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Degenkolb, un alemán en vía Roma

El corredor del Giant se impone al sprint en la Milán-San Remo al ganador del año pasado, el noruego Kristoff

Carlos Arribas
Degenkolb celebra la victoria
Degenkolb celebra la victoriaBryn Lennon (Getty)

John Degenkolb, un expolicía alemán metido a sprinter que se había ilustrado los últimos años con múltiples victorias en la Vuelta a España, una París-Tours y una Gante-Wevelgem, superó uno a uno todos los obstáculos de la Milán-San Remo para imponerse en la llegada de vía Roma y tocar su primer monumento. Dicen que ganar en vía Roma, la calle más ilustre del ciclismo, allí donde lo han hecho Coppi, Merckx y Freire, cambia la vida de un ciclista. Si no es así, a Degenkolb, un toro musculoso de 1,80 metros y 77 kilos, y un bigotito tímido, casi de barbilampiño, le permitirá al menos entrar en la lista restringida de alemanes que reinaron en San Remo: después de Rudy Altig (1968), el póker de Erik Zabel (97, 98, 2000 y 2001) y la victoria sobre la nieve de Gerard Ciolek hace dos años, Degenkolb, de 26 años, es el cuarto alemán que se impone en la classicissima.

Después de casi 300 kilómetros de agua y viento de lado recorridos a más de 43 kilómetros por hora de media, en la llegada húmeda, en la recta final en trampantojo entre edificios de corte entre neoclásico y modernista, y esquinas en chaflán, el líder del Giant se impuso al coloso noruego Alexander Kristoff, ganador el año pasado y gran favorito este, y al joven australiano Michael Matthews. “Es una victoria que me ha costado cinco años. Tuve suerte al no caerme en el Poggio y contar con la ayuda de mi compañero Dumoulin, que me llevó a cabeza”, dijo Degenkolb, quien, ya favorito el año pasado, víctima de un pinchazo se quedó fuera de juego. “No me lo puedo creer aún. Cuando vi a Kristoff delante pensé que sería imposible, pero al final se le hizo muy larga la recta engañosa y pude superarlo”.

Juanjo Lobato, la baza española, se quedó cortado en la Cipressa

Hablaba la víspera Óscar Freire, el cántabro que ganó tres veces en San Remo, de las esperanzas (y del miedo) que tenía de que después de su retirada otros ciclistas españoles también pensaran que las clásicas de un día era lo mejor para ser ciclista. Freire llegó al ciclismo español casi 50 años después de que Miguel Poblet ganara sus dos classicissimas. No parece que el ciclismo español deba esperar tanto para volver a ver clasicómanos con ambición y potencia, pero tampoco parece que el presente ofrezca mucho.

En el grupo de los mejores, una treintena, solo figuraron dos españoles, Alejandro Valverde (20º en la clasificación final) y Ion Izagirre (24º), que en ningún momento mostraron capacidad de imponerse. O deseo de mostrarse. La esperanza de Trebujena, Juanjo Lobato, se quedó cortado en la Cipressa, víctima tanto de la impresionante ofensiva del Sky, que con un ataque a tres nacido de una carambola y una caída a punto estuvo de sorprender a todos con el galés Geraint Thomas, capturado en el descenso del Poggio, como de un frenazo provocado por la caída del campeón francés, Arnaud Démare.

De Thomas, el del poético apellido, y del control de la carrera, que apenas ofreció más ataque en el Poggio que el del excampeón del mundo Philippe Gilbert —también caído en el último descenso hacia San Remo junto al actual maillot arcoíris, Michal Kwiatkowski, el campeón checo, Stybar, y el ganador en San Remo en 2013, Ciolek— se encargó el Katusha de Kristoff, es decir, se encargó Luca Paolini, el hombre de confianza.

Hace 12 años, el veteranísimo y barbudo capitán de ruta italiano, se encargó de pilotar a su entonces compañero Paolo Bettini hasta la victoria en el descenso del Poggio, que coronaron con apenas 5s sobre el pelotón lanzado. Ayer, Paolini, ya casi un cuarentón (38 años) en los últimos kilómetros ejerció tanto como director de orquesta, una batuta puro ritmo, como de metrónomo y ansiolítico para Kristoff, a quien dejó en cabeza del grupo, lanzado, a falta de 300 metros. El gigante de Stavanger, sin embargo, no pudo evitar la remontada de Degenkolb, imparable en las llegadas en falso llano. “Creo que empecé mi sprint demasiado pronto, quizás debería haber esperado 50 metros más”, dijo Kristoff. “Pero no tenía más remedio: estaba el primero cuando se apartó Paolini. Sí, cuando salté pensé que podía ganar, pero Degenkolb es muy rápido, y más en finales en cuesta. Yo ya no podía más”.

En los últimos ocho años, la classicissima ha tenido ocho ganadores diferentes. El último que ganó dos veces seguidas fue un alemán, justamente, Zabel, en 2001.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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