¿Quién es el bueno de Alemania?
La selección de Löw se guía más por el espíritu de Berlanga que por el de Hitchcook, es decir por el espíritu coral en lugar de la pasión por James Stewart o Tippi Hedren
¿Özil? En un coche sería los intermitentes. ¿Kroos?, la luz de cruce, tibia pero suficiente. ¿Gómez?, la tracción delantera, no siempre necesaria. ¿Khedira?, la luz de carretera que deslumbra más que alumbra. ¿Neuer?, el parachoques. ¿Quién es el bueno de Alemania? Un misterio que jamás se resolverá. Oficialmente será el que marque el último gol, el último penalti, aunque tantas veces el gol es una campana sin badajo: suena por la inercia de las cosas y aunque suene mal es una bendición que parece una sinfonía. ¿Quién es el bueno de Alemania? Porque en el fútbol de hoy hace falta un bueno, un feo y un malo. Normalmente, el malo es el papel reservado al árbitro, sus equivocaciones son siempre más trascendentes que las de los futbolistas: un árbitro se equivoca, el jugador solo falla. El feo es un papel más disputado: que si aquella patada, que si aquellos brazos al viento de Boateng, que si aquel penalti de Pellè. Siempre hay candidatos.
¿Pero quién es el bueno de Alemania? La selección de Löw se guía más por el espíritu de Berlanga que por el de Hitchcock, es decir por el espíritu coral en lugar de la pasión por James Stewart o Tippi Hedren. El bueno en Alemania o lo son todos o no lo es ninguno. La luz de Kroos o la de Neuer brilla más potente, ilumina más campo, reduce las sombras, pero es la orquesta lo que prevalece sobre los solistas. Por eso el fútbol de Alemania no desata pasiones, un equipo que tritura al rival poco a poco como quien ara el campo con un tractor ruidoso. Es tan hermoso y tan aburrido como el mar.
Alemania ha convertido el talento en una cadena de montaje donde el fin es el afán por hacer bien su trabajo, más que la virguería del habilidoso destornillador
Por eso es difícil saber quién es el bueno de Alemania. Es fácil saber que solo tiene un nueve, Gómez. Y que tiene un falso nueve, Götze, para alterar las circunstancias de un partido. Y que Kroos, vistiendo de blanco en ambos casas es un jugador distinto en el Madrid que con Alemania. Y que acierta Alemania poniéndole donde le pone. Y que se equivoca el Madrid haciéndole jugar donde sufre, donde no disfruta. Es fácil saber que Alemania ha convertido el talento en una cadena de montaje donde el fin es el afán por hacer bien su trabajo, más que la virguería del habilidoso destornillador.
En tales circunstancias, ¿quién es el bueno de Alemania? Pues con el debido respeto a la factoría germana, a su espíritu de grupo, a su organización de trabajo, a su lamentable manera de tirar los penaltis, yo me quedo con Draxler, un tipo desenfadado, un amante del uno contra uno, es decir un estertor de lo que ya casi no queda, que lo mismo adora el regate que el remate, un delantero que mira a los ojos del defensa. Y que es más alemán de lo que parece. Recuérdese a Heynckes, Hölzenbein o Rummenigge. Alemania nunca odió el arte.
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