Luis León Sánchez mide, calcula y gana la primera etapa de la Vuelta al País Vasco

Hay noticias que ocurren antes de que sucedan. Por ejemplo, que el Movistar salga con seis de sus ocho ciclistas porque la gastroenteritis ató a la cama a los hermanos Izagirre, que son hermanos hasta para eso y dejan a Nairo Quintana menos espadas para repeler los ataques. Porque los Izagirre no solo eran sus escuderos, sino sus guías en una carrera que exige la matemática del punto de cruz y la imaginación del patchwork. Así salió la carrera, con dos menos de los previstos, porque puestos a faltar, ya faltaba el wifi, que es como si en un concierto de Paco de Lucía faltara el taburete. Tú te buscas el asiento, la guitarra y el escenario.

Quizás por eso, el Tinkoff de Contador asumió el liderazgo del pelotón para ejercer eso que en el fútbol se llama la presión y que en el ciclismo se llama el desgaste. Y quizás por eso se produce lo que siempre ocurre, que unos se van, caso de Lastra, Edet o Wyss, con apenas un minuto y medio de ventaja, o sea, oliendo el sudor de los guardianes, que es como sentir el ruido de las llaves del calabozo. Y el que se fugó fue Luis León Sánchez, que, como el listo de la clase, se apuntó a la última escapada que es siempre la que más premio tiene.

Se había ido Dani Navarro, otro perro bien educado en la competición, pero Luis León le midió el terreno, lo calculó en un par de curvas, se fue en su busca, para que no se perdiera, lo alcanzó para guarecerle y cuando enfiló el desfiladero final decidió que más que de metro había que tirar de centímetro. Salieron en su busca, en la busca de ambos, y se le aproximaban, y Luis León comenzó a mirar hacia atrás, algo que en el deporte siempre se entiende como síntoma de debilidad, de desconfianza. Pero el murciano estaba calculando los metros que le separaban de los de atrás y de la meta, que venían a ser los mismos, o sea, que le proponían el beso final. Y miró al manillar y se lanzó, y resistió el ataque desesperado de Dani Navarro, y tuvo tiempo de levantar los brazos y de felicitarse porque el cálculo de su escapada y de su sprint habían sido los adecuados. Otras veces se te van un par de metros y se te va la vida de la carrera. Pero había salido bien. Y era el primer ganador. Y el líder.

Había hecho la organización el prodigio de convertir los dos mil metros que separan Etxebarria y Markina en un recorrido de 144 kilómetros. Resultaba que andar por la tierra era más fácil que andar por la nube. Y ocurrió la escapada habitual. Villella, Gonçalves, Madrazo, luego que si Brambilla, Wyss, que si Lastras y Edet. Que si todo lo que pasa cuando todo empieza. Pero resulta que en el último puerto de los ocho de la jornada, quien primero puntuó fue Contador, no tanto porque lo buscara sino por el razonable afán de desgastar al Movistar de Nairo. Incluso acercándose a Markina, donde el bullicio de los escolares resultaba enternecedor celebrando el paso de las motos, los coches, los ciclistas.

Su placer fue triple, porque el pelotón pasó tres veces por el mismo sitio, pero al único que le valió fue a Luís León Sánchez. El primero, a eso de la una y media del mediodía fue el africano Teklehaimanot, tirando de un pelotón que aún no sudaba. Luego todo cambio. Dejó de llover, los puertos eran sencillos y breves, como un soneto y le correspondió a Luis León Sánchez poner el estrambote: medir la carretera, calcular la distancia, ojear al rival y lanzarse al infinito cercano de la meta. Y la alcanzó.