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En el ring de Ándalo, Valverde gana a los puntos

K.O. de Nibali en el día más intenso: Kruijswijk se consolida, Chaves queda tocado, el murciano llega al podio

Carlos Arribas
Valverde gana la 16ª etapa.
Valverde gana la 16ª etapa.VINCENZO PINTO (AFP)

Mediado el siglo pasado un gentleman decidió en qué deportes merecía la pena gastar energía guiándose solo de la semántica. A un lado, el despreciado, colocó los deportes que se juegan como se tocan los instrumentos de una orquesta, los deportes que son juegos, el tenis, el fútbol, el balonmano, todos aquellos en los que primero se inventaron las reglas y las medidas y las canchas; en el medio, para día tontos, quizás, colocó los deportes que se practican, la natación, el atletismo; finalmente, en la cúspide adorada, los deportes verdaderos, los que se combaten, el pugilismo y, por supuesto, el ciclismo, que lo luchan púgiles sobre ruedas y en el que como han comprobado Chaves y Nibali, en el ring inmenso del Méndola, un puerto perdido en la inmensidad de un mar de manzanos verdes y doradas manzanas Golden tan dulces, homogéneas y esterilizadas como salidas de fábrica, se pueden recibir golpes duros como puños, más dolorosos que los propinados con grandes guantes, y sangre roja sobre el sol de verano ya en las laderas brillantes por encima de la Trento de los concilios.

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La 16ª etapa, la de la salida de los Dolomitas por sus valles ricos hacia la planicie próxima, fue un combate de un solo asalto, corto (132 kilómetros), intensísimo (más de 44 por hora en un día de montaña), sin respiro ni piedad. Fue un combate a cinco, los cinco primeros de una general al terminar el día en la que Valverde ya es tercero, a 23s de Chaves, a 3m 23s, lejísimos para la esperanza, del duro Kruijswijk. Lo ganó a los puntos sobre el líder Kruijswijk de rosa cada día más puesto Valverde, quien levantó los brazos y dos veces el puño derecho, vencedor en la meta, los dos que, junto al increíble Ilnur Zakarin, el espárrago tártaro indesmayable, más crochets, uppercuts, directos al corazón y ganchos a la mandíbula propinaron. Lo perdió por K.O., y también el Giro, definitivamente, el siciliano Nibali, de voluntad rabiosa y pedalada lenta, puños de mantequilla, o así, quien por cada derechazo que soltó su furia, su gana de combatir, recibía dos contras terribles de los tres ciclistas en vena. Logró perderlo solo a los puntos Esteban Chaves, increíble fajador pegajoso, que dirían los cronistas de antes: el peso mosca colombiano, en frío, antes de enterarse de qué vaina iba la etapa, recibió golpes que le dejaron tocado, pero en ningún momento tocó la lona, y resistió segundo.

Chaves, cuenta su forjador, Luis Fernando Saldarriaga, es un pirata en medio del mar con una visión panorámica impresionante para saber dónde está la presa, para observar todos sus gestos y analizarlos, para saber cómo está, con capacidad para decidir rápido, para calcular pérdidas y ganancias, para esperar tranquilo su fallo y para lanzarse en picado a por él llegado el momento. Todas esas cualidades atacantes, toda su calma y calidad de análisis, su inteligencia de carrera única, las usó para defenderse en su peor día en el Giro, en el que navegó siempre por detrás, pero nunca a la deriva, siempre entre 35 y 45 segundos, sin ceder ni ganar, siempre buscando la mejor compañía, y encontrándola. Primero fue su equipo, Plaza y Txurruka, a los que cuidó como haría un capitán corsario repartiendo ron entre sus sangrientos marineros feroces, bajando a por agua al coche para que no descompusieran el orden; después se entregó al generoso Jungels de blanco joven, el luxemburgués que se tomó la etapa de los puertos medianos como una contrarreloj a su ritmo alto, sin importarle quién se aprovechaba de su rueda.

Chaves seguirá su Giro reservado, a la defensiva, esperando el fallo, sin atreverse a entrar, frío, donde sabe que no puede atreverse. A Chaves le aislaron en el primer puerto primero la marcha frenéticamente controladora del Movistar de Valverde, y luego los ataques consecutivos como coordinados de Zakarin y Kruijswijk, siempre pareja de baile, de Nibali voluntarioso y fuerte al principio, de Valverde animoso ardiente. A Nibali le tumbó Valverde, 36 años y novato en el Giro, en el Fai della Paganella, el puerto de falsa segunda en el que hasta ahora solo había ganado Eddy Merckx y lo hizo en el 73 del Tarangu, que se desarmó después de haberle puesto al caníbal contra las cuerdas en el Bondone entonces de tierra. Llegó Valverde a Ándalo, a la meta, con el generoso Zakarin y el imperturbable Kruijswijk, quien no necesita de calma ni de ciencia ni de sabiduría: con su fuerza responde sólido a cualquier ataque a los que se lanza planeando con su cuerpo trapezoidal sin perder nunca un amago de sonrisa en sus labios secos. En las calles del pueblo, el murciano esperó a que intentara arrancar el holandés y midiendo su velocidad ni le dejó adelantarle para ganar, donde solo el Caníbal lo había hecho antes, con los brazos en alto y dos especiales puños al aire. “Ya he alcanzado la mitad de mi objetivo, ganar una etapa”, dijo. “Solo me falta consolidar el podio. Está tan fuerte Kruijswijk que creo que va a ser el campeón del Giro”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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