en coche cama, pedía que su vagón lo aparcaran en vía muerta hasta que él se despertara. Si el hotel designado no le gustaba, buscaba otro y pagaba la diferencia, Era igualmente selecto con los restaurantes y con los vinos. A los que viajaban con él de jueces de línea (en la época esa función correspondía a prometedores principiantes de la misma regional) les hacía felices. Ildefonso Urízar Azpitarte me lo ha contado más de una vez:
—¡Menuda diferencia! Entre quedarte en Vizcaya arbitrando un partido de Tercera en cualquier sitio y expuesto a todo, a viajar a cuerpo de rey, con él… ¡Y lo que se aprendía! Del fútbol, de la vida… de todo.
Ortiz de Mendívil, único árbitro español que ha pitado una final, estrenó la repetición de jugadas polémicas en televisión
Ortiz de Mendívil tenía una autoridad y un prestigio, que no menguaron ni siquiera cuando marcó un gol. Fue en un Zaragoza-Las Palmas de Liga. León, delantero del gran equipo canario de aquel tiempo, lo recuerda como si fuera ayer:
—Íbamos ganando 0-2 y era ya la segunda parte. Hubo un córner contra nuestra portería, un rechace corto, Santos tiró y él, al ver que le venía el balón, se dobló y se dio como la vuelta. El balón le pegó en la espalda y entró. Le rodeamos, pero él nos decía: ‘¿Qué culpa tengo yo?’ No tenía más remedio que dar el gol, para el Reglamento el árbitro es como un poste. Pero no hubo más goles. Ganamos igual, 1-2. Como no alteró el resultado, ni andaban Madrid ni Barça por medio, no hubo revuelo.
Distinto fue lo del Madrid-Barça del 20 de noviembre de 1966, en el Bernabéu. El partido llegó 0-0 al minuto 90. Habían pasado cuatro minutos y Veloso marcó para el Madrid. Los jugadores del Barça le protestaron indignados, por el tiempo transcurrido. Pero él prolongó todavía siete minutos más, con lo que el alargue total fue de once. Aquello levantó una polvareda enorme. Del lado culé se dijo que los siete minutos posteriores fueron para disimular. Con el tiempo, el suceso fue deformado por la memoria barcelonista y se suele escribir que Veloso marcó a los once minutos de descuento, y que justo ahí pitó el final. Así lo cree mucha gente aún hoy. Pero basta ver los periódicos (barceloneses o madrileños) del día siguiente para ver que fueron cuatro minutos, hasta el gol y siete más después. Aquello le costó una recusación del Barcelona.
Hablé largamente con él de aquel suceso muchos años después. Me dijo que él simplemente paraba el reloj cuando había interrupciones y lo ponía en marcha después. Que era más escrupuloso que el resto en eso. Con todo, yo lo recuerdo como algo extraordinario y es evidente que los usos han ido por otro lado. Recuérdense, por ejemplo, los comentarios por los cinco minutos de alargue de la final de Lisboa.
Mejor recuerdo tenía de la final de la Copa de Europa de 1969, también en el Bernabéu, Milán-Ajax. Ya estaba Cruyff, aunque el equipo no había fraguado aún. Ganó el Milán 4-1, en noche de exhibición de todos, pero en especial de Rivera, Sormani y Prati. Al final, algunos aficionados saltaron al campo, alzaron a Ortiz de Mendívil y le pasearon a hombros, como a un torero. Sospecho que eran madrileños, neutrales que habían acudido al partido, orgullosos de que un español hubiera sido el árbitro.
Lo de la final de Eurocopa fue de rebote. Se enfrentaron Italia (que jugaba de local y había pasado la semifinal con la URSS por moneda al aire) y Yugoslavia, ganadora de Inglaterra, con arbitraje de Ortiz de Mendívil. Estaba designado el húngaro Zsolt, pero en un trile de última hora se le dio el tercer y cuarto puesto, y la final pasó al suizo Dienst. (Sí, el mismo que en Inglaterra-66 había concedido el gol fantasma de Hurst a Inglaterra). Dienst fue infamemente casero. Los italianos camparon por libre, hubo un penalti de Castano estrepitoso. Aun así, la cosa quedó en 1-1, tras prórroga.
Dos días después, el 11 de junio, se repitió la final y el designado fue Ortiz de Mendívil. En España, los más enterados señalaron que era amigo de Italia. En el minuto 12 concedió el primer gol de Italia, marcado por Riva en rotundo fuera de juego. Amenazó severamente señalando con el índice al vestuario a los yugoslavos que le reclamaban y el resto del partido tuvo un tono menos desvergonzado que el de Dienst días antes, pero se le siguió viendo la oreja. La diferencia en su modo de contar los pasos de las barreras fue estrepitosa. Ganó Italia 2-0.
Árbitro de confianza del sistema, en fin. De los que si se equivocan lo hacen de la manera conveniente, que sigue siendo la forma de progresar. No llegó a arbitrar una final de Copa del Mundo, aunque sí una semifinal de 1970, Brasil-Uruguay, de mucho tronío. (Aquella del regate de Pelé al portero Mazurkiewicz sin tocar el balón). Y la final Intercontinental (desempate en Madrid) entre el Inter y el Independiente de 1968, que ganó el Inter. Tuvo mucha fama de amigo del Inter, tanta que alguna vez comentó Luis Suárez que Ortiz de tenía más medallas del club que él mismo. Y esa final del 69, la de la salida a hombros. Y una final de Recopa, la del 71.
Una vez retirado, alcanzó mayor celebridad cuando Pedro Ruiz le contrató para Estudio Estadio, a fin de juzgar las actuaciones arbitrales en la moviola, que estrenó. Fue apodado como Míster Moviola, Don Moviolo o El Moviolo. La siguiente generación de árbitros se revolvió contra él, por prestarse a juzgarles, pero más adelante todos ellos hicieron lo mismo cuando algún medio les llamó.
Envejeció feliz hasta una caída en 2012, que le produjo una fisura de cráneo. Falleció tres años después. Ningún otro árbitro español ha pitado una gran final de selecciones.
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