El fin del milagro Müller-Wohlfahrt
El médico del Bayern es famoso en el mundo entero por tratar a grandes deportistas como Usain Bolt y curar lesiones aparentemente incurables
Al principio fue el milagro.
Hace 16 años, cuando se hablaba de la sanación de José María Olazábal, que había sido capaz de pasar de una parálisis que creía progresiva e inevitable a ganar su segundo Masters, Hans-Wilhelm Müller-Wohlfahrt, el taumaturgo, se paseaba por el campo de Augusta, alto, esbelto, su melena morena bailando con la brisa habitual. A su alrededor, los periodistas susurraban y, temerosos, se acercaban a preguntarle cómo había sido capaz de curar al golfista vasco de una enfermedad que se creía crónica y progresiva. Él, jovial y accesible, agradecía primero a Olazábal porque le había invitado al exclusivo torneo y después hablaba de duchas frías, de la dura voluntad del jugador de Hondarribia y de un pinzamiento vertebral que había logrado aligerar con inyecciones de aleta de tiburón y la fe del paciente en su curación. Allí nació para muchos un mito que, sin embargo, en círculos más secretos, ya tenía bien ganado el prestigio de médico milagroso.
A Olazábal, al médico alemán se lo habían recomendado como última esperanza, porque en Alemania el prestigio de Müller-Wohlfahrt estaba bien asentado. Llegó de Berlín al Bayern Múnich en 1977, un médico de 35 años que empezó a tratar a jugadores que tenían casi su edad, como Beckenbauer, Müller, Hoennes, y que más tarde llegarían a ser los dirigentes máximos del club. No solo curaba lesiones aparentemente incurables con métodos que otros colegas no dudaban en tildar de heterodoxos, como decenas de microinyecciones de ácido hialurónico o de Actovegin, un extracto de plasma de ternera, directamente en los músculos dañados, sino que también era un magnífico psicólogo, un gran conversador, un sanador de mentes y generador de optimismo. Müller-Wohlfahrt tiene 72 años, pero mantiene la misma melena, y el mismo color oscuro que hace 30 o 40 años, y el mismo cutis juvenil, por lo que quienes le tratan de lejos no saben si llamarle Dorian Gray o si preguntarle por la fórmula de la poción de la eterna juventud: ambas posibilidades aumentan, de todas maneras, el misterio sobre su persona, lo que aumenta la confianza de sus clientes, el negocio y, sobre todo, su poder.
Como no hay nadie más dispuesto a experimentar o a creer en milagros que un deportista que no encuentra cura para su dolor, la lista de clientes conocidos del doctor que recibe en una consulta ubicada en un edificio gótico del siglo XII en Múnich es larga e importante. En su libro autobiográfico, Usain Bolt agradece varias veces a Müller-Wohlfahrt por haberle permitido ser el hombre más rápido de la historia pese a una escoliosis de columna que sin las manos del alemán le habrían limitado siempre; por su consulta también han pasado el segundo hombre más rápido, Tyson Gay, y la plusmarquista mundial de maratón, Paula Radcliffe. Y hay artículos que hablan del futbolista brasileño Ronaldo, del esquiador Bode Miller, del sprinter Maurice Greene…
Es tan grande el personaje, tan importantes sus conexiones, que nadie duda de que su dimisión tras la noche de Oporto oculte seguramente una maniobra cuyo alcance se descubrirá en unos días.
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