La diminuta Oceanía sigue perdida
Samoa, la gran baza de los isleños para alcanzar cuartos, decepciona tras el motín con el que sus jugadores exigieron modernizar su federación
Aunque su mera presencia en el torneo sea motivo de orgullo, ese rugby de las remotas islas del Pacífico, orgulloso de su primario libre albedrío frente a la táctica de los grandes, tiene muchas aristas por pulir. En la fase de grupos caducarán las esperanzas de Fiji, Tonga y Samoa, la gran baza de la región para alcanzar citas más nobles. Los orgullosos samoanos parecieron encontrar el camino tras su motín en noviembre de 2014 contra la Unión Samoana de Rugby, exigiendo una profesionalización de sus estructuras. Los jugadores ganaron el pulso y vinieron tiempos mejores, con una gran actuación en la primera visita de Nueva Zelanda a este país de 190.000 habitantes. Incluso uno de sus veteranos, George Pisi, se marcaba el objetivo de ganar el Mundial: “Queremos competir como una nación. No importa lo pequeño que sea el país, podemos vencerles.”
En una dimensión más terrenal, los samoanos debían haber peleado el segundo puesto del grupo el sábado con Escocia, pero esa cita será ya tardía tras caer duramente ante Japón. Han pasado cuatro años desde el sacrificio de su entonces capitán, Mahonri Schwalger, que mandó un informe al primer ministro del país acusando a la federación de “tratar el Mundial como unas vacaciones” y dedicar sus jornadas a fiestas y jugar al golf. Asumió el fin de su carrera internacional para que el país “fuera hacia adelante”, pero los vicios continuaron.
De ahí la huelga que la plantilla llevó a cabo el pasado noviembre, antes de un amistoso contra Inglaterra en Londres, para pedir un giro drástico en la gestión de su rugby. “Hicimos un esfuerzo por dejar claro en lo que creíamos como equipo, era el momento correcto para hacerlo. Espero que la gente entienda que no estamos aquí por dinero, sino para jugar por nuestro país y por representar a nuestra familia. Ahora el rugby es más profesional, estamos en el camino correcto”, analiza Pisi, agradecido por el sacrificio de Schwalger: “Mereció la pena. Él no es una persona egoísta, siempre lo dio todo por el equipo, que no es algo nuestro, sino de la gente”.
De esa pasión local se alimenta el rugby, con masas como la que asedió a Tonga en su llegada a casa tras batir a Francia en el Mundial de 2011, convirtiendo el corto trayecto que separaba el aeropuerto del campo de entrenamiento en una travesía de cuatro horas. Samoa trató la visita de los All Blacks en abril como fiesta nacional, recibiendo al capitán Richie McCaw y al apertura Dan Carter con honores de jefes de Estado. “Fue un día muy especial, algo muy grande. Siempre quieres enfrentarte a los mejores del mundo, y ellos son los números uno. Que vinieran a nuestro jardín, con nuestra gente…”
En lo deportivo, fue una llamada de atención por parte de los samoanos, que exprimieron al mejor equipo del mundo en un encuentro agotador que perdieron por apenas nueve puntos (25-16). “Demostramos que no nos venimos abajo, que cuando se trata de afrontar un desafío siempre podemos hacerlo bien, pero el mejor recuerdo fue ver a todo el país cantando en la calle”, explica el mayor de los Pisi, que juega con sus dos hermanos en la selección, otra anécdota con la que llevar la marca Samoa al mundo. “Es un gran honor y me siento muy afortunado porque no a todo el mundo se le presenta una oportunidad así en un torneo tan prestigioso”.
Tras vencer a EE UU, la soñada verticalidad samoana se ha tornado en brutalidad en sus derrotas ante Sudáfrica y Japón. Alesana Tuilagi, uno de sus referentes, fue sancionado el miércoles con cinco partidos por dar una suerte de rodillazo a un rival nipón en la cabeza, acción que el samoano aseguró involuntaria y que provocó una conmoción cerebral. “Estamos acostumbrados a jugar un juego muy duro, pero también tenemos calidad”, replica Pisi, con ese eterno orgullo del que quiere “ser recordado en un equipo que hizo historia”. Pese a su gran corazón, el éxito de las islas depende de un futuro más racional.
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