Visp, el refugio de Blatter
En el tranquilo pueblo alpino del presidente de la FIFA, ancianos y jóvenes divergen sobre la controvertida figura de su vecino
El fin del desalpe, la bajada de las vacas desde las montañas huyendo del frío para pastar en las faldas de los valles, y la paleta de colores ocres, amarillos y rojos que componen las laderas donde se apelotonan las arboledas como mullidos y entrelazados ovillos de lana, advierten de la plenitud del otoño alpino en Visp. El coqueto pueblo en el que nació Joseph Blatter hace 79 años está encajonado en el angosto valle del cantón suizo del Valais. Delineado por las altas agujas de los Alpes, moteadas ya de blanco por las primeras nieves, es un remanso de paz y aire puro en el que Blatter, según relatan sus habitantes, se transforma en un ser terrenal y afable. Rodeado de sus paisanos, el inhabilitado presidente de la FIFA, acusado de “gestión desleal” y “apropiación indebida” por la fiscalía suiza, se siente seguro y cómodo.
A dos horas de Zúrich en tren, el hombre que encabeza la caída libre de la organización del fútbol mundial se traslada hasta su lugar de nacimiento al menos dos veces al mes. Aquí, cuentan que Blatter se reencuentra con sus orígenes y se despoja del sibaritismo y la plutocracia de la FIFA. “Viene a recargar las baterías. Se le puede ver haciendo senderismo o en las aguas termales de los balnearios. Habla con la gente sin sentirse importante por ser el presidente de la FIFA. A veces viene a ver los partidos del Visp”, asegura René, un aficionado del club local que reflexiona a las puertas del modesto estadio en el que Sepp Blatter empezó a relacionarse con el fútbol como un rápido y habilidoso extremo: “El señor Blatter está limpio y tiene nuestro apoyo. No le ha dado dinero al club, pero cuando fue su centenario trajo a Ronaldo, el brasileño, a jugar aquí”. En el pueblo aún recuerdan el acontecimiento como uno de los grandes regalos que Blatter le ha hecho a la localidad.
Blatter llevó a su pueblo a Ronaldo, el delantero brasileño, en el centenario del equipo de su localidad
“Aquí”, señala Michael, sentado a las puertas de una vinacoteca, “nos conocemos todos, esto es muy pequeño. La gente mayor le apoya, la juventud no tanto. Es normal, los ancianos piensan que él ha hecho mucho por Visp. Pero la gente más joven en general cree que si la FIFA está corrupta y él es el presidente, también él lo estará”. “¿Pero dónde no hay corrupción en el fútbol?”, se pregunta este ingeniero químico, mientras saborea una copa de vino, antes de responderse él mismo: “Suramérica, África, Asia, ahora Alemania, también habrá corrupción en el fútbol de España, de Francia…”. “Donde hay mucho dinero, hay corrupción y en la FIFA hay las dos cosas”, intercede Patricia, dependiente de una tienda de ropa.
Una de las últimas veces que se vio a Blatter por las calles de su pueblo fue el pasado viernes. Acudía a los estudios de la RRO, la radio y televisión local. Fue entrevistado por Norbert Eder, el director de deportes de la emisora. “Estaba muy, muy, muy tranquilo, no le vi nervioso para nada. ¿Culpable o inocente? Yo no soy juez”, zanja Eder por teléfono. “La decisión de la Comisión Ética me dejó en estado de impacto, pero también fue un alivio. Ahora estoy en paro y puedo ocuparme de mí mismo para plantearme el futuro”, le confesó Blatter al periodista, al que también confirmó que en Visp se siente “bien acogido” y no “prejuzgado”.
Es sábado a media tarde y juega el equipo local. En las gradas y en el quiosco donde humean enormes salchichas blancas se especula con la posible visita de Sepp. Corre la cerveza, pero pocos hinchas se animan a hablar de su cuestionado vecino, que finalmente no hace acto de presencia. El presidente del Visp, que sigue el partido de pie sobre la pista de atletismo que rodea el terreno de juego, es reacio a opinar. “Es una gran persona. Todo es correcto en él”, responde con sequedad un hombre de unos sesenta años de poblado bigote blanco. “Está en un proceso legal, ¿no? Cuando termine, podré dar mi opinión”, espeta otro hincha de mediana edad.
La desconfianza en el estadio es generalizada a la hora de hablar del individuo que ha dado nombre a uno de los colegios de la turística población, un austero edificio de piedra amarillenta en el que a su entrada se puede leer: “Escuela Primaria Sepp Blatter”. A unos 100 metros, callejeando por estrechas vías empedradas, se llega al restaurante Napoleón, propiedad de Corinne Blatter. La hija, fruto de su primer matrimonio, regenta el local, revestido por dentro de madera clara. Ella no está, pero sí su marido, Dominick. Un ejemplar del diario Blick redobla el impacto de su portada por estar encima de la barra del negocio familiar. Ante el titular, El fin del juego, ilustrado con una fotografía de Beckenbauer, Blatter y Platini, el yerno frunce el ceño. No quiere hablar, pero acepta posar tras el mostrador, delante de un banderín que reza “FIFA, bueno para el juego” y otro que conmemora el centenario de la organización. La imagen del diario fue tomada en los tiempos en los que Blatter invitaba al también inhabilitado dirigente francés a un partido veraniego que organiza en agosto. Al de este año, Platini no fue invitado.
Daniel, un cliente, sí acepta la conversación sobre su paisano: “Cuando viene por aquí puedes tomar una cerveza con él, hablar él de política, de fútbol o de las pequeñas cosas de la vida. No es fácil ser presidente de la FIFA y estar atento a lo que se hace con el dinero. Él hizo mucho por desarrollar el fútbol en África, en Asia o en América, pero su situación es complicada”.
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