Lo único innegociable es el Madrid
Para lo bueno y para lo malo, este Real quedará en los archivos como el Madrid de Florentino. Tantos vaivenes ha dado en doce años de presidencia que es inviable etiquetar esta etapa sin su predominante figura. En lo deportivo, hubo zidanes y pavones, y más de un gravesen; del bosques, lópez caros y luxemburgos; sacchis, floros y valdanos... Éxitos, fracasos.
La institución se ha guiado por el ojo empresarial de su primer mandatario, hombre de las altas finanzas que siempre apostó por su pericia negociante al servicio de un sueño de la infancia, el Madrid de Bernabéu, el de Di Stéfano, Puskas y Gento: los mejores para el mejor. En aquel conjunto de época prevalecía el esfuerzo, el escudo, lo único sin precio. Era eso lo que hacía exclusivo al Madrid, al mejor club del siglo XX. El galardón fue recogido por el propio Florentino, por supuesto en nombre del Madrid de La Saeta, de los ye yés, El Buitre y tantos otros. Las raíces eran del club y el manto blanco era lo que reputaba a los futbolistas, no al revés.
Pese a su apasionada voluntad por calcar al Real de Bernabéu, el actual presidente dejó la nave en 2006 porque los ferraris se desgastaban más que aquellos jugadores de los que dijo haber consentido demasiado. Regresó en 2009 y al poco tiempo dio un viraje. Para evitar nuevos desmadres esta vez valoró más que nunca la figura del entrenador y entregó el bastón a Mourinho. Un cambio de tercio, el jefe del vestuario por encima de los futbolistas. Otra receta.
Es hora de que otra vez mueva ficha el presidente, que el técnico se sienta sin cargas y los jugadores, solo jugadores
Por el camino de espinas cayó el último eslabón deportivo entre la presidencia y el camerino, Jorge Valdano. Quedaron Mou y Florentino, mano a mano, hasta que los truenos y relámpagos le obligaron a prescindir del luso. Ya sin palo se inclinó por la zanahoria de Ancelotti, un Del Bosque italiano, según la corriente general. Un entrenador conciliador, acostumbrado a Berlusconi, Abramóvich y los jeques del PSG. En definitiva, un hombre de empresa al servicio de un modelo, el de Florentino, una matriz en la que el mando opera y el técnico debe sacar el máximo provecho posible del cesto de la compra. Cuadren o no los de las luces de neón, el asunto es cosa del míster, obligado sin remedio a un puzle a veces imposible. La estrategia presidencial se avala no solo por el glamour, sino porque ha dejado en las arcas deportivas dos Champions. Desde los despachos llega el eco de que, por tanto, cabe enhebrar el patrón presidencial y cosechar podios.
Ocurre que cuando llegan las tachas deportivas las soluciones suelen apuntar al corazón del proyecto, como admitió Florentino con aquella renuncia. Sin llegar a tanto, valdría con liberar de cargas al técnico, o hacérselo sentir. Y hacer ver al grupo que lo innegociable es el club. Aunque ya lo hubiera transmitido, es hora de que de nuevo mueva ficha el primer rector institucional. Le corresponde a él subrayar si ha llegado el momento de retocar el plan, aunque sea como paréntesis, o proclamar que incluso en las malas la idea es irrenunciable. Experiencia tiene de sobra para saber que la defensa a ultranza de un pensamiento le hizo abandonar una vez. Lo mismo que puede agarrarse con razón a que hace diez meses brindó en Lisboa por todo lo alto. Y memoria no le falta para ser consciente de que los ancelottis y del bosques levantaron la Copa de Europa. Que ellos van y vienen, como los de las galaxias de ida y vuelta. El dinero compra solistas. La orquesta es otra cosa, no tiene precio cuando deja poso. Es lo que se juega el Madrid de Florentino. Aún nada está perdido.
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