El Barça gana el Mundial de Clubes
El equipo azulgrana, liderado por Messi y definido por Suárez, doblega a la intensidad del River Plate y su afición
El Barcelona es el mejor equipo del mundo. Así lo dice su fútbol y su año, pletórico en cuanto a títulos porque ha levantado cinco copas de seis posibles. La última ha sido en el Mundial de Clubes y ante el River Plate, un equipo con más garra que gancho, fiero sin la pelota pero cordero con ella entre los pies. Poca cosa para un tridente que no tiene remedio y que tanto le da salir de una lesión (Neymar) como acabar de expulsar una piedra (Messi); cuando se ponen a jugar no hay quien les eche el lazo y sus actuaciones doradas ya forman parte de la bella historia del juego porque así también lo dicen los laureles obtenidos.
River Plate, 0 - Barcelona, 3
River Plate: Barovero; Mercado, Maidana, Balanta, Vangioni; Sánchez, Kranevitter, Ponzio (Lucho González, m. 46), Viudez (Driussi, m. 55); Mora (Martínez, m. 46) y Alario. No utilizados: Chiarini, Batalla; Vega, Casco, Mammana, Mayada, Pisculichi, Bertolo y Saviola.
Barcelona: Bravo; Alves, Piqué, Mascherano (Vermaelen, m. 81), Jordi Alba; Busquets, Rakitic (Sergi Roberto, m. 66), Iniesta, Messi, Suárez y Neymar (Mathieu, m. 89). No utilizados: Ter Stegen, Masip; Bartra, Munir, Sandro, Adriano, Samper y Gumbau.
Goles: 0-1. M. 35. Messi. 0-2. M. 49. Luis Suárez. 0-3. M. 68. Luis Suárez.
Árbitro: Alireza Faghani (Irán) amonestó a Kranevitter, Jordi Alba, Ponzio, Rakitic, Neymar y Sergi Roberto.
Estadio internacional de Yokohama72.327 espectadores.
De piernas largas y tacos vistosos, los jugadores del River no se andaban con remilgos ni paparruchas. Se trataba de que el Barça no manufacturara fútbol y de ahí que se empeñaran en restarle cualquier tipo de continuidad al duelo con puntapiés, desequilibrios con el cuerpo y lo que fuera menester. Así se lo aclaró Kranevitter a Messi en la primera pelota que tocó y así lo ratificó Ponzio sobre Iniesta segundos después. O el rival o la pelota, pero nunca los dos. Era tal la intensidad del equipo de Gallardo, el acoso en cada baldosa del tapete, que los jugadores azulgrana apenas disfrutaban de unas pocas décimas de segundo para pensar, las mismas que para actuar. Si bien repetían los gestos de calidad técnica -sombrero de Iniesta, espuela de Neymar, quiebro sin balón de Alba, autopase de Messi…-, iban demasiado exigidos y en los metros finales la pelota ya no llegaba con precisión, rémora que negaba la inspiración de los metros finales. O casi porque a Messi no le tumba ni una piedra ni nadie, que por algo es el mejor.
Valiente, Gallardo situó la línea de presión alta para que la zaga azulgrana errara en la entrega o se desprendiera de la pelota. Pero eso no entra en los planes del Barça, ya ni siquiera con Luis Enrique. De Mascherano a Piqué y de ahí a las bandas para que Busquets bajara y se volviera a empezar. No había prisa y tampoco errores, más allá de ese de Rakitic en un pase hacia atrás que Mora aprovechó para probar a Bravo –jugó contra pronóstico porque Ter Stegen fue quien llevó al equipo a esta competición-, que atajó sin complicaciones como también ese otro de Alario.
Hizo el equipo argentino de la pillería un arte porque cualquier falta o córner era el escenario ideal para la protesta generalizada o para un pequeño rifirrafe. “¡Pongan huevos, vamos River Plate, pongan huevos!”, cantaba pertinaz la marea millonaria. Y de eso no les faltó a sus jugadores, definitivamente alimentados por una marea que se prodigó sin cesar. Bravos, despechados bastantes, los aficionados se entregaron a un ejercicio de aliento espectacular que atronó en el Nissan Stadium, también porque no hubo más que una tímida réplica de Barça, escasos los hinchas y en ningún caso acompañados por los japoneses. El estadio era del River pero el césped y el balón del Barcelona.
A medida que pasaron los minutos, las piernas de los argentinos pesaban por correr detrás de la pelota. Y el corazón, el argumento de Gallardo en la previa, ya no alcanzaba para luchar contra el pie de los azulgrana. Sobre todo de Messi, que ponía el desequilibrio en la zona caliente. Primero fue Iniesta el que le validó con un pase sobre el balcón del área; media vuelta y disparo ajustado al palo y atrapado por un Barovero que llegó donde no lo hizo la imaginación de nadie. También acunó ese remate de Alves de volea tras el centro de Neymar y de nuevo a Messi le sacó la mano en el mismo sitio, tras un lanzamiento de falta envenenado. Pero Leo se moría de ganas por marcar y a la tercera fue la vencida. Fue después de que Alves centrara al segundo palo, donde Neymar durmió la pelota con la cabeza y se la puso hacia atrás al 10, que controló con la derecha, le dio en el brazo mientras se echaba atrás y la remató cayéndose con la izquierda. Gol y morfina al encuentro porque River ya no tiró la presión alta y sobre todo porque Luis Suárez, nada más comenzar el segundo acto, también supo definir ese gran pase de Busquets ante Barovero.
Con la necesidad de River de tirar hacia delante, de marcar un gol que reparara su orgullo herido, se creó el desaguisado argentino. Los mediocentros ya no guardaban la posición, uno de los dos centrales saltaba y los jugadores de banda las veían venir sin cerrar ni ayudar. Y los espacios son el edén del Barça, de un tridente universal que se junta para separar a los rivales. “Papá, a ese lo tengo controlado”, le dijo por teléfono unos días antes Mercado cuando le mostró el primero su preocupación por Neymar. Pero aunque el 11 entró en la refriega como suele, siempre provocador, también entró de lleno en el partido y le hizo todo un descosido a su pareja de baile para actuar de surtidor. Dos centros a Messi que no supo finalizar al darle flojo y desviado, y otro para Suárez que, de cabeza, la cruzó para convertirse con cinco goles en el máximo goleador de la breve historia del Mundial de Clubes junto a Leo. Era el final, el triunfo del fútbol, la victoria mundial.
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