El largo invierno de Wawrinka
Tras una carrera con muchos altibajos, el suizo disputará su primera final de Roland Garros (contra el vencedor de la semifinal Djokovic-Murray) y se asegura el sexto puesto mundial
Nada más poner el pie en Roland Garros, montó en cólera: “Es basura. Deberían tomar medidas para que la persona que ha escrito eso no siga trabajando aquí”. Apuntaba Stanislas Wawrinka (Lausana, 30 años), finalista el torneo tras batir a Jo-Wilfred Tsonga por 6-3, 6-7, 7-6 y 6-4, a una noticia publicada en la web oficial del evento en la que se aludía a su vida personal, tempestuosa desde hace unos años. “Esto es un acontecimiento deportivo, tenis, así que deberían hablar solo de tenis, y nada más”, expuso el suizo, Stan the Man o Iron Stan, como se quiera, adversario el próximo domingo (15.00, Eurosport) de Novak Djokovic o el escocés Andy Murray, cuyo duelo fue suspendido por amenaza de lluvia y falta de luz.
Explotó Wawrinka porque desde hace meses su nombre se asocia más a la crónica rosa que a su juego, encallado en la primera mitad del año pese a que posea, probablemente, el revés a una mano más poderoso de todo el circuito masculino. “Estoy cansado de esto”, repite una y otra vez. Sin embargo, los picos de sierra que dibuja su carrera profesional han estado irremediablemente ligados a su entorno familiar, definitivamente roto desde que hace dos meses confirmase el divorcio con su exmujer Ilham Vuilloud, una popular presentadora de la televisión suiza con la que mantenía una relación sentimental desde hace 10 años y con la que contrajo matrimonio en 2009.
Apenas un curso después, el enlace se resquebrajó. Wawrinka renunció a su esposa y a su hija Alexia porque no quería interferencias de ningún tipo en su trayectoria tenística, pero unos meses después se arrepintió y decidió regresar a casa. Desde entonces, sus resultados han ido oscilando; alternancia de fases brillantes con inviernos demasiado duraderos. En 2014 elevó su primer trofeo de un Grand Slam, al doblegar a Rafael Nadal en Australia. Pero después, más allá de un título en Montecarlo y el caramelo de la Copa Davis lograda por Suiza, poca cosa. En 2015, las semifinales de Melbourne y Roma –ganó Chennai y Rotterdam, citas menores– eran el mejor registro de un jugador considerado como uno de los más talentosos.
Aparte de Chennai y Rotterda, las semifinales de Melbourne y Roma eran sus cotas más altas este año
Hasta ayer. En una Chatrier que parecía una caldera, con 35 grados de temperatura –aunque una sensación térmica superior– y muchísima humedad, Stan dejó de hibernar. Caía fuego en París y tenía a la grada en contra. “¡Allez Tsonga, allez Tsonga!”, gritaba una y otra vez el público francés, deseoso de volver a ver a un tenista de casa jugar la final en París; desde que Henri Leconte lo hiciera en 1988 no ha podido hacerlo. Pero Tsonga, sumido estos años en un sueño aún mucho más profundo que el de su contrincante –desde 2011 (Bercy) no lucha por un título en un escenario de altura–, se derritió en la recta final. Desperdició hasta 16 bolas de break (de 17 opciones), sufrió 60 winners y se inclinó después de tres horas y 46 minutos de agonía.
Al otro lado Wawrinka, un hijo más de la inmigración suiza, se tocaba las sienes con sus índices. Miraba a su palco, del que no estaba muy lejos el legendario Bjorn Borg, seis cetros de Roland Garros. Sabía Stan que tiene la oportunidad de relanzar su carrera, de ganar un torneo que en su día (2009) conquistó su compatriota Roger Federer, cuya sombra es infinita para él. “Puedes igualar a Roger aquí. ¿Qué te parece?”, le plantearon tras vencer. “Gracias por mencionar a Roger en la primera pregunta”, respondió, antes de la autoafirmación: “Sólo sé que cuando hago mi juego, puedo ganarle a cualquiera”.
Sólo sé que cuando hago mi juego, puedo ganarle a cualquier jugador”
Tutelado por el sueco Magnus Norman desde 2013, el triunfo contra Tsonga le garantiza al helvético la ascensión del noveno al sexto puesto del ránking mundial –su pico fue el tercero, en enero de 2014–. Aspira ahora, además, a ser el primer campeón júnior que luego levanta el trofeo en profesionales desde Mats Wilander (1988). Y es que Wawrinka quiere dejar atrás el invierno y el pasado –en 2014 se marchó de París en primera ronda–. Ya lo dice su antebrazo izquierdo, tatuado con una frase del dramaturgo irlandés Samuel Beckett: “Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Sigue intentándolo. Vuelve a fracasar. Fracasa mejor”.
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