La FIFA y la inocencia perdida
La corrupción, que alcanza cotas de indecencia, afloró en el organismo que dirige el fútbol mundial
Fue el año en el que los aficionados al fútbol perdieron la inocencia. Tan infantiles, ellos, tan deseosos de creer en Papá Noel o los Reyes Magos, a lo largo de 2015 no tuvieron más remedio que reconocer lo que en el fondo muchos sospechaban: que la gente que gestiona el pasatiempo favorito de la humanidad es —como también dicen de algunos políticos españoles— indecente, miserable y ruin. Los tres adjetivos son especialmente apropiados para describir a los mandamases de la FIFA, el organismo que dirige el fútbol mundial, porque los delitos y abusos que han cometido entran en la categoría moral de un matón que le quita un caramelo a un niño. Los cientos de millones de euros robados por los ejecutivos de la FIFA que han sido imputados provenían de los bolsillos de los millones de personas que encuentran en el fútbol la principal diversión de la vida. Aficionados que, al final, pagan por los carísimos derechos de televisión y los productos que venden las empresas patrocinadoras de la FIFA. Es de aquí, de este descomunal tesoro, que los corruptos de la FIFA han extraído durante décadas sus ilícitas tajadas. El gran destape comenzó en mayo cuando el departamento de Justicia de Estados Unidos pidió la detención de siete altos cargos de la FIFA. La fiscal general de EEUU aseguró que esto era solo la punta del iceberg y así fue. Se sumó a la investigación la justicia suiza y también, ya que por vergüenza no le quedaba otra, la comisión de ética de la FIFA. Hoy van más de 40 imputados o multados o suspendidos, entre ellos el presidente de la FIFA, Sepp Blatter, y el que se suponía que iba a ser su sucesor, el francés Michel Platini, ambos sancionados en diciembre con ocho años de exilio de toda actividad relacionada con el fútbol. Ni Blatter ni Platini han explicado cómo fue que el primero le regaló al segundo casi dos millones de euros en 2011, sin ningún contrato de por medio. Las historias del resto de presuntos delincuentes nos han abierto los ojos a un sistema mafioso de sobornos, blanqueo de dinero y robo. Blatter insiste en que durante los 17 años que estuvo al frente de la FIFA, y durante los 18 en que ejerció de secretario general, no se enteró de nada —lo cual parece conducir a solo dos posibles conclusiones: o Blatter miente, o es muy tonto—. Pero el consenso no es absoluto. Blatter tiene un aliado: Vladímir Putin. El presidente ruso, agradecido por la decisión de la FIFA de dar el Mundial de 2018 a su país, declaró una semana antes de Navidad que Blatter se merecía el premio Nobel de la paz. Un disparate, dirían muchos, pero tuvo su lado bueno. Putin nos dejó la única lectura remotamente positiva que se puede extraer de la sórdida historia de la FIFA: existe el honor entre ladrones.
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