Mikel Landa gana la etapa del viejo ciclismo de vencedores y vencidos
El ciclista de Álava se impone en Andorra en una jornada que hunde a Froome y reafirma la candidatura de Dumoulin
Debe ser muy duro llegar a la meta y ver a uno, otro y otro ciclistas bajando por el carril derecho, abrigaditos hacia los autobuses del equipo, donde todo es confort. Debe ser difícil cuando te llamas Chris Froome, eres el ganador del Tour y, por lo tanto, el mejor ciclista el mundo. Y tú, con la boca abierta, como un lagarto, buscando el sol, buscando el aire, sin tiempo para beber agua, no te vayas a caer de la bicicleta, solo queriendo llegar, queriendo acabar porque eres un profesional y no un divo, porque eres un ciclista y no un comisionista, porque eres Chris y te apellidas Froome. Y te has caído al principio de la etapa cuando todo estaba por empezar. Y era la etapa reina. Y habías puesto un tuit irónico contra Purito Rodríguez, diseñador de este infierno. Y lo había puesto también Nicholas Roche tras reconocer una parte del recorrido en la jornada de descanso: “Purito, ahora te odio un poco más”, decía el irlandés con todo el sentido del humor que le quedaba tras bajarse de la bicicleta.
Froome había vuelto en Benitatxell, pero no era para quedarse. Andorra lo borró del mapa con un golpe violento, como borraban aquellos maestros los encerados de tiza a golpe de cepillo. En La Gallina, un puerto para los gallos, Froome dijo adiós. Le esperó su escudero, amigo, compañero y confesor Geraint Thomas para devolverlo al cielo, pero acabó en el infierno de la meta, solo, agotado, desnutrido, vencido, pero no humillado, porque tuvo la gallardía de resistir el oprobio de llegar, a ocho minutos de Mikel Landa, cuando los demás ya volvían.
Ganó Mikel Landa, estudiando por libre, olvidándose de todos y de todo, y de que venía su compañero Fabio Aru por detrás comiéndose la carretera. “Yo iba por libre” decía el alavés para decir que pasaba de todo, que quería ganar, que es un ciclista genial y que pudiendo ganar, perder es una imbecilidad. Más aún, cuando tu jefe, en ausencia del tramposo Nibali, se coloca líder de la carrera y el Astana redime el oprobio de El Tiburón, expulsado de la carrera. Bajo un cielo gris, relumbró el azul cielo del Astana para poner un color celeste a una etapa infernal.
Durante muchos años, el ciclismo fue eso, tipos que llegaban de uno en uno, de dos en dos, como mucho, repartidos por la carretera como mojones que señalan el camino. Poetas en bicicleta que hacían sonetos al cansancio, al dolor, al sufrimiento. Purito diseñó la etapa de la tierra en que reside, pero una vez más “cascó”. Se le da mejor pensar en los demás que en sí mismo, aunque Froome y Roche no pensarán lo mismo. Ni Quintana ni Valverde, absorbidos por esa magia de Andorra que combina la electrónica, el tabaco y el alcohol con el encanto de sus montañas impactantes, de esas que parecen que se van a caer en tu cabeza en cuanto te descuides o estornudes
Ganó Landa y podrá decir que ganó una etapa de antaño, de aquellas en las que el pelotón no existía, que se circulaba en fila india, convertidos los ciclistas en brochetas de asfalto. Y ganó como un grande. Y perdió Froome como un grande —ya perdido en la carrera, ausente como Santa Teresa, desde ahora—. Y perdió Quintana, paseante doliente de su prestigio. Y resistió Purito Rodríguez, el autor superado por su obra. Pero gano sobre todo Dumoulin, el contrarrelojista escalador que pasó el examen de las promesas y alcanzó el nivel de la realidad. Perdió el liderato en favor de Fabio Aru pero ya amedrenta más de lo que antes intimidaba.
El holandés va en serio. Si salió vivo del infierno de Andorra y le espera la bendición de la contrarreloj de Burgos, muchos deben estar haciendo cábalas para decidir dónde perderle de vista, sobre todo con ese corpachón inconfundible. Sí, ganó Landa, la etapa. Ganó Aru, que ya es líder. Ganó el Astana, que limpió la mancha de aceite de Nibali. Sí, perdió Froome, por la caída, por falta de fuerzas, por lo que fuera. Y perdió Quintana, condenado a lanzar cohetes que apenas sobrepasan el primer piso del pelotón. Pero ganó sobre todo Dumoulin, el que aparentemente lo perdió todo, pero en una etapa que era un homenaje al antiguo ciclismo, un ciclista como él puso la primera piedra. Todos piensan que este chico va en serio. Y él sonríe.
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