Día 1. La primera en la frente
España, ciclotímica y errática, cae derrotada en su estreno ante una Serbia que fue mejor y confirmó su potencial
Día de apertura de melones. El nuestro está aún algo verde y Serbia nos dio un disgusto. Nada que objetar al triunfo de los de Djordjevic, que confirmaron que han venido para quedarse. O mejor dicho, para marcharse a Río. Su rotación es infinita, su poderío físico también y todo el que aparece por la cancha tiene marchamo de jugador de primer orden, haciendo honor a su denominación de origen yugoslava.
Salvo en los cinco últimos minutos del primer cuarto, que se les fue el oremus, siempre encontraron soluciones individuales para no dejar de producir, mientras atrás se ataban los machos y hacían de cada ataque español un sufrimiento. Con el partido en el alambre, sacaron el martillo pilón en forma de triples y se fueron tan contentos. Total, que a las primeras de cambio, Serbia presentó candidatura para esa deseada final.
España no. Fue demasiado inconstante, ciclotímica como en ese primer tiempo donde se pasó cinco minutos sin conseguir un solo punto y luego hizo 21 en otros tantos. Le costó un mundo quitarse a los serbios de encima, especialmente tres jugadores claves: Sergio Rodríguez, Llull y Pau Gasol. El Chacho estuvo errático, pasó momentos de desesperación y su magia no iluminó el escenario.
El increíble no metió una (es casi literal, hizo 1 de 10) y Pau tuvo que esperar pacientemente hasta los seis últimos minutos del último cuarto para ser el Gasol dominador. Hasta entonces sus méritos eran exclusivamente defensivos, que no está mal, pero este equipo no se puede permitir el lujo de que a Gasol sólo se le vea en un lado de la cancha.
Quizás una de las cosas que demostró el partido fue precisamente esa: que se acabaron los lujos. Me refiero a que si en épocas pasadas parecíamos vacunados antes casi todos los males, ahora ya no. Para ganar, ya no basta una versión del 50-60% del potencial que atesoramos. No es suficiente que los jugadores sobre los que recae mayor responsabilidad sólo den señales de vida en cortos espacios de tiempo o que la eficacia defensiva no sea más constante.
En partidos de máxima exigencia, ya no se gana cuando si tuviésemos que poner notas individuales, salvo Pau Ribas (una de las mejores noticias de la noche) y el Felipe ofensivo (los cuatros pasaron un calvario con Bjelica yéndose a ocho metros a hacernos un roto) ningún jugador alcanzaría el notable. La realidad actual es que nos cuesta un mundo poder ganar cuando los triples no entran (3/19 ayer). O cuando nos dominan claramente los rebotes.
O cuando no nos dejan correr al menos un poquito y así liberarnos de las tenazas defensivas que nos aplican equipos con más cuerpo que el nuestro. O cuando el partido se decide en un par de jugadas y en ellas dejamos a dos tiradores (y metedores) serbios más solos que la una. Tanto cuesta, que en esas circunstancias, lo normal es que finalmente doblemos la rodilla como ocurrió ayer.
Pero bueno, no nos tiremos todavía de los pelos que esto no ha hecho más que empezar. Que no cunda el pánico y si hay que recordar que en 2009 también perdimos con Serbia en el primer partido y luego fuimos campeones, pues se recuerda. Todo vale para mantener un buen ánimo.
Resumiendo el día, llegamos a este torneo con alguna mosca detrás de la oreja y ahí siguen, recordándonos algunos defectos (unos puntuales, otros estructurales) que en el primer acto de una larga travesía terminaron dejándonos mal cuerpo y que se deberían o bien solucionar o al menos atenuar. Hoy toca Turquía, que juega casi en casa. Segundo toro de la corrida europea. Parece algo menos peligroso que el primero, pero todos tienen cuernos. O sea, que como diría Daimiel, ¡ojo!
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