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Caicedo le arrebata al Granada el triunfo sobre la bocina

El delantero del Espanyol marca el gol del empate en la última jugada y amplía el gafe andaluz

Jordi Quixano
Víctor Álvarez cruza en exceso su disparo.
Víctor Álvarez cruza en exceso su disparo.Alejandro García (EFE)

Los bramidos disconformes de la grada eran persistentes, los aspavientos del técnico Sergio González no cesaban y al Espanyol, afectado por un repentino ataque de amnesia porque se le olvidó jugar al fútbol, le premió la divina providencia en el último segundo del encuentro. Fue en un centro de Duarte que cabeceó picado Asensio y que el portero Andrés escupió con ayuda del larguero. Pero el mismo Asensio recogió el rechazo y puso el interior del pie para conectar un centro-chut que Caicedo taconeó a gol. Era el empate sobre la bocina, un regalo demasiado generoso para el Espanyol y un martirio para el Granada, que ya en el pasado duelo ante el Sporting vio cómo se le escapaba el triunfo en los instantes finales, culpa de dos goles sobre la bocina. No es que el juego del Granada hubiese sido para tirar cohetes, pero sí para vencer en el partido de tenis de la central del Power8 Stadium –por los pelotazos bidireccionales- o más bien la nana de cuna, por lo aburrido.

ESPANYOL, 1 - GRANADA, 1

Espanyol: Pau López, Rober Correa, Álvaro, Roco, Duarte; Diop, Cañas (Mamadou, m. 62); Hernán Pérez, Asensio, Víctor Álvarez (Abraham, m. 71); y Caicedo. No utilizados: Bardi; Salva Sevilla, Burgui, Ciani y Javi López.

Granada: Andrés Fernández; Biraghi (Salva Ruiz, m. 72), Lombán, Babín, Foulquier; Javi Márquez (Fran Rico, m. 75), Krhin, Rubén Pérez; Succes, El Arabi (Rochina, m. 49) y Piti. No utilizados: Kelava; Rober Ibáñez, Dória y Miguel Lopes.

Goles: 0-1. M. 59. Babin. 1-1. M. 94. Caicedo.

Árbitro: Hernández Hernández expulsó a Rober Correa por doble amonestación (m. 68). Y mostró cartulina amarilla a Javi Márquez, Lombán, Biraghi, Rochina, Roco, Rubén Pérez y Babin.

Cornellà-El Prat. 18.890 espectadores.

Entendió Sergio González que el Espanyol no está hecho para el fútbol alegre y de salón, sino que funciona con uno más brioso y directo, sin apenas pausa ni frontera en la medular. Pero ante el Granada llevó su juego hasta la hipérbole, futbolistas dominados por el estrés porque no dieron tres pases seguidos sino que se expresaron con pelotazos en busca de un Caicedo tan generoso en el esfuerzo como solitario en su batalla. Sobre todo porque el equipo jugaba con las líneas demasiado estiradas, haciendo tan largo el campo que ni siquiera daba tiempo a los centrocampistas a participar de las segundas jugadas, a reconvertir en peligro esos esféricos que dormía en el pecho el delantero ecuatoriano. Por lo que sin llegadas ni intención, el Espanyol se desdibujó en la zona de tres cuartos. Se reclamaba con esperanza angustiada la aparición de Asensio, el mesías del balón blanquiazul. Pero el Granada lo ató en corto, siempre con ayudas en el eje para que no saliera del segundo quiebro o no armara la pierna para el último pase o un disparo oportunista.

Tampoco el Granada propuso más, aunque sí tuvo presencia por los costados. Isaac era un dolor de cabeza para el canterano Rober Correa del mismo modo que las incorporaciones ofensivas del lateral Foulquier creaban desaguisados que no acabaron en gol porque Pau López lo evitó. Como en ese centro de Piti que el propio Foulquier remató hacia la escuadra y que la manopla del portero desvió; o como en esa que El Arabi no supo ver la ruptura de su lateral, un oportunidad de oro que se quedó en nada. Comprensible, sin embargo, la poca incidencia del ariete marroquí, que cojeaba desde el primer cuarto de hora pero que se mantuvo en pie todo el primer acto porque así lo quiso Sandoval.

Isaac, eléctrico extremo derecho, descolocó al Espanyol con sus carreras y quiebros

Pero el Granada hizo buena esa teoría del fútbol rácano que invoca a las jugadas a balón parado como la mejor de las soluciones para curar las penurias. Fue Piti el que puso el centro templado hacia el punto de penalti y Babin, un ogro del área porque metió el cuerpo y la garra, también la experiencia, ganó la parcela y el remate, un cabezazo cayéndose y cruzado que descolocó a Pau, estatua puntual. Pretendió entonces el Espanyol jugar todo lo que no hizo durante el partido y de milagro se salió con la suya. Aunque lo suyo costó. Con Cañas acelerado y Diop invisible en la ofensiva –encomiable, en cualquier caso, su voluntariedad y despliegue en el ejercicio defensivo-, el Espanyol se refugió en los costados. No participó de la idea Hernán Pérez, desafinado en el quiebro. Pero sí lo hicieron por momentos Víctor Álvarez y Duarte por la izquierda, más profundos y vertiginosos, aunque con el pie torcido a la hora de surtir balones al área e incluso de ejecutar el remate porque Víctor Álvarez cruzó en exceso esa bola que le facilitó Caicedo en la única contra blanquiazul con peligro.

Con la necesidad a cuestas, arriesgó el Espanyol con el sistema –perdió a un medio a cambio de ganar otro punta- y le salió cara la jugada porque Sandoval exigió a Isaac que se quedara de extremo para hurgar en la herida. Y bien que lo consiguió porque en una carrera a punto estuvo de sorprender a Pau con un chut que le cuchicheó al palo por fuera, y en otra se llevó un manotazo de Rober que acabó en la expulsión del lateral. Era el duelo de Isaac, que casi le pone el lazo a su actuación con un mano a mano ante Pau –validado por un excelente pase en profundidad de Foulquier- bien resuelta por el portero.

Ya no quedaba Espanyol y parecía que tampoco fortuna. Más que nada porque Abraham no supo concluir con la cabeza un centro de Asensio con la portería vacía por delante. No ocurrió lo mismo en el último estertor del encuentro y entre Asensio y Caicedo fabricaron un gol de la nada, un empate para darse con el canto en los dientes.

Del enfado de Sergio González a las lágrimas de Sandoval

Juan I. Irigoyen

“No entendemos por qué no hemos podido entrar antes en el partido. Nos ha costado mucho hacerlo y espero que encontremos el remedio. Estoy enfadado, podemos hacerlo mucho mejor”, se quejó, apesadumbrado, Sergio González, tras el agónico empate del Espanyol. Cambia de humor el juego del cuadro blanquiazul, a veces atrevido, otras comedido. Ayer volvió a mostrar sus dos caras. Expectante y cándido hasta la expulsión de Rober, punzante y batallador cuando se quedó con 10 jugadores. En cualquier caso, su entrenador encuentra una explicación en el DNI de sus jugadores.

“La juventud del equipo hace que salga temeroso al campo”, dijo. “Quizá estamos un poco coaccionados para hacer nuestro fútbol, pero la culpa es nuestra. Hay que seguir trabajando para que al final se vea un nivel óptimo”. Busca Sergio la llave para tocar la fibra de sus jugadores y así paliar la ciclotimia del Espanyol.

Su homólogo, José Ramón Sandoval, también parece pedir turno para el diván después de las segundas tablas sobre la bocina. “Lloré de rabia; me juego la vida y el empate me sabe a derrota”, soltó el entrenador del Granada. No es la primera vez en esta Liga que el conjunto andaluz ve como se le escurre la victoria en el último suspiro. “El esfuerzo de una ciudad y de una plantilla no puede irse al traste por pequeños detalles. Llevamos arrastrando varias semanas lo mismo, no es una cuestión de táctica o de técnica”, dijo Sandoval, que criticó la actitud de sus jugadores en los minutos finales.

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