A los dos lados de Los Andes
Hijo de las circunstancias, reality show cuyo atractivo es precisamente lo imprevisible, el fútbol suele refutar todo intento de guion. La Copa América pasada se concibió pensando en una final Argentina-Brasil, con cuádruple candado: siendo primeros o segundos de grupo, tanto albicelestes como verdeamarelas irían por caminos distintos hacia la disputa del título. Sobra decir, ninguno accedió siquiera a semifinales.
En ese sentido, los organizadores de este certamen estarán satisfechos: desde antes del sorteo se confirmó que si chilenos y argentinos hacían sus deberes, dirimirían la corona en el Estadio Nacional el 4 de julio. Y así será. Quizá por ello, los cánticos invocando el duelo (algunos ingeniosos, otros chovinistas y violentos) crecían conforme la eventual final se iba aproximando.
Una frontera de más de cinco mil kilómetros (la más larga del mundo, tras las que separan a Estados Unidos de Canadá y a Rusia de Kazajistán), más ciertas similitudes en sus procesos de conformación, harían pensar en dos países parecidos, por no decir hermanados.
La realidad es distinta: chilenos y argentinos son fácilmente diferenciables en casi toda faceta, comenzando por su hablar y comer. Eso también toca al fútbol, en donde los del costado occidental de Los Andes no han logrado replicar el éxito de sus vecinos orientales. Cuesta creer que Chile jamás haya ganado torneo oficial alguno; solo hay tres selecciones de la Conmebol que nunca han levantado la Copa América: los hoy anfitriones, además de Ecuador y Venezuela.
Ahí radica, Messi y compañía al margen, el mayor problema del once rojo para esta final: en la urgencia histórica. Los medios locales repiten que se trata de la generación dorada del balompié chileno, aseveración que podría variar con base en el resultado de este sábado. Jugar en casa, tener como rival a un vecino de tan compleja relación, medirse ante el mejor plantel del continente, son escenario perfecto para una consagración. A propósito de urgencias, Argentina está igual de necesitado con la peor sequía de trofeos en su historia, con 22 años de nada; caso parecido al de Lionel Messi, al que se le exige ser campeón con el país del que se fue para crecer físicamente, con los tratamientos endocrinológicos, y futbolísticamente, con el Barcelona (“El drama argentino de Lionel Messi sigue abierto. El que se fue no acaba de volver”, escribía Juan Villoro tras la Copa América anterior).
De la urgencia lo mismo puede nacer el más épico futbol que el más paralizante miedo a perder. Probablemente de ahí surja la respuesta: de saber llevar esas ansiedades, de saber jugar con tantos años de espera sobre la espalda. De ahí, y de lo impredecible, especialidad de este deporte.
Twitter/albertolati
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