Orfeo contra Cancerbero
Buffon, como Dino Zoff, son guardametas de longevidad mitológica, cancerberos, perros del Hades que protegen la entrada al infierno con las manoplas de terciopelo
La derrota de Italia ante Irlanda tuvo un efecto terapéutico respecto a la frustración que había supuesto la pavorosa noticia de enfrentarnos a los azzurri en la ronda de los octavos de final. Demostraba el resultado que son un equipo vulnerable, pero esta clase de ilusiones o de supersticiones antecedentes adquiere un valor anecdótico en la emergencia de una eliminatoria que va a disputarse en el umbral y la sugestión del fracaso.
Puede que España sea mejor equipo que Italia. Y que el 4-0 en la final de la última Eurocopa haya malogrado los antiguos complejos. El problema es que Italia es un antagonista perfecto. Y que su fútbol de orden defensivo, presión, estajanovismo y hasta cinismo le resulta particularmente incómodo a la holgura que reclama un equipo creativo.
No van a dejar respirar a Iniesta. Y no van a desquiciarse los italianos en el juego horizontal de España. Ni van a descomponerse nunca en la retaguardia. La apuntalan el portero y la defensa de la Juventus, hasta el extremo de que Italia podría alinearse este lunes con el uniforme bianconero de los turineses, amurallarse en la guarida de Buffon.
No van a dejar respirar a Iniesta. Y no van a desquiciarse, ni van a descomponerse en la retaguardia
Dirán nuestros rapsodas que juegan al antifútbol, pero esta clase de simplificaciones ventajistas tanto descuidan la crisis objetiva de héroes -ni Pirlo ni Totti ni atisbo de ambos- como subestima la devoción que los italianos profesan a la cultura defensiva. Se trata de preservar la virginidad, de convertir la red en el himen, en la tela, que custodia la pureza.
Y nadie mejor para protegerla que esa figura intemporal en que se ha convertido Buffon. Lo fue Dino Zoff. Guardametas de longevidad mitológica. Y, por idénticos motivos, cancerberos en sentido literal, perros del Hades que protegen la entrada al infierno con las manoplas de terciopelo y el número uno sobre la espalda.
Ocurre que la paciencia ha sido el rasgo distintivo de la Eurocopa. Le han sobrado a los partidos 85 minutos. Incluso 115 o 120, como lo demuestra la prolongación de los octavos de final. Se trata de esperar el momento, sobre todo en los equipos de recursos balompédicos precarios. El fútbol no se ha igualado por la calidad. Lo ha hecho por la corpulencia física, por la sofisticación estratégica y por la relevancia que ha asumido la mentalización.
Son tres excepciones a la idiosincrasia de La Roja. Jugadores pequeños, un entrenador sin pizarra y una psicología inestable, voluble. De hecho, las proezas de la selección española se han producido en la excepción estética y en el talento creativo. Hacemos música con el balón. E hizo música Orfeo para conseguir que el Cancerbero se adormilara y descuidara la puerta. Cuando despertó ya era tarde.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.