Bolivia sigue enamorada del Dakar
La pasión por el rally vuelve sobrepasar todas las expectativas en su tercera visita al país
Entre las calles Alfonso y Avaroa hay una pequeña entrada a un modesto garaje. Sobre la chapa que ejerce las funciones de puerta se lee un mensaje: “Te amo Maycela”. No es la única. Laura y María también tienen su dedicatoria unas cuantos bloques más abajo. Hay mucho amor en el cruce de calles. Enfrente, un perro callejero, de los muchos que recorren las polvorientas calles de Uyuni, observa con indiferencia cómo una familia boliviana se baja del coche llena de banderas de su país. Se dirigen al lugar de llegada de los pilotos, que salieron el jueves de madrugada desde San Salvador de Jujuy, en Argentina, para llegar hasta Bolivia. 642 kilómetros que culminaban en la ciudad de Uyuni, que está de fiesta. Hay color por todas partes. No importa que la neblina amarilla que provoca el polvo y que envuelve todo el paisaje trate de esconderlos. No se puede.
Para mí correr en mi país es un triple sueño" Danny Robert Nogales, piloto boliviano
La de este jueves fue la primera de las dos etapas que recorrerán territorio boliviano en esta edición (la de hoy saldrá y llegará de nuevo a Uyuni), la tercera en un país que lleva tres años consecutivos albergando la prueba. Los motivos para la fiesta se multiplican. Tal es el entusiasmo de los bolivianos por el Dakar —se esperan 150.000 personas superando los 120.000 del año pasado—, que su afluencia ayer llegó a condicionar el recorrido, que tuvo que recortarse para evitar cualquier accidente. Es una imagen que se repite todos los años. No mengua.
Danny Robert Nogales es boliviano, de Cochabamba, tiene 32 años, aunque no los aparenta, y no da abasto para limpiar el barro de su moto con la poca agua que sale de un pequeño grifo. “No hay ninguna manguera cerca”, lamenta. Formando un pequeño cuenco con sus manos lanza agua una y otra vez sobre distintas partes de la moto. “Todo esto es un sueño para mí”, asegura, a pesar de lo pintoresco de la estampa, cuando se le pregunta por lo que supone para un boliviano como él —sólo hay once participando—, que una competición como el Dakar pase por su país. “Te diría que es un triple sueño, porque no solo es algo que he querido hacer desde niño, es que además este año he podido encontrar la platita necesaria para correr. Además mi padre y mi hermano han venido hasta aquí para verme”, asegura con una sonrisa de oreja a oreja.
Danny Robert sigue dándole al agua sin mucha recompensa, pues apenas consigue retirar una ligerísima capa de tierra marrón clara. Mientras tanto explica que fue un hombre quien le ayudó a conseguir el dinero. “Yo trabajo en el sector del agua y estoy acostumbrado a dormir poco y a trabajar con mi cuerpo”, comenta, para quitarle hierro al detalle de que sólo ha dormido 40 minutos. De complexión fuerte aunque no muy elevada, enseña un par de grandes manos. “Es lo que peor llevo. Me duelen mucho, aunque por lo demás me encuentro bien”, advierte.
“La moto es un potro”
Nogales compite en la categoría de malles moto o motos baúl, seguramente la más dura de todas las que se celebran paralelamente en el Dakar. En ella, el piloto compite solo, sin ningún equipo ni asistencia que le espere a su llegada en cada uno de los campamentos. La organización traslada su maleta y su tienda de campaña en un camión hasta el siguiente campamento. Una vez allí acaba el trato. “Es muy duro, pero yo creo que compitiendo así es como se vive de verdad el Dakar. Las motos son como un potro sin domesticar”, sentencia. El problema está en que además del desgaste físico acumulado —son de los últimos en completar cada etapa por lo que normalmente llegan al vivac de madrugada—, todas las tareas mecánicas las tienen que realizar ellos. “No la puedo quemar. No puedo hacer el papi y llegar entre los 20 o 50 primeros porque no me dura la moto. Por eso la cuido bien”, advierte resignado.
Pero es fácil ponerse en esa percha entusiasmada cuando habla de todas las veces que quiso correr y no pudo. Además, está seguro de que más adelante volverá a hacerlo y en otra categoría no tan dura. “El Dakar es una carrera adictiva. No es como el resto de competiciones. Aquí hay recorridos nuevos todos los años y no tienes la misma sensación que cuando corres en un circuito”, sentencia. Hay pocas cosas que puedan entusiasmarle más que llegar a Rosario en la última etapa. Perdería la cuenta de las veces por las que se multiplicaría su sueño. El suyo, como el de Bolivia, es seguir formando parte de una carrera que sigue enamorando a su gente. Y a sus pilotos.
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