Día 2. Mandan los pequeños
El baloncesto es un juego de equilibrios, o al menos así debería ser. Pero mantenerlo no siempre es fácil, y la balanza se suele inclinar hacia uno de los lados lo que tiene como consecuencia que unos mandan y otros son unos mandados. Hubo un tiempo donde en este deporte dominaban los hombres altos, lo que no dejaba de tener su lógica cuando se trata de una disciplina donde el objeto de deseo, o sea, la canasta, está colocada a más de tres metros de altura. Los altos se cotizaban al alza y parecía que sin un gran poderío debajo de los aros, sin un grande con capacidad de dominación y sobre el que hacer girar el juego, no ibas a ningún lado. Llegó Michael Jordan y sus legendarios Bulls y poco a poco cambió el paradigma. Llegados al tiempo presente, mandan los pequeños.
En ambos partidos el bacalao fue cortado por la gente menuda, lo que vuelve a demostrar que la era de los mamuts queda cada vez más lejos
Que se lo digan al Madrid, donde casi todo lo importante es manejado desde hace tiempo por su batería de hombres exteriores. En su puesta de largo en esta Copa del Rey, a la que llegó con medio partido de retraso, volvió a demostrarlo. Como en el caso del huevo y la gallina, donde no se sabe qué es origen y qué consecuencia, esta situación podría obedecer a la poca consistencia de la mayoría de sus hombres altos, pero también a que una vez cogido el mando por parte de los pequeños, estos utilicen a sus compañeros (por desconfianza o egoísmo) más como medios para crear su propio juego que como objetivo final de las operaciones.
El caso es que salvando a un Felipe Reyes en su tercera o cuarta juventud, que ya hemos perdido la cuenta, los Ayón, Mejri o Slaughter andan por ahí, al servicio total de los generales llamados Sergios o Rudy. Fue este último el que puso el despertador al inicio del tercer cuarto, que tampoco era cuestión de pasar una mala tarde por culpa de la sangría que estaba sufriendo el equipo dentro de las zonas, donde los altos del CAI, empezando por el talentoso Norel, les estaban comiendo la tostada a Bourousis y compañía. El viento del partido cambió radicalmente para mantener tendencia hasta el final. De esta forma, siendo dominado en el juego interior y en el rebote, yendo a la línea de tiros libres en sólo ocho ocasiones mientras que el CAI lo hizo en 31, el Madrid fue capaz de sacar adelante sin grandes apuros el compromiso a base de defensa, control del tempo por sus directores y acierto en sus lanzadores de distancia. La vendimia tuvo lugar, un día más, a una buena distancia de la canasta.
Teorizando sobre el valor de unos y otros, llegó el último cuarto de final, el teóricamente más igualado, y los pequeños se apuntaron el segundo tanto del día. Templaron, mandaron y concretaron su atractiva pareja de jugones Hannah y Mallet, y decidió un clásico como Sergi Vidal, que se sacó de la manga y en el momento más oportuno un partidazo para recordar, donde además de llevar al Herbalife a la casi desesperación, lo remató con una entrada a canasta y machaque que hubiese sido firmada por el mismísimo Lebron James. Dicho esto sin exagerar. Si el Madrid debe encontrar soluciones por fuera a sus problemas por dentro, en el Joventut, su necesidad de que les funcione la muñeca a sus tiradores es parecida a la que tenemos los seres humanos por respirar. Si no lo hacemos, morimos.
Total, que tanto en uno como en otro partido, el bacalao fue cortado por la gente menuda, lo que vuelve a demostrar que la era de los mamuts queda cada vez más lejos. Reinan los pequeños, currelan los grandes.
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