Day, favorito en el Masters de Augusta
El canario Rafael Cabrera Bello debuta en el grande y descubre la perfección entrenando en su campo
Gary Player estuvo un rato, tan elegante con su chaqueta verde, ni un pelo fuera de su sitio, comentando con los de la CBS el domingo del Masters de 1986. Se vio a los jóvenes que empezaban a destacar sin saber que nunca ganarían el Masters, Greg Norman y Nick Price, que el día anterior había batido el récord de Augusta con 63 golpes; también se vio al inquietante Bernard Langer, que había ganado el año anterior, y a Seve Ballesteros, claro. A mitad de partido Player se levantó dejando a Ballesteros sudando la gota gorda para mantener el liderato en el hoyo 9 y cuando ya estaba de pie el comentarista le preguntó que quién iba a ganar. “Ballesteros, por supuesto”, respondió el apuesto sudafricano. “Es fabuloso, es el mejor, no hay ninguno como él, con esa fuerza y esa genialidad”. Se equivocó el primer no norteamericano que ganó el Masters. Ganó el viejo Jack Nicklaus, que llegaba desde atrás, con una ronda final de 65 golpes: 30 en los segundos nueve. Fue su sexta chaqueta verde. Tenía 46 años y su hijo Jackie le hacía de caddie. Cada año que pasa, ya van 30, el valor de aquella tarde de abril brillante de sol aumenta, su memoria. Ballesteros, el fabuloso, no había cumplido aún los 30 años. Quedó cuarto a dos golpes. Nunca ganaría su tercer Masters.
Ballesteros llegó a Augusta como llegó Miguel Ángel al Vaticano sin dejarse impresionar por lo que veía, sino con alma creadora y gloriosamente irrespetuosa con las normas establecidas y unos pinceles en la mano para pintar la Capilla Sixtina. Desde entonces, en el campo que todos admiran, en el torneo que todos desean, ningún jugador salvo Tiger Woods a finales de los 90, nadie ha jugado con el mismo ánimo rebelde, consciente de su valor revolucionario. Impera mayormente el espíritu Nicklaus, de resistencia y persistencia, y respeto, una forma de hacer que le llevó a ganar grandes, 18 en total, desde prácticamente la adolescencia granujienta hasta la edad de arrugas profundas y hombros cargados.
Así es el ganador del año pasado, Jordan Spieth, para quien el reto de sobrevivir a la cena de campeones con su menú de barbacoa texana, su tierra, le tenía sin dormir desde hacía semanas. Ganó el Masters con 21 años, solo unos meses más que el primer Woods, y modales de anciano. Los favoritos para sucederle se llaman Jason Day y Rory McIlroy, y no han cumplido los 30 tampoco. Day es un australiano de 28 años y acciones heroicas, como superar con la disciplina del golf una juventud de alcohol y gamberradas, o como ganar un grande, el PGA del año pasado, después de sufrir un mes antes ataques de vértigo que le hacían pensar que le impedían mantenerse de pie. En su primer Masters, en 2011, Day terminó segundo, y tercero dos años después. McIlroy era la perfección antes de la llegada de Spieth, un norirlandés de Holywood y 26 años que ha ganado todos los grandes menos el Masters, que año tras año le da calabazas. Por cuestiones de superstición ha cambiado su rutina en 2016. No ha jugado el miércoles los pares tres tan familiares y no llegó el domingo a Augusta, sino el lunes, con su habitual cuerpo de músculos trabajados en gimnasio. Todos sueñan con ser Niclklaus, poco a poco. Ninguno puede ser Ballesteros.
Rafael Cabrera Bello, el español que debuta este año (18.22, hora peninsular -una menos en Canarias, la tierra de Cabrera-, en trío con Davis Love III y Charl Schwartzel, Canal+ Golf), llegó el domingo al atardecer, desde Houston con un cuarto puesto en su torneo y un eagle saltarín en un par 4 dándole vueltas en la cabeza feliz, a la casa club por Magnolia Lane y admiró las azaleas en flor y las wisterias olorosas y moradas en los troncos de los robles. Lo hizo como un peregrino cruzando la puerta de San Pedro, con ¡ohs! de admiración y silencio respetuoso. Su último tuit es una foto de la santísima trinidad en persona, Gary Player, Arnold Palmer y Jack Nicklaus (13 Masters entre los tres) tomando apacibles el sol con sus chaquetas verdes, y, pasada la impresión, su pensamiento es claro. “He recorrido el campo y he comprobado que la perfección existe, pero no me he dedicado a mirar florecitas”, dijo a la web Ten-Golf el jugador canario, de 31 años, que se ha clasificado para el Masters gracias a una magnífica primavera en los campos de medio mundo. “Vengo jugando bien, la bola me hace caso y quiero ver hasta dónde me lleva mi juego en un campo tan complicado que en solo día y medio de prácticas tengo la cabeza llena de variables bailando. Habrá que jugar inteligente; agresivo, pero prudente”.
Sergio García comienza su 18º Masters (19.39, hora peninsular, a trío con Danny Willet y Ryan Moore) con molestias en una mano. No habrá más españoles. José María Olazabal, el único español vivo que lo ha ganado, y dos veces, se ha quedado en casa, donde recupera la forma tras pasar una enfermedad, y desde el sillón responderá a la llamada telefónica que Cabrera Bello le ha anunciado para pedirle consejo; Miguel Ángel Jiménez, dedicado al circuito senior, no entretendrá a los espectadores con sus maravillosos ejercicios de estiramientos, ni los deleitará con su toque fino, ni los admirará con su coleta reluciente y rizada, ni los horrorizará con el humo de sus habanos.
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