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El corazón y el fútbol de Correa derrotan al Málaga

El argentino logra el gol del triunfo del Atlético que le permite seguir en la pelea por el título de Liga

Ladislao J. Moñino
Correa remata desde fuera del área en el gol del Atlético.
Correa remata desde fuera del área en el gol del Atlético.Fernando Alvarado (EFE)

Ley de fútbol. Contra los blindajes colectivos, calidad individual. Contra las pizarras severas, cintura e inventiva. Contra el orden, desorden. Es decir, Correa. Cuando el Atlético no encontraba agujeros, cuando empezaba a percibirse esa sensación de que el reloj corre más de la cuenta por la ansiedad de no encontrar el gol, Correa, el chico que terminó por superar esta misma temporada de un problema coronario, permitió al Atlético mantenerse en la primera línea de la pelea por el título.

Con un amago y un latigazo que tocó en Albentosa el muchacho puso bocabajo al Calderón y reivindicó el fútbol de la calle, eso que no teme, que se siente libre para no traicionarse y atreverse. Correa representa a ese tipo de jugador menudo con fuego en los pies y en la cabeza. Para algunos académicos, esa imprevisibilidad es un caos táctico, para las gradas una bendición. Y para los entrenadores también porque saben que hay partidos que invitan a futbolistas como él porque son los únicos capaces de cambiarlos. Simeone, expulsado por esos dos balones que aparecieron en el campo, durante una contra del Málaga, asistió desde el palco a la exhibición de su pupilo en la media hora de juego que estuvo en el campo. No solo hizo el gol, sino que conquistó el partido por completo. Lo mismo dribló que se desmarcó para plantarse mano a mano con Ochoa o desembotelló a su equipo con el pase largo. Desde sus características y su entusiasmo fue un revulsivo a todo campo. Bendito caos callejero.

Tuvo que masticar y mucho el partido. Demasiado. Dice Simeone que Xavi Gracia es uno de los entrenadores que más le complican en este campeonato. Esta vez tampoco fue una excepción. Se desordena poco el Málaga, ocupa bien los espacios y no rifa la pelota. Tres virtudes que bajaron las revoluciones del Atlético. Con esas dos primeras cualidades no le regaló contras y le obligó a pensar con el balón en los pies más de lo que le gusta. Ya se sabe que a un par de velocidades menos los rojiblancos pierden capacidad pegada. Le van más las secuencias cortas, esos chispazos de robo y pase que ataques elaborados. El día que domine mejor esa suerte será un equipo más completo y temible de lo que ya es ahora.

Con no regalar la pelota, el Málaga retardó la entrada en el partido del equipo de Simeone. Su solidez, apoyada en el despliegue de Camacho y el criterio de Recio para aguantar hasta encontrar un pase seguro, le generó los dos primeros remates. Un disparo de Cop obligó a Oblak a volar y Charles le remató a los manos un cabezazo.

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Tardó diez minutos el Atlético en encontrar un resquicio por el que empezar a lastimar. Fue un movimiento de ruptura de Saúl a la espalda de Rosales el que hizo la fotografía del agujero porque al poco lo repitió Koke. Su centro raso no lo enganchó Torres, pero sí Griezmann, al que se le fue el giro de tobillo y echó la pelota fuera con todo a favor. A partir de esa jugada el Atlético creció en el partido. No para gobernarlo desde la pelota, pero sí desde los espacios. Empotró al Málaga en su campo, pero este no se descompuso. Se convirtió entonces el partido en una feria de saques de banda en los que los rojiblancos ganaban metros, faltas laterales y saques de esquina de los que no sacó rédito. Koke exigió a Ochoa en un centro-chut en una falta lateral y Carrasco también obligó al guardameta mexicano a una buena estirada poco antes de que apareciera un segundo balón en el campo en medio de una contra del Málaga. La antideportiva y fea treta retrató la angustia y la incomodidad del Atlético. La acción supuso la expulsión de Simeone como máximo responsable del banquillo al no haberse detectado al autor real de una tropelía muy bilardista.

Así que fue Germán Burgos el que tuvo que ordenar un cambio probablemente pactado en el descanso. Carrasco, tocado, no desequilibraba y se marchó. Tampoco lo hizo Griezmann, que también acabó sustituido. Torres también estuvo desacertado. El partido estaba escrito para un jugador distinto. Desorden contra el orden. Revolución frente al estatismo táctico. La calle contra la pizarra. Es decir, Correa.

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Sobre la firma

Ladislao J. Moñino
Cubre la información del Atlético de Madrid y de la selección española. En EL PAÍS desde 2012, antes trabajó en Dinamic Multimedia (PcFútbol), As y Público y para Canal+ como comentarista de fútbol internacional. Colaborador de RAC1 y diversas revistas internacionales. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Europea.

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