Rómpelo todo
En toda hegemonía existe un minuto en el que aparece un recién llegado, ligeramente suicida, y decide que ahora ése es su sitio. Es lo que hizo Muguruza ante Serena
Llegó la nueva. Se llama Muguruza, y parece posible que, en adelante, algunas cosas en la élite del tenis sucedan de otra manera, como ella diga. Siempre es buena hora para remover las alturas, en las que tienden a formarse telarañas inalcanzables. Su irrupción en Ronald Garros adquirió la apariencia de esos sábados plácidos, casi muertos, en los que estás tirado en el sofá, como si fuese un trabajo especializado, y de repente oyes un estruendo terrible que procede de la habitación de al lado. Sales disparado, tratando de adivinar qué se habrá caído, y entonces descubres que Garbiñe Muguruza acaba de ganar en París en dos sets, rompiéndolo todo. Destrozar a veces actúa según un sinónimo de reparar.
Lo sentimos por Serena Williams, que ante el despliegue de su rival se movía por la pista como esos coches que no encuentran aparcamiento y dan vueltas a la manzana sin parar. Al otro lado del paraíso, la raqueta de Muguruza goteaba cólera. Cada golpe tenía un pasado propio, con el que la tenista se iba diciendo: este es por los días que madrugué y me moría de sueño, este por los exámenes de matemáticas que suspendí, este por la gasolina que gastó papá llevándome a entrenar, este por aquellas noches en las que sólo bebía zumos… No hubo golpe sin estirpe; por debajo de cada uno fluía un hervidero de voces reducidas a una sílaba, que es ese sonido temible que produce el choque de la bola con las cuerdas.
En toda hegemonía existe un minuto en el que aparece un recién llegado, ligeramente suicida, y sin preguntar de quién es esta mesa arroja lo que hay sobre ella al suelo, y decide que ahora ése es su sitio. Hay que tener unos modales más o menos rudos para arrebatarle un grand slam a una leyenda. En El sueño eterno, un Philip Marlowe hosco por naturaleza ofrece pistas de cómo llegar a un lugar soñado, cuando le pregunta al general Sternwood: “¿Tengo que mostrarme cortés, o basta que me comporte con naturalidad?” Las victorias rara vez vienen a uno. Nadie le pregunta: “¿Te apetecería ganar hoy?”. Ha de ir hacia a ella y, con una buena educación relativa, destrozarlo todo a su paso. Un exceso de buenos modales denotan una escasez total de los mismos.
Nunca está de más ignorar a quién te enfrentas, como si de pronto despreciases a los ídolos que amaste. Fue hermoso ver jugar a Muguruza casi sin advertir que combatía a Serena Williams hasta el final del partido, cuando se la cruzó en la entrega de trofeos y se llevó una bonita sorpresa: “¿No me digas que eras tú la otra?”. Desprendía tanta autoridad su modo de ganar por primera vez el torneo que pareció que ya lo hubiese estado ganando en años anteriores, a escondidas. Es más, en televisión experimentamos la sensación de que, derrocando a Williams con semejante consistencia, Muguruza dejó ganado Ronald Garros para varios años. En una hora y 43 minutos pueden pasar muchas cosas, incluidas algunas que no sucedieron. Ya sucederán.
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