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Monótono en su brillo, Spieth sigue liderando el Masters

Hasta el favorito Jason Day sucumbe al ritmo impuesto por el ganador de 2015. Sergio García, cuarto, a tres golpes

Carlos Arribas
Jordan Spieth y su caddie Michael Greller, en la calle del 18.
Jordan Spieth y su caddie Michael Greller, en la calle del 18.Charlie Riedel (AP)

Leer el Augusta Chronicle durante el Masters de 2015 obligaba a comprobar cotidianamente que no se tenía tristemente en las manos el periódico del día anterior, pues, omnipresente, el nombre del fenomenal Jordan Spieth dominaba jornada tras jornada los titulares de portada del relato de la conquista de la chaqueta verde. En 2016, cumplida la primera jornada del torneo de Augusta, la tarea es más ímproba, pues obligará al lector a comprobar que, efectivamente, el papel que tiene entre manos, con Spieth siempre en primera página, no es del año anterior.

El tejano ganó el Masters del 15 liderando el marcador desde el primer día, y 2016 ha comenzado igual, aunque un poco más moderado: al 64 (-8) que dejó con la boca abierta a la afición en 2015 le ha sucedido un 66 (-6: seis regulares birdies de hormiga, sin excesos, ni eagles ni bogeys ni más de dos putts en ningún green) no menos impresionante el jueves de 2016. No menos aniquilador: Jason Day, el australiano favorito para los apostantes, fue tan loco como para intentar aguantar su ritmo, incluso adelantarlo. Pasó los primeros nueve en 31 golpes (-5) y se estrelló con un triple bogey (agua y tres putts) en el bucólico 16. El número uno del mundo acabó al par en una jornada de viento y greens no excesivamente duros en Augusta por la tormenta que descargó de noche, ablandando la hierba y en la que el papel de jugador sorpresa se lo adjudicó el irlandés Shane Lowry, fornido y barbudo como un lanzador de peso, a medio camino entre el hípster y el oso, emblema de la nueva modernidad del golf. Acabó con -4 Lowry, de 29 años, segundo del día empatado con el neozelandés de origen coreano Danny Lee, de 25 años.

Inversamente a Day, con un comienzo moroso y con un final acelerado, Sergio García y Rory McIlroy, las esperanzas europeas, acabaron con -3 y -2, respectivamente. El español pasó por el hoyo ocho con +2. Después, se liberó: un birdie en el nueve y cuatro más consecutivos del 13 al 16 mostraron su talento para dominar el viento con sus hierros largos, y su toque con el putter.

“Augusta es el putt”, es la verdad como un templo a la que se agarra con tanta firmeza Spieth como al mango de su putter, y la maldición que intenta superar Day, el rey del largo drive, y que sufrió en su tarjeta el debutante Rafael Cabrera Bello, quien descubrió en su primer hoyo con su primer bogey que en el Augusta National Golf Club dejar la bola en green no es garantía de par. Hay zonas en las que nadie la querría colocar en la vida, aquellas en las que a la bandera hay que llegar cuesta abajo, pues son promesa de tres putts. Así le sucedió al canario en el hoyo uno. No perdió el pulso Cabrera Bello por ello, ni tampoco por el viento molesto o la agobiante presencia de aficionados por todos los rincones. Terminó la jornada con 74 golpes (+2), y con un birdie en el 18º para cerrar esperanzado el día.

Quien de la jornada del jueves leyera el viernes solamente el relato de lo que hizo el gigante Ernie Els en el campo también se vería obligado a mirar y remirar la primera página pero no tanto con dudas sobre la fecha sino sobre la autenticidad del ejemplar, para estar seguro de que no era uno de broma. La noticia del desafortunado y triste Els, uno de los más grandes de las últimas décadas, ganador de dos Open y dos Open de Estados Unidos, fue que había batido por dos el récord de golpes en el hoyo uno, pues necesitó nueve (+5) para llevar la bola del tee al agujero. Comenzó el hoyo mal, con un fade exagerado que dejó la bola en los pinos junto a la sala de prensa, y siguió con su segundo golpe hasta el tee del dos, pasado el green del ocho. Pero eso no fue lo que le condenó (llegó a green de tres, e incluso parecía que podría salvar el par porque le quedaba un putt de menos de un metro), sino el asalto de los yips, el temblor incontrolado de manos que solo ataca a los mejores en los putts cortitos, los que no se pueden fallar. Por razones no completamente establecidas –de origen psicológico o neurológico o muscular: los especialistas no se ponen de acuerdo--, las manos de Els se hicieron flanes, el agujero un imán del mismo polo que la bola a la que repelía una y otra vez, y Els, de 46 años, se convirtió en el primer hoyo de su 22º Masters en un novillero de plaza de pueblo que no acierta con el descabello ni loco y que necesitó seis putts de menos de un metro para embocar la bola que no quería hundirse.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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